Sifrizuela 28 de diciembre de 2020
@sifrizuela
Elías Aslanian se lanza a descifrar el oscuro mundo de
la irracionalidad en uno de los extremos de la concepción de que todo o es de
izquierda o es de derecha, esa "contrailustración" que desdeña de la
ciencia, que niega la evidencia de los hechos y se entrega al delirio de
pretende ajustar el mundo a su "verdad" disparando argumentos falaces
a través de las redes sociales
os ideales que Rene Descartes, John Locke,
Montesquieu, Voltaire, Adam Smith y otros pilares del pensamiento moderno
habían proferido décadas o hasta más de un siglo antes: las mismas ideas,
extravagantes en un mundo de inefabilidad papal y reyes con derecho divino, que
influirían en otros sismos políticos definitorios como la revolución gloriosa
en Inglaterra y la revolución francesa.
Era el triunfo de la Ilustración: ese movimiento
ideológico que confiaba en la supremacía de la razón, rechazaba el mito y la
superstición por medio del método científico, realzaba el empirismo para
entender nuestro mundo (despidiendo la revelación religiosa, las bulas y los
dogmas), celebraba al individuo humano, creía en la universalidad del hombre y
– en su afán de progreso y su creencia en los derechos naturales e inalienables
– ponía las bases para la democracia liberal, los derechos humanos, el Estado
laico y la maquinaria y comunicaciones de la revolución industrial.
Los viajes de la élite caraqueña a la Europa de
finales del siglo dieciocho y esos textos revolucionarios y prohibidos que
brincaban desde las antillas francesas e inglesas hacia la Universidad de
Caracas, hervirían el pensamiento ilustrado en la ciudad hasta producir luceros
como el doctor José María Vargas (no solo presidente, sino también médico
rector que modernizó el sistema educativo universitario del país, colecciono
fósiles y vio potencial en el petróleo con décadas de antelación), el gran
letrado Andrés Bello (quien estandarizó la forma escrita del español
americano), los próceres y pensadores de la Sociedad Patriótica (Vicente
Salías, José Félix Ribas, Francisco de Miranda, Simón Bolívar, etcétera) o el
primer constitucionalista nacional Juan Germán Roscio y su vanguardista
Constitución y proceso electoral parlamentario.
Por aquella herencia de pensamiento ilustrado y la
añoranza de una sociedad libre y prosperidad en las élites, dice Tomás Straka
en La república fragmentada, la Venezuela petrolera – a diferencia
de otros países petroleros contemporáneos– lograría establecer una democracia
liberal desde el subdesarrollo: así, como hicieron los frutos de la Ilustración
en el mundo occidental, Venezuela –durante varias décadas del siglo XX– vio un
incremento masivo del nivel educativo y de alfabetismo de su población de la mano
con un decrecimiento de las tasas de mortalidad y malaria (que fue erradicada
en 1961). Vinieron las vías de comunicación, el poderío hidroeléctrico del
Guri, una nutrida clase profesional, el Instituto Venezolano de Investigaciones
Científicas, instituciones educativas y culturales excepcionales (especialmente
comparadas con el resto de la región) y una democracia (con fallas y acosada
por el clientelismo y la corrupción) que permitió una sociedad de libertades.
Entonces, llegó nuestra demoledora “contrailustración”:
el chavismo, que –a pesar de un discurso que se vendía como ilustrado,
exclamando sobre democracia participativa, liberación e igualdad– arrasó
incendiariamente con aquel mundo imperfecto hasta convertirnos en un collage de
fogatas de leña, devoradores de animales de zoológico, pelotones de exterminio
y niños hambrientos que nunca han ido a un aula de clases.
