Que un niño de 13 años, en el estado Nueva Esparta, se aventure de madrugada a pescar, que dejemos que sea el azar el que decida si ese día su familia come o no come, es una sentencia cruel e inhumana. Niños condenados a trabajar, lanzados a la mendicidad, a sobrevivir bajo la ley del sálvese quien pueda.
“¡Qué tremendas oportunidades podríamos tener, si hubiera voluntad política de declarar la protección, la educación y la salud de la niñez, como una prioridad!”, dice Gloria Perdomo*, una mujer que ha dedicado toda su vida a crear institucionalidad que, en medio del abandono, promueva los derechos de los niños y adolescentes en este atribulado país.
Violencia contra la niñez y la juventud en Venezuela es el estudio que ha publicado el OVV (Observatorio Venezolano de Violencia), cuya coordinadora Nacional es Gloria Perdomo. El estudio reúne los aportes de 24 especialistas en todo el país. Es una mirada amplia, incisiva y preocupada por un país que sólo ha visto el retroceso en los últimos 30 años. 2023 encuentra a la niñez y adolescencia, a la población más vulnerable, en “el abandono y la inacción de las autoridades públicas; si alguna capacidad han mostrado ha sido la de lograr la destrucción, la parálisis de las pocas instituciones y medios de protección que con tantos esfuerzos y sueños fueron edificados por organizaciones sociales y algunas autoridades locales en épocas anteriores”.
La violencia contra la niñez y la adolescencia francamente adquiere rasgos espeluznantes, no creo que haya otro adjetivo. La agresión física, sexual y psicológica a la población tan vulnerable en Venezuela va en aumento sostenido. Estamos ante una situación inédita. ¿Podría describir esa situación en forma sucinta?
Yo le he dedicado toda mi vida a los programas sociales y a la protección de la niñez. Y nunca antes había visto una cuantía, un crecimiento de la violencia contra la niñez como en este momento. Me preocupan los casos tan graves. La saña con que los padres castigan a niños muy pequeños. Trato de razonar, pero no logro entenderlo. Te sorprende, te desconcierta, la crueldad, la cobardía, con que se actúa contra una criatura indefensa, incapaz de oponer resistencia. Te repito, esos casos sorprenden y uno no los había conocido antes. Se atribuye eso a la pandemia, al encierro de los adultos en sus casas, lo que pudo despertar los peores instintos y sentimientos de los seres humanos. Pero creo que hay que revisar el asunto, entendiendo las muy diversas razones que permiten explicar lo que está pasando. No hay una sola causa, son muchas causas. Entonces, no hay un solo tipo de violencia, ni un solo tipo de agresor, ni un solo contexto donde ocurre la agresión.
¿Qué manifestaciones de esa violencia inédita podría mencionar?
Hay un caso de una niña adolescente, de 13 años, que se prostituye por un plato de sardinas. Como te digo, es una situación inédita, porque esa madre, en un contexto de vida diferente, haría todo lo que estuviera a su alcance para evitar algo tan atroz. De alguna manera cuestionaría la conducta de su hija, de alguna manera le reclamaría a quienes la prostituyen en el barrio o denunciaría ese hecho. Pero no es el caso. Dado que ella no la puede mantener, lo ve como algo natural. Mi muchacha me salió así y esa es la manera que tiene de resolverse. Otros casos tienen que ver con la agresión sexual que sufren niñas adolescentes por parte de sus padrastros, por parte de otros sujetos, un tío u otro familiar, pero se quedan calladas, porque entienden que eso es así, eso es normal. ¿Qué hace diciendo o contando lo que le están haciendo? Ese es el hombre de la casa. Eso cambia la percepción, el concepto, de lo que uno tenía de la maternidad. O cómo se concebía la relación de las madres para con los hijos. Lo otro es casos de niños muy pequeñitos que son víctimas de maltratos muy crueles. Un niño que se comió algo de la nevera desata la furia de un adulto y lo golpea. Otro caso tiene que ver con una agresión continuada, que no tiene que ver con disciplinar, sino porque el padrastro no tolera al niño, no le cae bien. Hay reiterados casos, durante los últimos años, en los que el niño muere a causa de la violencia.
¿Qué diría de la violencia fuera del núcleo familiar?
