Por Hugo Prieto
«A buen
entendedor, pocas palabras». No solo es un refrán, sino una clave para darle
entidad a la tesis que -en esta entrevista- sostiene Ruth de Krivoy*. Y para
muestra un botón: «No es lo mismo depender de las políticas públicas, que de la
política». Sabemos que las políticas públicas se definen y aplican luego de un
consenso en el que intervienen las partes involucradas, un consenso que podría
resumirse en ganar-ganar. Pero la política no siempre es consecuencia del accountability y
los check and balance que sostienen a las instituciones de una
república. En cambio, la política puede ser el resultado de la voluntad, el
capricho o la imposición de un solo hombre. Tengamos, pues, esto en cuenta.
El año 2000
nos encuentra en una paradoja, después de una década
de golpes de Estado y crisis persistente. Fue un momento crítico. ¿Qué
evaluación hizo usted de este momento?
En ese año
veníamos de salir de la crisis bancaria (1994), un proceso complicado, costoso.
Hubiera podido prevenirse con mejores regulaciones y mejores políticas de
estabilización. Si bien en 1998 lo peor de la crisis ya se había superado, el
panorama de nuestra economía era complejo, entre otras cosas, porque los
problemas tradicionales estaban vigentes: la dependencia del petróleo, la carencia
de mecanismos de estabilización, la inflación persistente (alrededor del 25 por
ciento). En ese momento necesitábamos enrumbar a la economía venezolana. Un
reto que hemos tenido siempre. Reto que ha enfrentado cada Gobierno que ha
asumido el poder. Pero en una sociedad rentista, acostumbrada a recibir
ingresos petroleros para cubrir necesidades del día a día, con una visión
eminentemente cortoplacista y un sector privado no petrolero enfocado en
atender la alimentación, fundamentalmente, con algo de infraestructura y poca
diversificación, se necesitaba profundizar en las reformas que se iniciaron en
1989, reformas que estaban orientadas a la modernización y diversificación, con
orientación de largo plazo. Reformas que se fueron diluyendo, se fueron perdiendo.
Un reto
persistente que supone una encrucijada.
Era una
coyuntura en la cual, según el camino que se tomara, o bien la economía
venezolana se enrumbaba con metas de desarrollo de largo plazo o se
profundizaba la erosión. Ese era el reto en el 2000.
¿No era el
momento para convertir a PDVSA en una empresa energética y que Venezuela
ocupara un nicho en la economía global?
Esa pregunta
me lleva a lo siguiente: PDVSA era una empresa competitiva, era una empresa
focalizada en lo que le tocaba hacer: producir y vender petróleo, generar los
ingresos que después el aparato estatal redistribuyera, bien sea a fortalecer
la red de seguridad social -salud, educación, infraestructura, prestaciones
sociales, pensiones- y crear, alimentar, la capacidad de los recursos externos.
Aunque esas funciones (enumeradas arriba) correspondían a otras instituciones
del Estado, no a PDVSA. De ser una empresa petrolera, PDVSA pasó a ser la hidra
de múltiples cabezas, de múltiples empresas -alimentos, vivienda, desarrollo
agrícola, etc.-, que distrajeron a la industria. Además, a PDVSA se le despojó
de recursos, entre 2006 y 2011, cuando se reformó la Ley del Banco Central de
Venezuela y se creó el Fonden. A la industria se le impuso el traspaso de 31
millardos de dólares al Fonden y, de paso, también se le impuso al BCV entregar
40 millardos de dólares a ese organismo. Esa decisión debilitó tanto a PDVSA
como al BCV. Esos 40 millardos de dólares, por ejemplo, pudieron haber estado
en las reservas internacionales cumpliendo una función de estabilización y los
31 millardos de PDVSA pudieron haber fortalecido a la empresa.
¿Qué nos
dice la toma de esas decisiones?
Ese hecho
ilustra cómo el manejo institucional debilitó a la industria petrolera y a una
institución tan importante como el Banco Central. Y, finalmente, debilitó a la
economía, porque el hilo conductor de todos estos temas, a mi juicio, está en
las instituciones. En cualquier país, las instituciones cumplen una función muy
importante. Lamentablemente, para Venezuela, nuestro panorama institucional,
que ya era débil, se ha debilitado aún más.
Un aparato
productivo privado que depende de
las decisiones que toma el Gobierno. Me estoy refiriendo a las políticas
arancelarias, a la política crediticia, entre otras. ¿En qué momento se tomaron
decisiones que llevaron a la quiebra del sector privado?
En una
economía no existe tal cosa como un sector privado independiente, aunque es muy
distinto ser dependiente de las políticas públicas que de la política. Una cosa
que enredó el juego fue el papel político que asumieron algunas instituciones
del sector privado. Entonces, ¿qué ha pasado con el sector privado venezolano?
