Por Piero Trepiccione
La humanidad, a lo
largo de los siglos, derramó demasiada sangre en luchas intestinas para
ponerle límites al poder. Éste, en tanto y cuanto se ejercía de manera
individual y sin contrastes, era propicio en desvíos y distorsiones que
terminaban impulsando cualquier tipo de injusticias y de desigualdades,
justificadas inclusive, por fórmulas metafísicas o divinas que amparaban
ideológicamente o por el poder de las espadas, los desmanes del poder
manejado egocéntricamente.
El poder de uno valió
que muchos movimientos y guerras se dieran para colocar límites definitivos a
las autocracias y crear a las instituciones que permitieran diluir los
caprichos individuales en un esquema de controles que harían aflorar esquemas
más democráticos y equilibrados para el ejercicio del poder.
Civilizaciones enteras
pusieron la carne en el asador para desarrollar esa cultura de las
instituciones como práctica superior en la búsqueda de un bienestar
colectivo anclado a la voluntad general por encima de los intereses minúsculos
de algunos individuos. Pero este siglo, extrañamente, ha propulsado ciertos
tipos de liderazgos que han venido revirtiendo los esfuerzos milenarios de la
humanidad para controlar los egos. El autoritarismo ha reaparecido con
mucha fuerza y el ejercicio individual del poder, en desmedro de los controles
institucionales, se hace cada día más patente en diversas sociedades alrededor
del mundo. El denominado “híper liderazgo” fortalecido por la aparición de las
redes sociales y la telepolítica, es un fenómeno de reciente data cuyas
consecuencias estamos viendo en vivo y directo.
Han regresado a la
política los insultos masificados y el juego brusco de la polémica para ganar
adeptos. Este formato ha venido golpeando con mucha fuerza el desarrollo
institucional y ha regresado a estadios mucho más individuales el procesamiento
de las disputas por el poder. Las consecuencias de este fenómeno apuntan a
una profundización del autoritarismo en detrimento del funcionamiento del
Estado como centro de gravedad en la distribución y control del poder y a
un deterioro creciente de la democracia, en tanto y cuanto, se soporta en el
esquema de controles, pesos y contrapesos que buscan siempre el
equilibrio.
El desborde de las
instituciones es acaso el mayor de los desafíos que confronta la humanidad en
lo referente a detener el derrumbe de los controles ante los designios y
caprichos de líderes que actúan apegados a una lógica del individualismo; con
el agravante que éstas fórmulas, vistas ampliamente en redes sociales, son simpáticas
a una gran parte de la población que respalda estas acciones, propias de
espectáculo farandulero, sin tener conciencia del grave daño que se está
infligiendo a la convivencia democrática.
Por lo tanto, es
importante comenzar a acumular apoyos y estructuras orgánicas alrededor
del mundo que puedan posicionar la necesidad de volver a la fortaleza
institucional como elemento clave para la profundización del desarrollo de la
democracia.
La naturaleza humana
por excelencia está llena de defectos que se potencian cuando se asume el
poder. Recordar aquella máxima que indica “si quieres conocer a alguien dale
poder”. En ese sentido, es fundamental el esquema de diluirlo en las
instituciones para evitar que el ego personal pueda orientar las acciones de gobierno
en favor de minorías e intereses reducidos contrarios a la voluntad general,
que es, en última instancia, la que debe determinar el rumbo de lo público. Es
un enorme y necesario desafío que ya estamos requiriendo.
22-12-20
https://efectococuyo.com/opinion/volver-a-las-instituciones-el-mayor-de-los-desafios/
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