La violencia estructural es una categoría señalada por los expertos y refiere a una situación desesperante o cuando no puedes garantizar la vida. Recientemente, la hemos visto en Venezuela. En este caso, las personas resultan afectadas por la ausencia de respuestas del sistema económico, social e institucional. La violencia estructural, por ejemplo, la vimos en Caicara del Orinoco, donde un niño de 12 años murió por ingerir alimentos descompuestos en un basurero. Es una familia que reiteradamente come en un basurero, porque el padre no tiene trabajo. Ahí tendríamos que hacernos varias preguntas: ¿Dónde está el Estado? ¿Hay un programa de apoyo para ese padre, para esa familia en situación de pobreza extrema? Entonces, la muerte de ese niño ocurre no por casualidad, sino por la violencia estructural, que lo deja desprotegido, vulnerable. De hecho, una de las hermanas de ese niño afirma que no encontraron un centro hospitalario donde le pudieran realizar un lavado estomacal. El hospital no tenía los insumos para hacer el procedimiento médico correspondiente. Lo trasladaron a otro centro asistencial y tampoco pudieron hacerle el lavado estomacal. Ese niño de 12 años, murió a causa de la crisis hospitalaria. Otro caso similar ocurrió en Caño Becerro, en Monagas, a causa de la explosión de 160 bombonas de gas que fueron manipuladas sin un mínimo de seguridad. Allí murieron cinco niños que no pudieron ser trasladados a centros asistenciales por falta de gasolina. Una vez que los heridos, incluido esos cinco niños, finalmente, fueron trasladados al Hospital Manuel Núñez Tovar, en Maturín, se encontraron con que la unidad de quemados tenía dos años clausurada por un problema de aguas negras. Por estas razones, hablamos de violencia estructural.
En la diáspora venezolana hay casos de madres que emigraron y dejaron a sus hijos al cuidado de algún familiar o un vecino, o de padres que se fueron con la idea de enviar dinero, pero entablaron otra relación de pareja y abandonaron a sus hijos en Venezuela. ¿Cuál ha sido el impacto de esta situación?
No hay una institución oficial o una organización de la sociedad civil que pueda medir ese impacto, que registre quiénes son esos niños que se quedaron sin padres en el país. ¿Cuál es su situación y qué tipo de apoyo necesita? Esa caracterización no se ha hecho. Diría que serían los datos más urgentes que habría que conocer, porque sólo conociendo esa situación, sus alcances, sus dimensiones, podrías intervenir. Sin esa información, no puedes hacer nada. Lo que sí tenemos son los datos de los daños producidos. Recuerdo al menos tres casos de suicidios, que tienen que ver con niños que se sienten solos, que se sienten abandonados. Lo otro es que esto no es nada novedoso. Yo recuerdo haber trabajado en el año 2016, en un programa que se ejecutó en cinco zonas de Caracas de manera simultánea. En todos esos colegios se presentó la misma situación: niños que se deprimían porque sus madres se habían ido del país; niños cuyo rendimiento escolar había cambiado radicalmente para mal; niños que dejaron de asistir a clases, o asistían esporádicamente, porque las mamás no habían podido enviar dinero y ellos tenían que asumir las tareas de la casa o acompañar a sus abuelas a trabajar. Eso ocurre en el país desde 2016 y 2017. Hasta dónde yo sé, esto no está siendo atendido ni es una prioridad.
Entre 2006 y 2010, los funcionarios del gobierno hablaron de un país pujante, impulsado por la renta petrolera y el llamado bono demográfico, pero a estas alturas Venezuela está quebrada. El segmento más productivo de su población se fue del país y, si ponemos atención a sus palabras, lo que viene es una generación con deficiencias muy marcadas, con resentimientos acendrados y heridas tanto físicas como psíquicas. ¿A que nos vamos a enfrentar a la vuelta de la esquina?
De alguna manera, el destino del país, el destino social y de la familia, depende lo que lo que estemos haciendo hoy por la niñez y por la adolescencia. Es realmente grave. Las oportunidades de educación, de protección para estos niños que están sufriendo y que, además, son víctimas de la violencia y de la ausencia de condiciones para la vida, presagian un futuro muy comprometido. Lo que estamos viendo es miseria, es hambre generalizada. ¿Se está haciendo algo, por ejemplo, para recuperar la calidad de la educación, si los maestros emigraron y el Estado, el gobierno, no entiende la prioridad de remunerar a los docentes adecuadamente? No hay condiciones de trabajo ni escuelas en las cuales se pueda prestar ese servicio tan fundamental. Una de las principales causas de la violencia y de no tener oportunidades para el desarrollo es, precisamente, no contar con un servicio y programas educativos que protejan y garanticen la formación integral de nuestros niños. En las escuelas, tú tenías un comedor escolar, pero en estos momentos, eso está absolutamente ausente. El Estado, el gobierno, se desentendió de lo que son las prioridades primarias, las que garantizan el destino de cada niño, de cada niña.