Los conservadores posmodernos
Veinte años después de nuestra transformación en un
infértil valle rojo, y por obra y gracia del trauma robusto y la alienación de
la dignidad humana que el chavismo hizo de nosotros, nos llega el nuevo
pensamiento contrailustrado: irónicamente, y por ello muy lamentable, desde la
más intransigente oposición al chavismo. Es un nuevo pensamiento anticientífico
y autoritario, esta vez desde la extrema derecha, que abiertamente rechaza los consenso
científicos, los medios de comunicación y las libertades civiles y políticas.
Lo suscriben y exclaman algunos abogados y ciertos periodistas con Emmys
regionales, lo promueven ciertos profesores de la UCV y la Simón Bolívar como
también de la Católica, lo esparcen desde hijas de la élite estudiadas en los
mejores colegios hasta emigrantes pobres.
Estamos viviendo la primavera de los irracionales; un
carnaval de escándalo, exageración y paranoia: el abogado Juan C. Sosa Azpúrua
cree que el billonario húngaro George Soros tiene un plan “para destruir la
civilización occidental y suplantarla por mutantes sin sexo, ni valores
humanos” (por eso, afirma vivir “en la dimensión greco romana”), el profesor
Erik Del Búfalo afirma que el coronavirus es un plan financiado por Obama para
crear “un globo, un poder sin fronteras”; la actriz María Conchita Alonso
difunde videos sin base afirmando que la vacuna cambiará nuestro ADN, el
profesor Ángel García Banchs afirma que las elecciones americanas son una
batalla entre satanistas-abortistas-democráticos y el poder de Cristo en la
forma de Donald Trump y extraños ciudadanos de a pie de la twittosfera afirman
que el Chigüire Bipolar es funcional “a la agenda progre” y Sifrizuela es “la
ruina de Occidente”.
Un verdadero conservadurismo posmoderno, usando el
término de Matthew
McManus, que está “caracterizado por toda la hipérbole y desconexión de la
realidad que uno podría esperar de un movimiento que emergió en el internet”.
Pero, ¿Qué es el conservadurismo posmoderno de McManus y cómo se diferencia de
los conservadurismos más tradicionales?
Para McManus, el conservadurismo posmoderno –una
vertiente ideológica reciente, creada en las burbujas informáticas de los
nuevos medios y las redes sociales– es posmoderno precisamente porque “desdeña
la creencia de verdades y costumbres objetivas, ya sean ofrecidas por la
ciencia o la ciencia social, y localiza significado en una identidad
reaccionaria y sus valores”.
Por ello, a pesar del rechazo de estos hacia el
posmodernismo (o “marxismo cultural”, como suelen llamarlo), los conservadores
posmodernistas inadvertidamente profesan el entendimiento posmoderno donde la
verdad objetiva nunca puede ser plenamente conocida y el pensamiento y discurso
(hasta la ciencia) siempre están definidos por el trasfondo y poder de quien
las profesa.
Entendido así, McManus nombra cinco características
del conservadurismo posmoderno. Primero, el rechazo a los estándares racionales
para interpretar los hechos y valores: no hay objetividad más allá de la que
venga del mismo grupo ideológico y cualquier conocimiento externo, por ejemplo
de los medios o la comunidad científica, es visto como “parcial”.
Segundo, apela a la identidad para crear enemigos
externos e internos (los castro-chavistas saboteando las elecciones
estadounidenses, el lobby LGBT, los globalistas, los musulmanes que islamizarán
a Venezuela según el monseñor Moronta, George Soros, el Deep State,
la oposición colaboracionista) supuestamente apoyados por la elite cosmopolita
y liberal para así minar la confianza en organizaciones civiles –como
universidades, asociaciones científicas y activistas de los derechos humanos– y
medios de comunicación.
Tercero, es una ideología contradictoria y
reaccionaria: no tiene coherencia, permite cualquier creencia discordante a
otra y se basa en su percepción propia tanto de superioridad como de debilidad
–somos víctimas de los planes de Soros y los progres pero también les
generamos terror.
