Miguel Henrique Otero 20 de diciembre de 2020
@miguelhotero
Antes de contestar a la pregunta formulada en el
titular de este artículo, debo apresurarme a explicar a qué llamo ‘fracturado’:
me refiero a posibles rompimientos internos de suficiente envergadura
-rompimientos de la unidad estructural del régimen-, que pudieran: Uno, derivar
en una crisis o enfrentamiento que cuestione a Maduro como jefe del régimen;
Dos, o que promueva modificaciones sustantivas en la actual estructura de
poder: salida de actores claves e ingreso de nuevos factores, con ánimo de
renovación; o Tres, que logre aglutinar suficiente influencia o capacidad de
presión para obligar al núcleo conductor del régimen, a dar un cambio radical
en las brutales políticas con que se mantiene en el poder.
Mi respuesta a la interrogante, en los términos en que
está formulada aquí, es que el régimen no tiene fracturas internas de la
envergadura necesaria o con fuerza para despojar a Maduro de su condición de
mandamás absoluto, ni capacidad para modificar los componentes claves –y las
cuotas que controlan– de la estructura civil-militar que tiene sometida a
Venezuela, ni tampoco tiene la posibilidad de agrupar las influencias
necesarias para convencer al Alto Mando Militar, a los agentes extranjeros con
participación en el poder, y al coto familiar Maduro-Flores y compañía, de los
posibles beneficios –para ellos y para la nación venezolana– de aliviar los
sufrimientos que causan, minuto a minuto, a la sociedad venezolana.
Por supuesto que hay, y muy extendido, un malestar en
el Partido Socialista Unido de Venezuela. También, que es innegable que en las
fuerzas –fuerzas muy pequeñas, casi marginales, de los otros partidos que
suscriben al régimen– predomina un tono crítico, de cuestionamiento constante
de casi todas las decisiones del poder, entre otras razones, porque no se les
consulta la opinión, ni se les informa, y en realidad se les trata, no como
segundones –eso ya sería algo–, sino que simplemente se les usa como un molesto
y barato cuerpo de títeres, a los que se les convoca para que hagan bulto,
aplaudan cuando se les ordena, y para que contribuyan a simular el apoyo social
que el régimen no tiene. Este modesto almacén de títeres incluye al Partido
Comunista de Venezuela –habría obtenido 2,7% de los votos en el fraude del 6D–,
cuyas diligencias ante el poder ruso para mejorar su estatuto en el reparto
venezolano han sido por completo infructuosas.
A lo anterior hay que sumar el malestar que predomina
en las fuerzas armadas, que es, a la vez, numeroso e impotente, por una
confluencia de factores: Uno: en las fuerzas militares, como es obvio, se ha
impuesto el pavor a la Dgcim y a las prácticas de tortura y de violación de los
derechos humanos, mucho más cruentas que en el caso de los civiles. Los
torturadores de la Dgcim son, en disputa con los del Sebin y los de otros
cuerpos policiales y militares, el grupo gubernamental más temido. Dos: los
cuarteles, salvo excepciones, son unidades desarmadas, incomunicadas,
hambrientas y profundamente afectadas por las carestías, el desánimo, las
enfermedades y los esfuerzos por sobrevivir. Tres: Capas enteras de la FANB
están dedicadas a la corrupción, en múltiples modalidades: contrabandean y
trapichean con los combustibles; integran bandas de atracadores; extorsionan en
alcabalas, puntos de control y en las vías públicas; guisan en puertos,
aeropuertos, acceso a hospitales, cárceles y más. No están unidas, sino lo
contrario: en permanente disputa. Compiten por los negocios en los que
participan. Cuatro: la FANB debe ser el colectivo más vigilado de la sociedad
venezolana, incluso más allá de lo que los expertos en la materia alcanzan a
imaginar. Parte sustantiva de la actividad que cubanos, rusos, chinos e iraníes
realizan en Venezuela está dedicada a labores de inteligencia sobre la fuerza
armada y los miembros del régimen. Más que la oposición, al régimen le preocupa
mucho más la desafección de los suyos, la traición de los últimos aliados que
le quedan.
¿Por qué, a pesar de todo lo expuesto hasta aquí, y de
muchos otros factores que podrían añadirse, el régimen mantiene una condición
monolítica, sin fracturas de verdadera importancia, que pudieran dar un giro a
las realidades de hoy?
Básicamente
por cuatro factores, que explico muy esquemáticamente a continuación. Uno: los
disidentes o, mejor dicho, los posibles disidentes, no están organizados. Les
alcanza el rechazo general de la sociedad, pero no transforman el sufrimiento
de los venezolanos en una acción política, entre otras razones, porque temen a
la respuesta torturadora del régimen. Dos: No tienen un líder visible y
reconocido. La intensidad de los odios y rivalidades –que supera a los
presentes en la oposición– les impide reconocerse y encontrarse. Tres: Aunque
silenciosamente odien a Maduro o murmuren contra el abuso de los clanes civiles
y militares que se reparten el territorio, no dicen ni una palabra, porque
están todos dedicados a cuidar sus parcelas de negocios, sus cargos, sus
contratos, sus prebendas y prácticas ilícitas.
Pero el factor más importante –cuatro–, el que a fin
de cuentas resulta más poderoso y unificador, el que hace al régimen un
monolito, ahora mismo casi inexpugnable, es el temor al fin del régimen, por
los peligros que ello supondría –entre ellos, cárcel para varios miles de delincuentes–,
por las pérdidas de poder y beneficios que representaría, por la incertidumbre
que supondría para la maraña de intereses –rusos, chinos, iraníes, cubanos,
bielorrusos, de los carteles de la droga, de las ex FARC, del ELN y otros que
operan en la trastienda–, que operan para mantener la unidad y la cohesión
alrededor de Maduro, aún cuando lo consideren una bestia odiosa, porque, y esa
es la gran paradoja del régimen, es la única que puede asegurarles que
continuarán esquilmando y saqueando el país, impunemente y por tiempo
indefinido.
Lo repito: es un monolito, cohesionado y firme, no en
lo cotidiano ni en las luchas cruentas por el reparto de parcelas de negocios y
poder. Es un monolito ante cualquier aviso o iniciativa que suponga un riesgo
para la supervivencia, para la prolongación plena de ese poder.
Miguel
Henrique Otero
@miguelhotero
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