Francisco Fernández-Carvajal de diciembre de 2020
@hablarcondios
— En Belén no quisieron recibir a Cristo. También hoy
muchos hombres no quieren recibirlo.
— Nacimiento del Mesías. La «cátedra» de Belén.
— Adoración de los pastores. Humildad y sencillez para
reconocer a Cristo en nuestras vidas.
I. En
aquellos días se promulgó un edicto de César Augusto, para que se empadronase
todo el mundo1.
Ahora nosotros podemos ver con claridad que fue una
providencia de Dios aquel decreto del emperador romano. Por esta razón María y
José fueron a Belén y allí nació Jesús, según había sido profetizado muchos
siglos antes2.
La Virgen sabía que estaba ya próximo el nacimiento de
Jesús, y emprendió aquel viaje con el pensamiento puesto en el Hijo que le iba
a nacer en el pueblo de David.
Llegaron a Belén,
con la alegría de estar ya en el lugar de sus antepasados, y también con el
cansancio de un viaje por caminos en malas condiciones, durante cuatro o cinco
jornadas. La Virgen, en su estado, debió llegar muy cansada. Y en Belén no
encontraron dónde instalarse. No hubo para ellos lugar en la posada,
dice San Lucas3,
con frase escueta. Quizá José juzgara que la posada repleta de gente no era
sitio adecuado para Nuestra Señora, especialmente en aquellas circunstancias.
San José debió de llamar a muchas puertas antes de llevar a María a un establo,
en las afueras. Nos imaginamos bien la escena: José explicando una y otra vez,
con angustia creciente, la misma historia, «que venían de...», y María a pocos
metros, viendo a José y oyendo las negativas. No dejaron entrar a Cristo. Le
cerraron las puertas. María siente pena por José, y por aquellas gentes. ¡Qué
frío es el mundo para con su Dios!
Quizá fue la Virgen quien propuso a José instalarse
provisionalmente en alguna de aquellas cuevas, que hacían de establo a las
afueras del pueblo. Probablemente le animó, diciéndole que no se preocupara,
que ya se arreglarían... José se sintió confortado por las palabras y la
sonrisa de María. De modo que allí se aposentaron con los enseres que habían
podido traer desde Nazaret: los pañales, alguna ropa que ella misma había
preparado con la ilusión que solo saben poner las madres en su primer hijo...
Y en aquel lugar sucedió el acontecimiento más grande
de la humanidad, con la más absoluta sencillez: Y sucedió –nos
dice San Lucas– que estando allí se le cumplió la hora del parto4.
María envolvió a Jesús con inmenso amor en unos pañales y lo recostó en
el pesebre.
La Virgen tenía la fe más perfecta que cualquier otra
persona antes o después de Ella. Y todos sus gestos eran expresión de su fe y
de su ternura. Le besaría los pies porque era su Señor, le besaría la cara
porque era su hijo. Se quedaría mucho tiempo quieta contemplándolo.
Después, María puso al Niño en brazos de José, que
sabe bien que es el Hijo del Altísimo, al que debe cuidar, proteger, enseñarle
un oficio. Toda su vida está centrada en este Niño indefenso.
Jesús, recién nacido, no habla; pero es la Palabra
eterna del Padre. Se ha dicho que el pesebre es una cátedra. Nosotros deberíamos
hoy «entender las lecciones que nos da Jesús ya desde Niño, desde que está
recién nacido, desde que sus ojos se abrieron a esta bendita tierra de los
hombres»5.
Nace pobre, y nos enseña que la felicidad no se
encuentra en la abundancia de bienes. Viene al mundo sin ostentación alguna, y
nos anima a ser humildes y a no estar pendientes del aplauso de los hombres.
«Dios se humilla para que podamos acercarnos a Él, para que podamos
corresponder a su amor con nuestro amor, para que nuestra libertad se rinda no
solo ante el espectáculo de su poder, sino ante la maravilla de su humildad»6.
Hacemos un propósito de desprendimiento y de humildad.
Miramos a María y la vemos llena de alegría. Ella sabe que ha comenzado para la
humanidad una nueva era: la del Mesías, su Hijo. Le pedimos no perder jamás la
alegría de estar junto a Jesús.
II. Jesús, María y
José estaban solos. Pero Dios buscó para acompañarles a gente sencilla, unos
pastores, quizá porque, como eran humildes, no se asustarían al encontrar al
Mesías en una cueva, envuelto en pañales.
Son los pastores de aquellos contornos a quienes se
refería el profeta Isaías: el pueblo que caminaba en tinieblas vio una
gran luz7.
En esta primera noche solo en ellos se cumple la
profecía. Ven una gran luz: la gloria del Señor los envolvió de
claridad8. No temáis, les dice un ángel, pues vengo
a anunciaros una gran alegría, que lo será para todo el pueblo; hoy, en la ciudad
de David, os ha nacido el Salvador, que es el Cristo, el Señor9.
Esa noche son los primeros y los únicos en saberlo.
«En cambio, hoy lo saben millones de hombres en todo el mundo. La luz de la
noche de Belén ha llegado a muchos corazones, y, sin embargo, al mismo tiempo,
permanece la oscuridad. A veces, incluso parece que más intensa (...). Los que
aquella noche lo acogieron, encontraron una gran alegría. La
alegría que brota de la luz. La oscuridad del mundo superada por la luz del
nacimiento de Dios (...).
»No importa que, en esa primera noche, la noche del
nacimiento de Dios, la alegría de este acontecimiento llegue solo a estos pocos
corazones. No importa. Está destinada a todos los corazones humanos.
¡Es la alegría del género humano, alegría sobrehumana! ¿Acaso puede haber una
alegría mayor que esta, puede haber una Nueva mejor que esta: el hombre ha
sido aceptado por Dios para convertirse en hijo suyo en este Hijo de
Dios, que se ha hecho hombre?»10.