Cuarta, aunque sea reaccionaria (aspira a instaurar un
estado de cosas anteriores al presente) depende y usa tecnologías hípermodernas
como las cadenas de Whatsapp, los bots, Google Translate, el intercambio
informático instantáneo, Twitter y Facebook. Esto, a su vez, reduce la
complejidad de los hechos y del pensamiento: son burbujas de comunicación que
reafirman las creencias que han sido reducidas a tweets emotivos
y videos de Youtube de dos minutos.
Quinto, busca activamente agrietar “otros estándares
epistémicos y meta-éticos”, como el estándar periodístico, el método científico
y la literatura académica, para dejar remover legitimidad y credibilidad a las
instituciones opuestas y así afincar sus creencias. Un ataque a los estándares
tradicionales, expuestos en cientos de tweets contra los medios (“fake news”), la
intelectualidad (“la progresía”) y la ciencia (“incoherentes”, “creadores del
virus”).
Aquí, poco ha quedado de los conservadurismos
tradicionales –los de Thatcher, Reagan, Bush, Romney y Sarkozy– que se
sustentaban en el libre mercado, la moderación política, la preservación de una
sociedad tradicional y la promoción activa y global de la democracia por medio
de intervenciones extranjeras. En su lugar: una bacanal de teorías de
conspiración QAnon y Plandemic y noticias falsas sacadas de grupos de Whatsapp
o traducidas por Casto Ocando de The Epoch Times, el medio del
Falun Gong, una secta china, conocido por sus noticias falsas y teorías de
conspiración de extrema derecha.
Los irracionales
Basta con echar un vistazo a las cuentas de Twitter de
los personajes criollos más notorios de esta nueva Contrailustración –de
creyentes QAnon, negacionistas del cambio climático y gente anti-vacunas– para
percibir cómo el conservadurismo posmoderno, por medio de sus cinco
características, ha calado profundamente en nuestras redes sociales criollas
(cabe acotar que estos tweets han sido archivados y curados exquisitamente por
la cuenta @venecoboomer).
1) El rechazo a los estándares racionales para
interpretar los hechos y valores. Por ejemplo, por casi dos meses, el profesor
Ángel García Banchs ha transformado su cuenta de Twitter en una diatriba
constante y empalagosamente emocional e infundada sobre por qué Trump realmente
ganó las elecciones y será nombrado presidente en enero. No importa que no haya
pruebas reales de fraude, no importa que el Colegio Electoral le dio la
victoria a Biden, no importa que la Corte Suprema (de mayoría conservadora)
desestimó las acusaciones de Trump: “No lean medios ñángaras”, dice en su
Twitter, “Lean mi timeline.”
A su vez, el abogado Juan C. Sosa Azpurúa afirma
sentirse profundamente “insultado como abogado” por la “vergonzosa” decisión de
la Corte Suprema, aludiendo su superioridad técnica como abogado venezolano
sobre los magistrados estadounidenses: usaron, dice, “un argumento digno de
cualquier pirata graduado en una universidad de quinta categoría”. También,
Riquirrix –una suerte de drag queen veneca que hasta hace poco
se disfrazaba de la Virgen María pero ahora se declara conservador y
derechista– habla de los medios como “rojos” y “basura mediática” opuesta al
“rubio” que causa “TERROR” en la “izquierda mundial”. Tras ellos, cientos de
miles de venezolanos dislocados criticando a la Corte Suprema, desestimando el
resultado electoral norteamericano y hasta atacando los medios nacionales:
Caracas Chronicles y el Chigüire Bipolar son progres malintencionados, El
Estímulo es “propaganda” de George Soros y Prodavinci es “Progrevinci”.
“Si se incendia el país, será culpa de los medios,
quienes han mostrado un irrespeto profundo por las instituciones”, dice el
escritor Emmanuel Rincón, alegando infundadamente que hubo fraude electoral en
EEUU (¡Irónico!).