Primero, ha estado concentrado en actividades no petroleras (el petróleo ha
sido un coto exclusivo del Estado). Segundo, era dependiente de las
importaciones de insumos y bienes de capital, exportaba muy poco y, por lo
tanto, era muy vulnerable al tamaño del mercado interno. Tercero, en Venezuela
hay una larga tradición de sobrevaluar el bolívar, que nuestra moneda tenga un
alto valor externo para abaratar las importaciones y, por esa vía, redistribuir
la riqueza generada por el petróleo a la población. En el pasado, el bolívar se
sobrevaluaba cuando subían los precios del petróleo, aumentaban los ingresos y
se hacía más barato todo lo que teníamos que traer del exterior. ¿Qué ocurrió?
La sobrevaluación se convirtió en un arma de redistribución, no ya relacionada
con los ingresos, sino con redistribuir algo que ya no se generaba. Empieza el
tema de la sobrevaluación, la erosión de los derechos de propiedad, los
controles, las fuertes fluctuaciones en la actividad económica y el deterioro
de los mecanismos de resolución de conflictos por la politización del Poder
Judicial. Entonces, se encoge el mercado interno, desaparece el financiamiento
bancario, producto de la política de estabilización del Gobierno, la
sobrevaluación hace mucho más difícil exportar, las normas en materia laboral
dificultan el manejo del recurso humano. En fin, estaban dadas todas las
condiciones para que el sector privado se debilitara sustancialmente.
La sola
enumeración de esos hechos produce vértigo.
Recordemos
los planes de la nación que, a partir de 2006, contemplaban el encogimiento del
sector privado y la expansión del sector público. Lo que pasó fue algo
planificado. Sucedió por diseño.
¿Por ese
camino llegamos a los bodegones?
Pues, en
cierta forma, sí, porque los bodegones son la manifestación de una política
que, hoy día, facilita las importaciones para combatir la escasez. La escasez
fue un problema reciente, pero ya no lo es, porque aumentó la oferta de
productos terminados y algunos insumos. Las importaciones son baratas, muchas
son ilegales. Mucha informalidad. En el fondo lo que hay es la disposición a
mitigar los problemas actuales por la vía más fácil. Pero eso es pan para hoy y
hambre para mañana, porque estas políticas no producen empleo, no producen
crecimiento. Genera la satisfacción de unas necesidades momentáneas en las
zonas urbanas, pero nosotros estamos en presencia de una economía que se ha
encogido muy rápidamente -en cinco, seis años, cayó 80 por ciento- y si bien
hay la percepción de que esa caída aparatosa se ha detenido, estamos lejos de
un rebote que nos permita recuperar el terreno perdido y no tenemos un plan de
cómo enrumbar la economía. La realidad es distinta. El petróleo, hoy, no es lo
que era antes. No es tan importante. La infraestructura petrolera de Venezuela
está muy venida a menos. No somos un país como nuestros socios del Medio
Oriente que aprovechan las coyunturas para abrir o cerrar las válvulas y
generar más beneficios para su sociedad. Estamos a merced de lo que suceda con
los precios, produciendo poco y exportando poco.
El
presidente Chávez no mintió cuando en la campaña de 2005 dijo que «el que vote
por mí está votando por el socialismo». Nadie puede decir que lo engañaron o
que fue ingenuo. Pero eso también venía acompañado de que se iba a desmontar la
economía como la conocemos, la economía capitalista, al tiempo que veríamos el
surgimiento de la economía socialista. ¿Realmente existe una economía
socialista o es esto, lo que estamos viviendo?
Aquí se juntan dos cosas. La primera: en Venezuela había una larga cultura de valorar el papel que juega el Estado en la economía, producto de que el Estado es el dueño del petróleo. La venta del petróleo le genera al Estado unos ingresos y los gobiernos de turno tienen la potestad de distribuir y, cuando los políticos distribuyen, pues lo hacen a cambio de algo. Eso es así en todas partes del mundo. La segunda: Venezuela también ha sido un país que valoraba los controles. Hemos vivido décadas de controles de precios, controles de importaciones, controles de cambio, todos fallidos, pero no se echaba la culpa a los controles, sino a quienes administraban los controles. Quienes llegaban al gobierno pensaban que aquellos que los habían precedido no lo habían hecho bien. Por eso ese mensaje de darle prioridad al papel del Estado caló sin mayores problemas. A eso, entre otras cosas, habíamos estado acostumbrados durante mucho tiempo. El tema de la desregulación, de la competitividad, de la innovación, de ser un país emprendedor, eso no forma parte del ideario público en Venezuela.