Dios quiso que estos pastores fueran también los
primeros mensajeros; ellos irán contando lo que han visto y oído. Y
todos los que les escucharon se maravillaron de cuanto los pastores les habían
dicho11. Igualmente a nosotros se nos revela Jesús en medio de la
normalidad de nuestros días; y también son necesarias las mismas disposiciones
de sencillez y de humildad para llegar hasta Él. Es posible que a lo largo de
nuestra vida nos dé señales que, vistas con ojos humanos, nada digan. Hemos de
estar atentos para descubrir a Jesús en la sencillez de lo ordinario, envuelto
en pañales y reclinado en un pesebre, sin manifestaciones aparatosas. Y
todo el que ve a Cristo se siente conmovido a darlo a conocer enseguida. No
puede esperar.
Naturalmente que los pastores no se pondrían en camino
sin regalos para el recién nacido. En el mundo oriental de entonces era
inconcebible que alguien se presentase a una persona elevada sin algún regalo.
Llevarían lo que tenían a su alcance: algún cordero, queso, manteca, leche,
requesón...12. Sin duda que no es demasiado desacierto figurarse la escena
tal como la representan los innumerables «belenes» de estos
días y la pregonan los «villancicos» cantados con sencillez
por el pueblo cristiano y con los que muchos de nosotros, quizá, hemos hecho
nuestra oración.
María y José, sorprendidos y alegres, invitan a los
tímidos pastores a que entren y vean al Niño, y lo besen y le canten, y le
dejen cerca del pesebre sus presentes.
Nosotros tampoco podemos ir a la gruta de Belén sin
nuestro regalo.
Quizá lo que nos agradecería la Virgen es un alma más
entregada, más limpia, más alegre porque es consciente de su filiación divina,
mejor dispuesta a través de una Confesión más contrita, para que el Señor
habite con más plenitud en nosotros. Esa Confesión que tal vez Dios lleva
esperando hace tiempo...
María y José nos están invitando a entrar. Y, una vez
dentro, le decimos a Jesús con la Iglesia: Rey del universo a quien los
pastores encontraron envuelto en pañales, ayúdanos a imitar siempre tu pobreza
y tu sencillez13.
III. Alegrémonos
todos en el Señor, porque nuestro Salvador ha nacido en el mundo. Hoy, desde el
Cielo, ha descendido la paz sobre nosotros14.
«Acabamos de oír un mensaje rebosante de alegría y digno de todo aprecio:
Cristo Jesús, el Hijo de Dios, ha nacido en Belén de Judá. El anuncio me
estremece, mi espíritu se enciende en mi interior y se apresura, como siempre,
a comunicaros esta alegría y este júbilo», anuncia San Bernardo15.
Y todos nos ponemos en camino para contemplar y adorar a Jesús, pues todos
tenemos necesidad de Él; es de Él de lo único que tenemos verdadera
necesidad. No hay tal andar como buscar a Cristo. // No hay tal andar
como a Cristo buscar. // Que no hay tal andar, canta un villancico popular,
diciéndonos que ningún camino que emprendamos vale la pena si no termina en el
Niño Dios.
«Hoy ha nacido nuestro Salvador. No puede haber lugar
para la tristeza, cuando acaba de nacer la vida; la misma que acaba con el
temor de la mortalidad, y nos infunde la alegría de la eternidad prometida.
»Nadie tiene por qué sentirse alejado de la
participación de semejante gozo, a todos es común el motivo para el júbilo:
porque nuestro Señor, destructor del pecado y de la muerte, como no ha
encontrado a nadie libre de culpa, ha venido a liberarnos a todos. Que se
alegre el santo, puesto que se acerca a la victoria. Alégrese el gentil, ya que
se le llama a la vida.
»Pues el Hijo, al cumplirse la plenitud de los tiempos
(...) asumió la naturaleza del género humano para conciliarla con su Creador»16.
De aquí nace para todos, como un río incontenible, la alegría de estas fiestas.
Cantamos con júbilo en estos días de Navidad porque el
amor está entre nosotros hasta el fin de los tiempos. La presencia del Niño es
el amor en medio de los hombres; y el mundo no es ya un lugar oscuro: quienes
buscan amor saben donde encontrarlo. Y es de amor de lo que esencialmente anda
necesitado cada hombre; también aquellos que pretenden estar satisfechos de
todo.
Cuando en el día de hoy nos acerquemos a besar al Niño
o contemplemos un Nacimiento, o meditemos en este gran misterio, que
agradezcamos a Dios su deseo de abajarse hasta nosotros para hacerse entender y
querer, y que nos decidamos a hacernos también como niños, para poder así
entrar un día en el reino de los cielos. Terminamos nuestra oración diciéndole
a Dios Nuestro Padre: concédenos compartir la vida divina de aquel que
hoy se ha dignado compartir con el hombre la condición humana17.
Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros.
1 Lc 2,
1. —
2 Miq 5,
2 ss. —
3 Cfr. Lc 2,
7. —
4 Lc 2,
6. —
5 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 14. —
6 Ibídem.
—
7 Is 9,
2. —
8 Lc 2,
9. —
9 Lc 2,
10. —
10 Juan
Pablo II, Homilía en la Misa de Nochebuena de 1980. —
11 Lc 2,
18. —
12 Cfr. F.
M. Willian, Vida de María, p. 110. —
13 Laudes
5 de enero. Preces. —
14 Antífona
de entrada. Misa de medianoche. —
15 San
Bernardo, Sermón 6. Sobre el anuncio de la Navidad,
1. —
16 San
León Magno, Sermón en la Navidad del Señor, 1-3. —
17 Oración
colecta de Navidad.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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