Agencias 25 de septiembre de 2023
"Todos somos
venezolanos", dijo Jesús Ramírez, quien desplegó una pequeña bandera tricolor
de su país. "Todos nos vamos, todos menos uno, el que tendría que
irse". Tras señalar el alambre de púas, la joven Dileidys Urdaneta
expresó: "No es nada, porque lo que hemos vivido, lo que hemos pasado, es
muchísimo peo"
Después
de semanas de recorrer peligrosas rutas, cientos de venezolanos vivieron
momentos agridulces el sábado al llegar a Eagle Pass, en la frontera de Estados
Unidos con México, y encontrarse con un tupido enjambre de militares
armados y alambre de púas.
«¿Estamos seguros?», preguntaba la venezolana Karlen Ramírez, quien lloraba luego de haber cruzado el río Grande (o río Bravo), frontera natural que separa ambos países, y haberse abierto camino entre el alambre junto con cientos de compatriotas que huyen del país, inmerso desde hace años en una profunda crisis económica, social y política.
Eagle
Pass, ciudad de Texas con casi 30.000 habitantes, se convirtió en la puerta de
entrada para miles de migrantes que llegan a Estados Unidos en busca de una
vida mejor.
Junto
a un campo de golf que se extiende por debajo de uno de los puentes que
conectan México y Estados Unidos, autoridades estadounidenses colocaron rollos
de alambres de púas, el último obstáculo para los migrantes en su travesía
hacia el «sueño americano».
«Todos
somos venezolanos», dijo Jesús Ramírez, quien desplegó una pequeña bandera
tricolor de su país. «Todos nos vamos, todos menos uno, el que tendría que
irse», en referencia a Nicolás Maduro.
Venezolanos en la frontera de Estados
Unidos
La
mayoría de los recién llegados viene de Venezuela. Algunos, como Luis Durán, de
Maracaibo, dijo que al ver toda la frontera cubierta de alambre de púas sintió
miedo.
«Pensé
que nos iban a maltratar», agregó el venezolano de 37 años de edad que
alternaba el llanto y la sonrisa nerviosa luego de cruzar por un hueco por el
cual también entraron más de 500 migrantes a primeras horas de la mañana.
Ya en
la tarde, otro grupo menos numeroso aseguró haber recibido maltratos de
militares. «No nos dejaron pasar y nos hicieron caminar y caminar», dijo José
Ruiz, venezolano de 29 años que dice haber recorrido junto con su esposa casi
dos kilómetros a la vera del río bajo el abrasador sol de Texas con el
termómetro llegando a los 40º C.
«A
ellos no les importa, nos faltaron el respeto varias veces».
«Les
pedimos agua, y no nos dieron, se la tomaban frente a nosotros», dijo su esposa
Katiuska Rodríguez.
«Ahí estuvimos
como tres horas, o cuatro horas. Allí esperando, ya el sol, y peligrando con el
agua, que nos podamos ahogar», dijo Antony Quintero, de 21 años, señalando al
primer punto donde les impidieron entrar.
«Lo que hemos pasado es muchísimo peor»
Desde
octubre del año pasado las autoridades estadounidenses interceptaron a 2,2
millones de migrantes en su frontera sur, según datos oficiales.
La
cifra demuestra el desafío que enfrenta Washington en materia migratoria.
El
problema divide a la sociedad estadounidense. Y lo utilizan políticamente
republicanos y demócratas para atacarse mutuamente.
Con
las tensiones aumentando en el estado conservador de Texas, Alejandro Mayorkas, secretario de
Seguridad Nacional de Estados Unidos, se reunió el sábado con la presidenta de
Honduras, Xiomara Castro, en la ciudad fronteriza de McAllen. Juntos visitaron
algunos refugios de migrantes.
La
administración de Joe Biden ha intentado desalentar ese flujo migratorio con
programas especiales para tramitar asilo y visas en países como Venezuela.
Y en
el terreno, las autoridades aplican estrategias disuasivas.
El
sábado un convoy llegó para reforzar con personal y más alambre los huecos que
los migrantes han hecho para entrar en Estados Unidos en los últimos días.
Retazos
de ropa cuelgan de las púas, imagen que ilustra la determinación de los
migrantes venezolanos. Muchos de ellos han tenido que cruzar la peligrosa
selva del Darién, en Panamá, han caminado cientos o miles de kilómetros o se
han subido al techo de algún tren para llegar a Estados Unidos.
Un
alambre de púas no les cortará el paso. Excavan agujeros para pasar por debajo
o hacen huecos para cruzar con cuidado ante la mirada de militares.
«Esto
aquí», dijo Dileidys Urdaneta, venezolana de 17 años, señalando el alambre. «No
es nada, porque lo que hemos vivido, lo que hemos pasado, es muchísimo peor. Y
lo que dejamos atrás, ni se diga, no hay comparación».
La
adolescente llegó a Eagle Pass el sábado solo con documentos, un teléfono sin
batería y la ropa que vestía, pero con la esperanza de que ahora todo «solo
puede ser mejor».
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