2) Apela a la identidad para crear enemigos externos e
internos: primero, a la identidad judeocristiana, haciendo de la política una
yihad, donde el Estado y la Iglesia se hacen uno. Por ejemplo, el padre José
Palmar (predicador de rumores y noticias falsas desde hace varios años) afirma
que Venezuela ahora vive una fase de “manipulación religiosa” del “narcorégimen
chavista” que consiste en la islamización de Venezuela “con el ala aterrorista
extremista”.
A su vez, García Banchs afirma que en las elecciones
norteamericanas “están metidos Dios y el diablo” y confía que Dios “le dará la
victoria” a Trump. Así, desata una serie de tweets de fervor religioso por
Trump: afirma que Biden busca legalizar el aborto (sin saber que es legal desde
1973) para “abonar el terreno para el sacrificio de niños por nacer” para
Satanás, siendo su candidato, y Trump el de Dios. Por ello, constantemente pide
rezar oraciones por la victoria de Trump.
Otras identidades calan: por ejemplo la heterosexual,
como cuando Rincón afirma infundadamente que el “lobby LGBT intenta normalizar
la pedofilia y legalizar la pederastia”, o la racial como cuando el youtuber
Roberto Olivares recalcó la raza de un grupo de criminales a los cuales se
refirió a “una jauría de negros malandros”; o cuando la locutora Carinés
Moncada afirmó que los activistas de Black Lives Matter hacían brujería y
“vibraban” con el diablo. No hay limites: a “los negros salvajes de Trinidad”,
afirmaba un nieto de Calderón Berti abiertamente en sus redes, “debemos invadirlos
y domesticarlos”. Y ni hablar de la identidad nacional, opuesta al monstruoso
“globalismo”.
“Mascarillas, mentiras, engaños, manipulación
mediática, abortismo, LGBT, adopción homosexual, pedofilia, personas que se
creen perros, gatos, y otros animales, y obligan al otro a que los acepten”,
dijo García Banchs: “Satanás cree que está ganando, pero esta guerra ha sido
contra Dios, y Él la ganará”.
3) Es una ideología contradictoria y reaccionaria:
porque la contradicción parece ser su columna vertebral. Por ejemplo, García
Banchs se asume como defensor del libre mercado pero pide frontalmente que el
Estado acabe con Facebook y Google (por controlar dinero e información a la
vez) y que los medios sean vendidos. María Elisa Smith, la mediática hija del
político Roberto Smith, afirma que la depresión y las enfermedades mentales son
una “paja posmoderna” inventada por las farmacéuticas globales para drogar a
los ciudadanos mientras profesa sobre el poder de las mágicas vibras
energéticas y sobre las “enfermedades espirituales”. Muchos otros piden
libertad para Venezuela y se juran defensores de los derechos humanos mientras
promueven escraches digitales contra venezolanos con Biden y afirman que “la
bota militar” es necesaria para Estados Unidos en este momento. De hecho, el
supuesto activista por los derechos humanos y la justicia Fernando Amandi
afirma que “Chile necesita un nuevo Pinochet. Ya mismo”. Otros, como Jorge
Rengifo (Don Corneliano), lo siguen en su celebración del dictador, al son que
exigen libertad para Venezuela. Los ejemplos rayan con lo ridículo: un usuario
defiende al capitalismo y acusa a Empresas Polar y a los Vollmer de ser
globalistas de Soros. Todo simultáneamente.
4) Aunque sea reaccionaria, depende y usa tecnologías
hípermodernas: un punto que ni hay que elaborar. Me remito a su afición por
Twitter, Youtube y ahora Parler.
