Rafael Uzcátegui 18 de abril de 2024
Sobre
el comunicado promovido por Luis Vicente León, y personas vinculadas al Foro
Cívico (FC), la primera precisión que deseamos hacer es que consideramos como
demócratas honestos y convencidos a todos y todas sus promotoras, no obstante,
con una teoría de cambio de la que diferimos. Y como las personas deben
respetarse, escrupulosamente, pero sus ideas deben ser discutidas con pasión, a
continuación haremos algunos comentarios sobre dicho texto.
Uno agradece que ante la infantilización del debate político en la Venezuela actual un grupo de personas se animen a colocar sus ideas sobre un papel. Eso estimula el debate de un campo democrático que debe estar caracterizado por su diversidad y el intercambio permanente. Los primeros párrafos del documento, titulado «A la opinión pública», son impecables y con los que cualquier venezolano de buena voluntad pudiera suscribir: La defensa de los derechos humanos como base del desarrollo, la reivindicación del Acuerdo de Barbados como marco para el proceso electoral y el reconocimiento al hecho político derivado de las elecciones primarias de la oposición.
Luego
de esa introducción aparecen lo que consideramos las ideas-fuerza de una teoría
de cambio que hemos calificado como «dialoguista», que creemos parte de un
diagnóstico errado, y por lo tanto promueve tácticas contraproducentes para la
estrategia de lograr una transición a la democracia. Llama la atención que el
término «transición» se omite en la extensión del escrito.
Todos
y todas estamos de acuerdo: la recuperación pacífica de la democracia necesita
el diálogo y negociación con la contraparte. Esto es una cosa. Otra diferente,
la centralidad estratégica dada por los dialoguistas al «acuerdo político».
Ellos consideran que los «acuerdos», por si solos, crean mágicamente realidades
políticas, independientemente que en el camino a esos convenios se debiliten
los mecanismos de construcción de consensos en el liderazgo partidista
opositor, se erosione la confianza de la base democrática y se envíen señales
contradictorias a la comunidad internacional.
Para
el dialoguismo la acción más importante sería hacer todo lo que sea necesario
para mantener los canales de comunicación abiertos con las autoridades, que
finalmente hagan posible la materialización de un contrato político entre dos
actores, el gobierno y la oposición, pares e igualados en actos y
responsabilidades.
El
detalle de esta lógica es que realiza un diagnóstico sobre lo qué nos estamos enfrentando
que no es el correcto. En el comunicado se afirma que la
«reinstitucionalización» y «el reencuentro nacional» deseado para Venezuela se
alcanzaría con «la edificación de un Acuerdo Integral de Convivencia Política y
Social». Un nuevo pacto, más ambicioso que el suscrito en Bridgetown, se pide
cuando el chavismo realmente existente experimenta una deriva totalitaria, de
cara a un proceso comicial en el que, por primera vez en su historia, asiste
con una amplia impopularidad, caracterizada por la rebelión de la antigua base
electoral oficialista.
¿Cuáles
son los signos de esa vocación totalitaria? Sólo nombraremos dos: La tríada de
leyes, de carácter retroactivo, que incluyen la normativa del fascismo y las
evidencias (el asesinato del Teniente Ojeda), que desde Miraflores se ordenan
trabajos de inteligencia y violaciones de derechos humanos fuera de las
fronteras venezolanas.
La
ausencia de mecanismos de monitoreo, verificación y presión de lo pactado
convierten a los acuerdos en un fetiche para el dialoguismo. Lo importante no
es su cumplimiento, especialmente de quien tiene la mayor responsabilidad de
hacerlo, sino el acuerdo en si mismo. Y el espacio político y estatus que
brinda ser su promotor. De otra manera no se entiende como en el contrato
anterior, Barbados, se desechan las consecuencias del incumplimiento de una de
las partes, algo que atenta contra la propia lógica de los acuerdos: Se pone en
riesgo en caso de inobservancia por una de las partes. A pesar de las
evidencias sobre la voluntad política del oficialismo en honrar la palabra
empeñada, la solución ofrecida por el dialoguismo es sustituirlo por un acuerdo
más ambicioso.
Por
otra parte el dialoguismo está convencido que el mejor trato a convenir con las
autoridades es el que mayor incentivos le ofrezca para suscribirlo. La teoría
académica de la transición por negociación. Por ello la insistencia en imponer
la candidatura de Manuel Rosales, pues sería quien estaría dispuesto a ofrecer
los mayores y mejores estímulos para que quienes hoy están en el poder lo
abandonen.
Según
su narrativa si la oposición es «responsable» y escoge al candidato «que pueda
efectivamente participar en la elección planteada», el problema estaría
resuelto. La carga de la transición se ubica en la oposición, no en quien
controla y modifica las normas a conveniencia. Esto respondería a la pregunta
¿El PSUV se encuentra hoy dispuesto a entregar el poder? Aunque todas las
evidencias digan lo contrario, para el dialoguismo la respuesta es
positiva: Maduro necesita escoger «el candidato contra quien perder»,
que ofrezca las mayores garantías de impunidad e intocabilidad de los bienes al
liderazgo chavista. Lo que coloquialmente se intenta deslizar en la
opinión pública como «los sapos a tragar». Esa sería el fondo de la
«potabilidad» de la candidatura del gobernador del Zulia para el poder, ser el
«hombre de las concesiones».
El
propio texto del comunicado, empero, pone en duda si efectivamente el
dialoguismo cree genuinamente en una transición a corto plazo o su escenario
real es el de seis años más con Maduro en el poder. Esto lo refleja la frase
del comunicado: «Las señales que debe enviar la comunidad internacional deben
ir en la dirección de apoyar a Venezuela a reintegrarse a sus circuitos
económicos y geográficos naturales, reinstitucionalizar las relaciones
diplomáticas y destrabar el diálogo político y social con todos los sectores
del país». Esto sería la consecuencia normal y natural de una
transición a la democracia. Pero por el sentido de la frase sugiere
que es una petición a los gobiernos de otros países independientemente que la
elección del 28 de julio sea la peor posible e imaginable. La acusación de ser
promotores de la «normalización» no es fortuita: tiene asidero.
Una
tercera frase, de escándalo para un defensor de DDHH, es cuando se pide un
proceso electoral «pacífico y participativo», como queremos todos y todas, pero
«sin injerencias externas». ¿Esto qué significa? ¿Sin misiones técnicas e
independientes de observación internacional? ¿Sin la mediación de países como
Brasil y Colombia para el respeto de las garantías electorales? ¿Sin el
monitoreo y actuación de los organismos internacionales de protección a los
derechos humanos? En ocasiones anteriores personalidades del dialoguismo, de
manera pública y privada, han solicitado el fin de la actuación de la Corte
Penal Internacional o la Misión Independiente de Determinación de Hechos de la
ONU porque su actuación ponía en riesgo sus canales de comunicación con
Miraflores.
El
pasado 29 de marzo una de las académicas promotoras del comunicado expresaba a
través de su cuenta X (twitter), luego del impedimento de la inscripción de
Corina Yolis: «Es increíble que se crea que unos comunicados son «presión» para
el madurismo». Si este tipo de pronunciamientos no tienen el objetivo de
incidir en la conducta de las autoridades, ¿para qué se realizan? Dos
hipótesis: Para influir en los otros actores. Y dos, como salvoconducto ante
las represalias de las autoridades frente a la posible reimposición de
sanciones.
El
dialoguismo nos muestra, luego de meses de eufemismos y subterfugios, cuál es
el sabor de los sapos.
Rafael
Uzcátegui
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