ELÍAS PINO ITURRIETA 14 de julio de 2024
@eliaspino
«Es la
resurrección de la proeza de Fuenteovejuna que proviene de una fantasía del
Siglo de Oro, y que ahora vuelve otra vez en defensa de los fueros colectivos»
El CNE es el elemento menos confiable en materia de contar votos y de dar resultados cuando termine una jornada fundamental para el destino de la sociedad. Cuando existe una posibilidad cierta y ya mostrada de modificar el rumbo de la historia a través de un proceso electoral, el árbitro de la contienda no merece ni un milímetro de la confianza que deben sentir los millones de sufragantes que están dispuestos a cambiar su vida por vía pacífica. Pero la decisión de transformar los asuntos relacionados con el bien común es tan evidente que ni siquiera la parcialidad del árbitro, llevada hasta límites escandalosos que han saltado a la vista desde el día de la inscripción de los candidatos presidenciales, puede modificarla.
Es un
enfrentamiento entre la voluntad enfática de las mayorías y lo que puede hacer
el régimen agónico desde una oficina para evitarla. De acuerdo con las señales
del ambiente, pero también partiendo de las encuestas hechas por profesionales
acreditados ante los intereses en contienda y frente al público en general, ya
se ha manifestado una voluntad de mudanza que ninguna fuerza, por más poderosa
que sea, o que pretenda ser, tiene capacidad de detener. Ganas tiene,
desde luego, pero sin ninguna alternativa plausible de convertirlas en realidad.
No hacen falta sondeos profesionales para sentir lo que el ambiente comunica en
todos los rincones del mapa y en el seno de todos los estratos sociales. No hay
lugar de la república en el cual no hayan manifestado las multitudes su
deseo y su necesidad de librarse de un régimen que las ha condenado a la
opresión y a la miseria. Y en esos lugares es una intención manifestada
por ricos y pobres, porque la urgencia de la mudanza ha barrido las
diferencias entre la gente modesta y los pocos que todavía poseen bienes
materiales. Es la resurrección de la proeza de Fuenteovejuna que
proviene de una fantasía del Siglo de Oro, y que ahora vuelve otra vez en
defensa de los fueros colectivos.
Pero
el Comendador de nuestros días solo cuenta con el CNE, como puede probar el más
descuidado de los observadores. Esto en principio, porque también siente que
tiene el soporte de los cuarteles. Hasta allí, nada más hasta allí, en el mejor
de sus casos, porque no puede, ni en el más placentero y húmedo de sus sueños,
rastrear en el horizonte un mínimo auxilio del oxígeno que necesita para
resollar.
La
evidencia está en las vísperas, los dados ya corrieron en el tapete para
repartir fortuna, ya la gente escribió los anales, ya sonaron los himnos en la
calle, ya participamos en el desfile de los triunfadores, ya se cantó la
lotería, ya se sabe en sábado lo que va a suceder en domingo, ya los locutores
anunciaron la goleada en medio de vítores ensordecedores. La dictadura
permanece en capilla porque no le queda más remedio, porque no debe respetar el
atropellador almanaque de un escribidor entusiasta, pero también leyó la bola
de cristal que anuncia su descalabro. Así las cosas, y sin que nadie tenga la
posibilidad de desmentirlas, ¿qué va a hacer la dictadura?
De los
cuarteles mejor no hablar ahora, porque nadie sabe a ciencia cierta cómo se
bate el cobre en sus cocinas y porque todavía el candidato a la negada
reelección no ha seleccionado al primer General en Jefe del Pueblo
Soberano. De allí la necesidad de fijar la vista solamente en el CNE. Como nos
hemos regodeado aquí en el prólogo electoral, conviene recordar que ya el
organismo mostró durante su desarrollo diligentes colmillos, y que
todavía no los ha llevado a la dentistería para un tratamiento de suavización.
Al contrario, se ha esmerado en amolarlos ante la indiferencia, o la
complicidad, de los miembros del elenco que supuestamente representan a la
oposición. Por consiguiente, no nos queda más remedio que fijar la vista
en los boliches del Centro Simón Bolívar, con el objeto de verificar la
intrepidez de las maromas de sus saltimbanquis. Pero también para
recordar que a esas maromas ya el pueblo les quitó la red de protección
que facilita piruetas y contorsiones. ¿Cómo se van a lucir en la carpa
sin la imprescindible malla? Me costó trabajo, por el furor del público, pero
ya tengo entrada de primera fila para ver el espectáculo.
ELÍAS
PINO ITURRIETA
@eliaspino
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