5) Busca activamente agrietar otros estándares
epistémicos y meta-éticos: como vimos en el primer punto, los conservadores
posmodernos criollos no están encariñados con la ética periodística. No
sorprende que el analista político Esteban Gerbasi, también con cientos de
miles seguidores, afirme que “los Demonios se disfrazan de Medios, Periodistas
y dueños de Redes y Plataformas Sociales ‘socialistas’” (irónicamente, en
un tweet). Hasta los estándares religiosos éticos son atacados por
los irracionales: María Elisa Smith afirma que el islam es respetable (porque
sus amigas musulmanas son “mujeres consentidas”) pero el catolicismo promueve
el socialismo y el judaísmo “es comunista”, mientras una venezolana cristiana
pero new age de extrema derecha (tremenda mezcolanza) afirma
que la Iglesia ha sido infiltrada y Francisco es el diablo en sotana.
Aun así, como al periodismo y las instituciones
sociales y políticas, nuestros contrailustrados han buscado particularmente
socavar a la ciencia: alimentándose del nutrido mar de teorías de conspiración
sobre la pandemia y desinformación epidemiológica que ha inundado ridículamente
nuestras redes sociales desde el inicio de la pandemia. Las mascarillas son
ridículas e inútiles, afirma Smith, y la vacuna es peligrosa. De hecho, dice,
la élite global se aprovechó de los casos anuales de neumonía para pretender
que había una pandemia de un virus nuevo.
Para el padre Palmar, “los actores del nuevo orden
mundial sacrificaron miles de seres humanos con un virus” para sacar a Trump de
la Casa Blanca, mientras que Sosa Azpúrua afirma que “luce plausibe” que el
coronavirus fue una estrategia para promover el voto por correo y hacer el
inventado fraude contra Trump, y María Conchita Alonso se queja de que Facebook
le cerró su fan page por compartir una (falsa) cura de la
covid-19 que puede salvar vidas. Ni hablar de cómo comparte videos en Youtube
sobre los supuestos planes maquiavélicos tras la vacuna: convertida en fábula
de terror por los irracionales que se han inventado que nos esterilizará,
cambiará de sexo, pondrá chips o nos matará.
De todos ellos, el profesor de la USB Erik del Bufalo
lo ha llevado a otro extremo: “el verdadero proyecto del coronavirus”, afirma,
es “la gobernanza global de los plutócratas”. De hecho, afirma, es un “un plan
global contra Dios y el hombre”. Así, financiado por la administración Obama,
el coronavirus es un instrumento de la élite global para crear “un mundo, un
virus, un globo, un poder sin fronteras”.
¿Meses, horas y años de fatigantes investigaciones?
¿Una nutrida literatura? ¿Una comunidad internacional descentralizada de
científicos e instituciones pasionalmente dedicados a sus áreas? ¿Método
científico, falsabilidad, empirismo, reproducibilidad, documentos científicos
peer-reviewed, racionalismo? ¡Qué va! Nuestros irracionales, con sus foros de
mala muerte y sus videítos en Youtube, conocen mucho más que esos mentirosos
científicos.
¡Cuánta arrogancia!
Nuestro conservadurismo chimbo
Pero, si para McManus este conservadurismo posmoderno
es resultado del abandono de la clase obrera rural blanca por parte de un libre
mercado cada vez más global y desregulado (y la soledad y alienación que esto
produce) como también de la ansiedad de sectores cristianos y étnicamente
homogéneos por el la liberación sexual y el incremento de las minorías raciales
en Occidente, ¿cómo explotó en un país como Venezuela, tan distante de estas
situaciones?
El conservador venezolano promedio no sabe quién es
Roger Scruton ni Allan Bloom ni mucho menos qué es el integralismo. Es, tan
solo, un reaccionario posmoderno que jura defender a la familia tradicional y
la civilización Occidental (aunque viva en un rincón olvidado del Tercer
Mundo). Para él, y sus verdades subjetivas, los hechos siempre tienen hechos
alternativos, los problemas y fracasos son conspiraciones de la progresía, el
periodismo crítico es fake news y la derrota en un sistema
electoral limpio es un fraude masivo.