Las bandas delictivas, que hacen vida generando muerte en los barrios, tenían sus mecanismos para atraer y captar a nuevos integrantes, entre los niños y adolescentes de las escuelas. Una cadena de oro, la ropa de marca, la moto para pasear a la jevita. Me imagino que esas prácticas ya no son necesarias. Tienen el camino asfaltado, porque el otro referente (El Estado) desapareció del mapa.
Lo que es muy claro es que no hay oportunidades en términos de otro tipo de liderazgos, o de desarrollo o de formación. La única presencia que ofrece protagonismo a los muchachos, en muchas comunidades, es justamente la participación en bandas armadas. No hay como otras opciones. Sin embargo, a mí me sorprende que, en escenarios muy violentos, con muchísimas dificultades, te encuentras a jóvenes, a muchachos, que más bien están dando un ejemplo impresionante de madurez, de solidaridad. Es justo reconocer que, en varios estados del país, tenemos a niños adolescentes a cargo de sus hermanitos. Las madres se fueron y ellos son los que están a cargo. En Nueva Esparta, un niño de 13 años sale a pescar en la madrugada para alimentar a sus hermanitos, porque no hay padre ni madre que se encargue de ellos. En ese mismo estado, una muchacha de 15 años es la encargada de preparar la comida, de cargar los pipotes de agua porque en el barrio no hay agua potable, de conseguir algo de dinero y hacer las compras en distintos lugares para que le rinda mejor. Entonces, no son casos aislados, pero sí historias de un país distinto. Si tuviéramos la disposición de reconocerlos, nos sorprendería las cifras de casos, entre niños y jóvenes, de madurez y de resiliencia. Muchachos, cuyos temas de conversación no son los juegos, sino la forma en que pueden hacer rendir un kilo de pasta. Niños que salen a la calle a buscar comida, algunos a la mendicidad, pero teniendo conciencia de lo que les ha tocado, por los tiempos que tenemos.
Lo paradójico, o más bien lo vergonzoso, es que son niños los que demuestran formas de reaccionar, mientras la sociedad en general y el Estado prefiere mirar a otro lado.
Niños que demuestran capacidad para observar el país y la complejidad de lo que ocurre. ¡Qué tremendas oportunidades podríamos tener, si hubiera voluntad política de declarar la protección, la educación y la salud de la niñez, como una prioridad! Sí, de repente es al revés. Te consigues con una generación de muchachos que les tocó vivir una situación tan dura y de tanta complejidad, que podrían ser tremendos líderes, si se crearan las oportunidades y estuviesen adecuadamente formados.
El empoderamiento de iniciativas, de proyectos sociales, que no producen renta, son ignorados y, en cierto modo, despreciados. ¿Qué diría usted alrededor de este planteamiento?
Ciertamente, observo una tendencia general, como el desinterés y el desprecio, el no comprender la prioridad de la atención al ser humano, la atención a las poblaciones de vulnerabilidad. Entender que la vida es algo más que conseguir renta, conseguir capital, para sufragar los gastos que supone la subsistencia. Cuando la prioridad no es la atención al ser humano, desde el punto de vista de su salud mental, desde el punto de vista de la educación y la empatía, estamos cometiendo un equívoco muy grave. Formas personas para que sean obreros o un personal muy calificado en lo técnico, en la experticia operativa, pero no logras formar a un ser humano capaz de escuchar al otro o de comprenderlo. ¿Cómo hacemos comunidad, entonces? Si el foco del asunto es el interés monetario, el nivel de ingreso, sin atender los sentimientos, la salud mental y la integridad de las personas, pues estamos muy mal.
La pobreza es una decisión política y ahora lo vemos en toda su magnitud, con las protestas de los maestros en las calles. ¿Quién decide cuánto gana un maestro?
Básicamente, eso lo decide el Estado, el gobierno, y hay diferencias importantes en los sistemas educativos y en los sistemas de gobierno de los diversos países. De cómo se invierte, de cómo se trata la educación, depende la formación de las personas y su calidad de vida. Esas son todas decisiones políticas.
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*Educadora. Doctora en Ciencias Sociales. Profesora de la Universidad Internacional de La Rioja. Profesora investigadora del Instituto de Investigaciones Jurídicas y del Doctorado en Educación de la Universidad Católica Andrés Bello. Directora de Fundación Luz y Vida. Activista de la Red por los Derechos Humanos de Niños, Niñas y Adolescentes (REDHNNA). Coordinadora nacional del Observatorio Venezolano de Violencia.
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