¿Cuál sería
el otro elemento que se añade a la realidad económica de Venezuela?
Surgió el
problema alrededor del término socialismo, que no es exclusivo de Venezuela
nada más. De los países nórdicos se dice que son socialistas, porque tienen
programas de seguridad social muy poderosos. Pero, a su vez, tienen un régimen
de libre empresa, absoluta seguridad de los derechos de propiedad y planes muy
claros de desarrollo de largo plazo. Un país que nos debería tocar muy de cerca
es Noruega, un país petrolero que dedicó el grueso de sus ingresos por venta de
petróleo, a crear unos fondos de estabilización que les aseguran a sus
ciudadanos calidad de vida casi que infinita. Si eso es socialismo, venga pues.
Otra cosa es el comunismo, que es la propiedad del Estado, la abolición de los
derechos de propiedad. Lo que tenemos en Venezuela es producto de doctrinas socialistas
que han acabado con la solidez de los derechos de propiedad, la solidez de las
instituciones y el debilitamiento de la sociedad como un todo. La economía rusa
-eminentemente comunista- llevó al colapso del país y posteriormente se impuso
una economía muy peculiar. China es otro caso de economía comunista que
evolucionó a un híbrido de regiones, de segmentos, actividades… en fin.
¿Qué podría
decir del manejo de las principales variables macroeconómicas que se ha hecho
en todos estos años?
Nosotros
estamos sufriendo un proceso de hiperinflación todavía no corregido. Si bien ha
venido declinando, esto es producto de la decisión de las autoridades de
estabilizar la tasa de cambio, principal factor al que se le atribuye la
inflación. En verdad, nosotros tenemos una tasa de inflación que va de la mano
de las variaciones del precio del dólar. Para estabilizar la tasa de cambio se
ha ahogado el crédito bancario. Por lo tanto, no hay en Venezuela una oferta de
crédito que sustente la actividad productiva. Esto es una deficiencia
importante: no hay un solo país que haya desarrollado su economía sin crédito
bancario y sin un sistema bancario sólido. Por otro lado, mientras se
estabiliza la tasa de cambio por esta vía -las elevadas tasas de encaje-, ha
habido una política de financiamiento monetario, por parte del Banco Central, a
través de la adquisición de pagarés de PDVSA que aumentan la liquidez.
Entonces, el BCV crea liquidez y después busca esterilizarla con los encajes o
a través de la intervención cambiaria. Es decir, vendiendo dólares en el
mercado financiero para recoger bolívares. Este esquema produce una
estabilización lenta, compleja, costosa en términos sociales y no produce
crecimiento. Además, no ancla las expectativas, porque descansa en intervención
cambiaria, para lo cual el BCV necesita reservas mucho más de las que tiene. Y
descansa en la hipótesis de que no va a haber financiamiento bancario. Pero el
Gobierno no puede deshacerse del financiamiento del BCV porque hay una brecha
que tiene que llenar. Y no lo puede hacer a través de la recaudación interna
porque ahogaría aún más al sector privado. Entonces, es un programa económico
que necesita sus ajustes, porque no conduce a la estabilidad monetaria y no
conduce al crecimiento.
¿Cree que si
no fuera por las sanciones el gobierno del señor Maduro sería un hermoso
gobierno neoliberal?
No. Yo creo
que es razonable interpretar que el pragmatismo del Gobierno es una respuesta a
las urgentes necesidades del país y, probablemente, a la conclusión a la que
llegaron es que los controles estaban ahogando a la economía; y que para
reanimar al sector privado, que es imprescindible para reanimar a la economía,
había que desregular. Pero esta nueva desregulación, por los momentos, solo es
de hecho y no de derecho, porque todas las leyes que han dado lugar a la
política de controles siguen vigentes. Por lo tanto, se trata de una situación
que no genera el nivel de confianza necesario.
¿No es una
espada de Damocles? Porque en cualquier momento se desempolvan esas leyes y se
aplican.
Así es. Eso
es parte del problema.
*Economista por la Universidad Central de
Venezuela (Mención summa cum laude). Ha desarrollado una intensa actividad en
el servicio público ocupando distintas posiciones, entre otras, integrante de la
Comisión Asesora para el Refinanciamiento de la Deuda Externa y presidenta del
Banco Central de Venezuela, miembro honorario de la Academia Nacional de
Ciencias Económicas. En el plano académico fue profesora en la UCV, la UCAB y
el IESA. Ha dictado conferencias en Escuelas de Negocios y Universidades de
Estados Unidos (Wharton, Penn State, Georgetown, Columbia y Johns Hopkins).
Actualmente preside la firma Síntesis Financiera.
07-11-21
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