No es más que el resultado de años de maltrato
sistemático chavista: de un sistema que ha cometido un daño a la condición
humana por sí sola, ha alienado nuestra dignidad, ha quitado el aprecio a la
vida y nos ha hecho perder la conciencia de nosotros mismos como obreros de
nuestro destino. En su lugar, como reacción, hemos adoptado un chimbismo
ideológico, wannabe, que busca solucionar la extrema izquierda con
la extrema derecha y que no puede proponer ideas propias para el contexto
venezolano: tan solo reciclar talking points de Breitbart. Es
quien, exhausto y dolido, cree que la solución a la izquierda extrema y
autocrática es la derecha extrema y autocrática.
De hecho, por ofertas de salvación militar que jamás
llegaron, los irracionales criollos esbozan ahora una identidad dislocada: han
hecho suyos los problemas y diatribas estadounidenses y muestran gorras MAGA
desde Cabimas o Santiago de Chile. De hecho, sin pies ni cabeza, exigen un
Colegio Electoral y una Segunda Enmienda para Venezuela. Más contradicción
posmoderna: porque somos nacionalistas, pero queremos ser gringos.
Lo posmoderno y paradójico de estos
pseudo-conservadores criollos es tal que incluso celebran comportamientos
autocráticos de líderes de derecha de otros países u otros momentos históricos
(como Trump y Orban o como Pérez Jiménez y Pinochet) al mismo son que exigen libertad para Venezuela. Es tan
contradictorio, tan dinámico y permisivo, que se puede defender a Putin si se
le acusa de interferir en Estados Unidos (es más, celebrarlo, si persigue a los
gays) pero odiarlo y despotricar si manda tropas rusas a la tierra pemón.
Por ello, adorando a dictadores como parte de ese
mesianismo tan común en Venezuela, nuestro conservador posmoderno promedio era
adeco hace cinco años y ahora comparte toda la mamarrachada QAnon y anti-vacunas: pasó de
celebrar a Betancourt por su oposición a los Castro a acusarlo de ser un
presidente comunista.
Los extremos se tocan: según el intelectual Arthur M.
Schlesinger Jr. en The Vital Center, la derecha y la izquierda
son un círculo, no una línea. En un lado, la extrema derecha y la extrema izquierda.
En el otro, está el centro (los centristas, la derecha moderada y la izquierda
democrática), que mantiene a la sociedad unida y libre: siempre vulnerable a
los ataques de los extremos.
Hoy, el centro ha quedado reducido a las ONG,
activistas democráticos, medios de comunicación y asociaciones e instituciones
de la sociedad civil (universidades, academias, gremios). Con el mismo ímpetu
autoritario y anticientífico del chavismo, porque los extremos se
confabulan en el círculo hasta hacerse indiscernibles, nuestra nueva
“contrailustración” busca minar este centro en los sectores de la sociedad
donde aun mantiene legitimidad.
Es una oposición compartida al orden
democrático-liberal: el chavismo quemó los campos de girasoles. Los
conservadores posmodernos están buscando destruir las semillas restantes bajo
la tierra chamuscada: rehacer el wasteland a su imagen y semejanza.
Brave New Country
Entonces, ¿qué nos depara como nación, si el chavismo
ha reconstruido a sus enemigos a su imagen y semejanza? ¿Si la enfermedad
ideológica está pudriendo al cuerpo social?
¡Mirad y desesperad!: como burbujea en las redes un
rechazo furibundo, hasta vulgar, hacia la democracia liberal desde quienes
juran defender a esa “práctica política en evolución”, en palabras del escritor
político Adam Gopnik, “que defiende la necesidad y posibilidad de una
(imperfecta) reforma social igualitaria y una mayor (si no, absoluta)
tolerancia de la diferencia humana a través de la conversación razonada y
(mayoritariamente) sin trabas, la demostración y el debate”. Una práctica
imperfecta pero que ha hecho a este mundo un lugar más justo, próspero y libre.
