Francisco Fernández-Carvajal 18 de abril de 2024
@hablarcondios
—
Comunidad de bienes espirituales. El «tesoro de la Iglesia».
— Se
extiende a todos los cristianos. Resonancia incalculable de nuestras buenas
obras.
— Las
indulgencias.
I. San
Pablo hace referencia en sus escritos al hecho fundamental de su vida, que
leemos en la Primera lectura de la Misa. Quedaría grabado para siempre en su
alma: Cuando estaba de camino, sucedió que, al acercarse a Damasco, se
vio rodeado de una luz del cielo. Y al caer a tierra oyó una voz que decía:
Saulo, ¿por qué me persigues? Él contestó: ¿Quién eres, Señor? Y Él: Yo soy
Jesús, a quien tú persigues1.
En esta primera revelación, Jesús se muestra personal e íntimamente unido a sus
discípulos, a quienes Pablo perseguía.
Más tarde, en la doctrina del Cuerpo Místico de Cristo, uno de los temas centrales de su predicación, mostrará esta unión profunda de los cristianos entre sí, por estar unidos a la Cabeza, Cristo: si padece un miembro, todos los miembros padecen con él; y si un miembro es honrado todos los otros a una se gozan2.
Esta
fe inquebrantable en la unión de los fieles entre sí, llevaba al Apóstol a
pedir oraciones a los primeros cristianos de Roma, a quienes aún no conocía
personalmente, para salir bien librado de los incrédulos que iba a encontrar en
Judea3. Se sentía muy unido a sus hermanos en la fe, a quienes
llamaba santos en sus cartas: Pablo y Timoteo, siervos de Jesucristo, a
todos los santos en Cristo Jesús, que están en Filipos4.
Desde los primeros tiempos de la Iglesia, los cristianos, al rezar el Símbolo
Apostólico, han profesado como una de las principales verdades de la fe: Creo
en la Comunión de los Santos. Consiste en una comunidad de bienes
espirituales de los que todos se benefician. No es una participación de bienes
de este mundo, materiales, culturales, artísticos, sino una comunidad de bienes
imperecederos, con los que nos podemos prestar unos a otros una ayuda
incalculable. Hoy, ofreciendo al Señor nuestro trabajo, nuestra oración,
nuestra alegría y nuestras dificultades, podemos hacer mucho bien a personas
que están lejos de nosotros y a la Iglesia entera.
«Vivid
una particular Comunión de los Santos: y cada uno sentirá, a la hora de la
lucha interior, lo mismo que a la hora del trabajo profesional, la alegría y la
fuerza de no estar solo»5.
Santa Teresa, consciente de los estragos que hacían los errores protestantes
dentro de la Iglesia, sabía también de este apoyo que nos podemos prestar los
unos a los otros: «Porque andan ya las cosas del servicio de Dios tan flacas
–decía la Santa– que es menester hacerse espaldas unos a otros los que le
sirven para ir adelante»6,
y siempre se vivió esta doctrina en el seno de la Iglesia7.
«¿Qué
significa para mí la Comunión de los Santos? Quiere decir que todos los que
estamos unidos en Cristo –los santos del Cielo, las almas del Purgatorio y los
que aún vivimos en la tierra– debemos tener consciencia de las necesidades de
los demás.
»Los santos
del Cielo (...) deben amar las almas que Jesús ama, y el amor
que tienen por las almas del Purgatorio y las de la tierra, no es un amor
pasivo. Los santos anhelan ayudar a esas almas en su caminar hacia la gloria,
cuyo valor infinito son capaces de apreciar ahora como no podían antes. Y si la
oración de un hombre bueno de la tierra puede mover a Dios, ¡cómo será la
fuerza de las oraciones que los santos ofrecen por nosotros! Son los héroes de
Dios, sus amigos íntimos, sus familiares»8.
II. La
Comunión de los Santos se extiende hasta los cristianos más abandonados: por
más solo que se encuentre un cristiano, sabe muy bien que jamás muere solo:
toda la Iglesia está junto a él para devolverlo a Dios, que lo creó.
Pasa a
través del tiempo. Cada uno de los actos que realizamos en la caridad tiene
repercusiones ilimitadas. En el último día nos será dado el comprender las
resonancias incalculables que han podido tener, en la historia del mundo, las
palabras, o las acciones, o las instituciones de un santo, y también las
nuestras.
Todos
nos necesitamos, todos nos podemos ayudar; de hecho, estamos participando
continuamente de los bienes espirituales comunes de la Iglesia. En este momento
alguien está rezando por nosotros, y nuestra alma se vitaliza por el
sufrimiento, el trabajo o la oración de personas que quizá desconocemos. Un
día, en la presencia de Dios, en el momento del juicio particular, veremos esas
inmensas aportaciones que nos mantuvieron a flote en muchos casos y, en otros,
nos ayudaron a situarnos un poco más cerca de Dios.
Si
somos fieles, también contemplaremos con inmenso gozo cómo fueron eficaces en
otras personas todos nuestros sacrificios, trabajos, oraciones; incluso lo que
en aquel momento nos pareció estéril y de poco interés. Quizá veremos la
salvación de otros, debida en buena parte a nuestra oración y mortificación, y
a nuestras obras.
De
modo particular, vivimos y participamos de esta comunión de bienes en la Santa
Misa. La unidad de todos los miembros de la Iglesia, también de los más
lejanos, se perfecciona cada día en torno al Cuerpo del Señor, que se ofrece
por su Iglesia y por toda la humanidad. «Todos los cristianos, por la Comunión
de los Santos, reciben las gracias de cada Misa, tanto si se celebra ante miles
de personas o si ayuda al sacerdote como único asistente un niño, quizá
distraído»9.