Con ello viene la anticiencia: un rechazo arrogante,
de pensamientos mágicos e irracionales, contra esa matriz compleja y hermosa
que es la ciencia y que por medio de sus vacunas, documentos, mediciones,
exámenes y aparataje extraño ha creado un mundo dramáticamente más saludable,
vivo, ecológicamente sano e higiénico que el de nuestros ancestros: repleto de
epidemias y pestes, ratas rabiosas, muertes prematuras, overkill ecológico
y ataúdes de niños. Somos la excepción de la historia, sus privilegiados: basta
mirar las estadísticas y
vislumbrar la era más saludable, alfabetizada, rica, pacífica y libre de
nuestra especie. Y pocos parecen entenderlo.
Y así –esparciéndose por Whatsapp cual putrefacta
metástasis, dejando atrás las burbujas informáticas de Twitter para contaminar
a vastos segmentos de la población– levantamos la mirada para encontrar a un
padre, a un tío, a un excompañero de clases proponiendo limitar los derechos
civiles de clases y grupos sociales enteros o afirmar, sin duda alguna, que los
malignos y charlatanes científicos nos esterilizarán con su vacuna o nos
volverán “mutantes sin sexo”. Es más, niegan –como si se tratase de ovnis o
fantasmas– el drástico crucial cambio climático que acosa a nuestro mundo:
aunque California esté en llamas, Mérida
se quede sin glaciares y el lago Chad se seque del mapa.
Los irracionales están pudriendo a aquella parte de la
sociedad venezolana que no cayó ante las seducciones del chavismo.
Dice el politólogo Edmund Fawcett, que “el liberalismo
está atado a ser espacioso. Entre sus logros más notables está crear un tipo de
política en el que la discordia ética profunda y los conflictos agudos de
interés material pueden ser negociados, apaciguados o mantenidos a raya en vez
de ser peleados con una visión de victoria total”: la democracia liberal es la
pluralidad, el accountability ante los votantes y la paz. En
su lugar, Sosa Azpurúa –con una foto en la que la cara de Trump aparece sobre
el cuerpo musculoso de Atlas cargando el mundo– diciéndonos, con adoración
caudillista, que “este tercio es nuestro Gladiador contra las bestias peludas
de la agenda Progre” y que “este acorazado humano representa nuestra última
esperanza”.
No hay espacio, no hay negociación, no hay debate,
demostración o conversación razonada: tan solo “intelectuales”, con cientos de
miles de seguidores, que ven a las libertades no como un derecho inalienable
sino como un privilegio ganado por quienes lo merecen en jerarquías, como lo
veían griegos y romanos, quienes no encontraban paradoja entre la esclavitud y
la libertad. Es decir, que la insistencia de García Banchs en separar el
republicanismo de la democracia no es mera ignorancia política.
Volvamos a la pregunta: ¿qué nos puede deparar como
nación ante la primavera de los irracionales? ¿Un Eric Rudolph poniendo bombas
en clínicas abortistas, discotecas gays y juegos olímpicos? ¿Un Anders Behring
Breivik bombardeando sedes políticas como protesta al “marxismo cultural”? ¿Los
nazis instaurando una dictadura militar para evitar el “bolchevismo cultural”,
como nuestros irracionales denuncian un tal “marxismo cultural”? ¿Otro Pizzagate gunman?
¿O algo peor?
Quizás, si el centro político no recupera su vigor
entre las contrailustraciones, nos depara otro caudillo populista –esta vez de
derecha, hablando de patria y familia– que ataque con igual saña al IVIC, reduzca las libertades,
pisotee medios de comunicación y periodistas, suprima el voto de grupos
minoritarios, tenga prisioneros de pensamiento, justifique más crímenes
ecológicos y se codee ya no de despreciables espías cubanos y paramilitares que
lideran comunas sino de grupos de interés mineros deseosos de seguir la
carnicería ecología o pastores evangélicos y carismáticos anhelantes de
cercenar nuestras libertades individuales.
Sifrizuela
@sifrizuela
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