San
Gregorio Magno expone con gran sentido gráfico y pedagógico esta eficacia
maravillosa de la Santa Misa. «Me parece –dice el Santo Doctor en una de sus
homilías– que muchos de vosotros sabéis el hecho que os voy a recordar. Se
cuenta que no ha mucho tiempo sucedió que cierto hombre fue hecho prisionero
por sus enemigos y conducido a un punto lejano de su patria. Y como estuviese allí
mucho tiempo y su mujer no le viera venir de la cautividad, le juzgó muerto, y
como tal ofrecía por él sacrificios todas las semanas. Y cuantas veces su mujer
ofrecía sacrificios por la absolución de su alma, otras tantas se le desataban
las cadenas de su cautiverio. Vuelto más tarde a su pueblo, refirió con
admiración a su mujer cómo las cadenas que le sujetaban en su calabozo se
desataban por sí solas en determinados días de cada semana. Considerando su
mujer los días y horas en que esto sucediera, reconoció que quedaba libre
cuando era ofrecido por su alma el Santo Sacrificio, según ella pudo recordar»10.
Muchas cadenas se nos rompen cada día gracias a las oraciones de otros.
III. La
unidad invisible de la Iglesia tiene múltiples manifestaciones visibles.
Momento privilegiado de esta unidad tiene lugar en el sacramento que recibe
precisamente el nombre de Comunión, en ese augusto Sacrificio que es uno en
toda la tierra. Uno es el Sacerdote que lo ofrece, una la Víctima, uno el
pueblo que también lo ofrece, uno el Dios a quien se ofrece, uno el resultado
de la ofrenda: Porque el pan es uno, somos muchos un solo cuerpo, pues
todos participamos de ese único pan11.
Lo mismo que este pan era ayer todavía un puñado de granos sueltos, así los
cristianos, en la medida de su unión con Cristo, se funden en un solo cuerpo,
aunque provengan de lugares y condiciones bien diversas. «En el sacramento del
pan eucarístico –afirma el Concilio Vaticano II– se representa y se reproduce
la unidad de los fieles»12.
Es «el sacramento de la caridad»13,
que reclama la unión entre los hermanos.
Es
también verdad de fe que esta comunión de bienes espirituales existe entre los
fieles que constituyen la Iglesia triunfante, purgante y militante. Podemos
encomendarnos y recibir ayuda de los santos (canonizados o no) que están ya en
el Cielo, de los ángeles, de las almas que se purifican todavía en el
Purgatorio (a las que podemos ayudar a aligerar su carga desde la tierra) y de
nuestros hermanos que, como nosotros, peregrinan hacia la patria definitiva.
Cuando
cumplimos el piadoso deber de rezar y ofrecer sufragios por los difuntos, hemos
de tener especialmente en cuenta a aquellos con los que mantuvimos en la tierra
unos vínculos más fuertes: padres, hermanos, amigos, etcétera. Ellos cuentan
con nuestras oraciones. La Santa Misa es, también, el sufragio más importante
que podemos ofrecer por los difuntos.
En
este dogma de la Comunión de los Santos se basa la doctrina de las indulgencias.
En ellas, la Iglesia administra con autoridad las gracias alcanzadas por
Cristo, la Virgen y los Santos; bajo ciertas condiciones, emplea esas gracias
para satisfacer por la pena debida por nuestros pecados y también por lo que
deben satisfacer las almas que están en el Purgatorio.
La
doctrina acerca de este intercambio de bienes espirituales debe ser para
nosotros un gran estímulo para cumplir con fidelidad nuestros deberes, para
ofrecer a Dios todas las obras, y orar con devoción, sabiendo que todos los
trabajos, enfermedades, contrariedades y oraciones constituyen una ayuda
formidable para los demás. Nada de lo que hagamos con rectitud de intención se
pierde. Si viviéramos mejor esta realidad de nuestra fe, nuestra vida estaría
llena de frutos.
«Un
pensamiento que te ayudará, en los momentos difíciles: cuanto más aumente mi
fidelidad, mejor contribuiré a que otros crezcan en esta virtud. —¡Y resulta
tan atrayente sentirnos sostenidos unos por otros!»14.
Puede
impulsarnos a vivir mejor este día el recordar que alguien está intercediendo
por nosotros en este instante, y que alguno espera nuestra oración para salir
adelante de una mala situación, o para decidirse a seguir más de cerca al
Señor.
1 Hech 9,
3-5. —
2 1
Cor 12, 26. —
3 Rom 15,
30-31. —
4 Flp 1,
1. —
5 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 545. —
6 Santa
Teresa, Vida, 7-8. —
7 Cfr. San
Ignacio de Antioquía, Carta a los Efesios, 2, 2-5; San
Cipriano, Carta 60; San Clemente, Carta
a los Corintios, 36, 1 ss; San Ambrosio, Trat.
sobre Caín y Abel, 1 ss. —
8 L.
J. Trese, La fe explicada, Rialp, Madrid 1975, pp. 201-202.
—
9 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 89. —
10 San
Gregorio Magno, Hom. sobre los Evangelios, 37. —
11 1
Cor 10, 17. —
12 Conc.
Vat. II, Const. Lumen gentium, 3. —
13 Santo
Tomás, Suma Teológica, 3, q. 73, a. 3. —
14 San
Josemaría Escrivá, Surco, n. 948.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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