Francisco Fernández-Carvajal 23 de septiembre de 2023
@hablarcondios
— Los planes de Dios. El honor de trabajar
en su viña.
— En la viña del Señor hay lugar y trabajo
para todos.
— Sentido positivo de las circunstancias
que rodean nuestra vida. Ahí y no en otro lugar quiere el Señor que nos
santifiquemos y llevemos a cabo un fecundo apostolado.
I. En
la vida de las personas se dan momentos particulares en los que Dios concede
especiales gracias para encontrarle. La inminencia de la vuelta del destierro
del pueblo elegido supone uno de esos momentos privilegiados de cercanía del
Señor.
Muchos hebreos se contentaban con volver a ver la ciudad santa, Jerusalén. En esto estaba su esperanza y su alegría. Pero Dios exige más, pide el abandono del pecado, la conversión del corazón. Por eso pregona por boca del Profeta Isaías, según leemos en la Primera lectura de la Misa1: Mis planes no son vuestros planes, mis caminos no son vuestros caminos... Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes más altos que vuestros planes. ¡Tantas veces nos quedamos cortos ante las maravillas que Dios nos tiene preparadas! ¡En tantos momentos nuestros planteamientos se quedan pequeños!
En los
textos de la liturgia de la Misa de este domingo, la Iglesia nos recuerda el
misterio de la sabiduría de Dios, siempre unido a unos deseos redentores: Yo
soy la salvación del Pueblo, dice el Señor: si me invocan en la tribulación,
los escucharé y seré siempre su Señor2.
Y en el Evangelio3,
el Señor quiere que consideremos cómo esos planes redentores están íntimamente
relacionados con el trabajo en su viña, cualesquiera que sean la edad o las
circunstancias en que Dios se ha acercado y nos ha llamado para que le
sigamos. El Reino de los Cielos se parece a un propietario que al
amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Ajustó con ellos el
jornal en un denario y los envió a trabajar. Pero hacían falta brazos, y el amo
salió en otras ocasiones, desde la primera hora de la mañana hasta el
atardecer, a buscar más jornaleros. Al final, todos recibieron la misma paga:
un denario. Entonces, los que habían trabajado más tiempo protestaron al ver
que los últimos llamados recibían la misma paga que ellos. Pero el propietario
les respondió: Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos
en un denario?... Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo
libertad para hacer lo que quiera con mis asuntos?
No
quiere el Señor darnos aquí una enseñanza de moral salarial o profesional. Nos
dice que en el mundo de la gracia todo, incluso lo que parece que se nos debe
como justicia por las obras buenas realizadas, es un puro don. El que fue
llamado al alba, en los comienzos de su vida, a seguir más de cerca a Cristo,
no puede presumir de tener mayores derechos que el que lo ha sido en la edad
madura, o quizá a última hora de su vida, en el crepúsculo. Y estos últimos no
deben desalentarse pensando que quizá es demasiado tarde. Para todos el jornal
se debe a la misericordia divina, y es siempre inmenso y desproporcionado por
lo que aquí hayamos trabajado para el Señor. La grandeza de sus planes está
siempre por encima de nuestros juicios humanos, de no mucho alcance.
Nosotros,
llamados a la viña del Señor a distintas horas, solo tenemos motivos de
agradecimiento. La llamada, en sí misma, ya es un honor. «Ninguno hay –afirma
San Bernardo–, a poco que reflexione, que no halle en sí mismo poderosos
motivos que le obliguen a mostrarse agradecido a Dios. Y nosotros
especialmente, porque nos escogió para sí y nos guardó para servirle a Él solo»4.
II. Id
también vosotros a mi viña.
Entre
los males que aquejan a la humanidad, hay uno que sobresale por encima de
todos: son pocas las personas que de verdad, con intimidad y trato personal,
conocen a Cristo; muchos quizá mueran sin saber apenas que Cristo vive y que
trae la salvación a todos. En buena parte dependerá de nuestro empeño el que
muchos lo busquen y lo encuentren: «tanto es el trabajo que a todos espera en
la viña del Señor. El “dueño de la casa” repite con más fuerza su
invitación: Id vosotros también a mi viña»5.
¿Podremos permanecer indiferentes ante tantos que no conocen a Cristo? «Examine
cada uno lo que hace –exhorta San Gregorio Magno–, y vea si trabaja ya en la
viña del sembrador. Porque el que en esta vida procura el propio interés no ha
entrado todavía en la viña del Señor. Pues para Él trabajan (...) los que se
desvelan por ganar almas y se dan prisa por llevar a otros a la viña»6.
En el
campo del Señor hay lugar y trabajo para todos: jóvenes y viejos, ricos y
pobres, para hombres y mujeres que se encuentran en la plenitud de la vida y
para quienes ya ven acercarse su atardecer, para los que parecen disponer de
mucho tiempo libre y para los que han de hacer grandes esfuerzos y sacrificios
por estar cada día con la familia... Incluso los niños, afirma el Concilio
Vaticano II, «tienen su propia capacidad apostólica»7,
y ¡qué fecundidad la de su apostolado en tantas ocasiones! Y los enfermos,
¡cuánto bien pueden hacer! «Por consiguiente, se impone a todos los cristianos
la dulcísima obligación de trabajar para que el mensaje divino de la salvación
sea conocido y aceptado por todos los hombres de cualquier lugar de la tierra»8.
Nadie
que pase junto a nosotros en la vida deberá decir que no se sintió alentado por
nuestro ejemplo y por nuestra palabra a amar más a Cristo. Ninguno de nuestros
amigos, ninguno de nuestros familiares debería decir al final de sus vidas que
nadie se ocupó de ellos.
III. El
Papa Juan Pablo II, comentando esta parábola9,
invitaba a mirar cara a cara este mundo nuestro con sus inquietudes y
esperanzas: un mundo –añadía el Pontífice– cuyas situaciones económicas,
sociales, políticas y culturales presentan problemas y dificultades más graves
que las que describía el Concilio Vaticano II en uno de sus documentos10.
«De todas formas –comentaba el Papa–, es esta la viña, y
es este el campo en que los fieles laicos están llamados a
vivir su misión. Jesús les quiere, como a todos sus discípulos, sal de la
tierra y luz del mundo (Cfr. Mt 5, 13-14)».
No son
gratas al Señor las quejas estériles, que suponen falta de fe, ni siquiera un
sentido negativo y pesimista de lo que nos rodea, sean cuales fueran las
circunstancias en las que se desarrolle nuestra vida. Es esta la viña,
y es este el campo donde el Señor quiere que estemos, metidos en medio
de esta sociedad, con sus valores y sus deficiencias. Es en la propia familia
–esta y no otra– en la que nos hemos de santificar y la que hemos de llevar a
Dios, en el trabajo que cada día nos espera, en la Universidad o en el
Instituto... Esa es la viña del Señor donde Él quiere que trabajemos, sin
falsas excusas, sin añoranzas, sin agrandar las dificultades, sin esperar
oportunidades mejores. Para realizar ese apostolado tenemos las gracias
necesarias. Y en esto se fundamenta todo nuestro optimismo. «Dios me
llama y me envía como obrero a su viña; me llama y me envía a trabajar
para el advenimiento de su Reino en la historia. Esta vocación y misión
personal define la dignidad y la responsabilidad de cada fiel laico y constituye
el punto de apoyo de toda la obra formativa (...). En efecto, Dios ha pensado
en nosotros desde la eternidad y nos ha amado como personas únicas e
irrepetibles, llamándonos a cada uno por nuestro nombre, como el Buen Pastor
que a sus ovejas las llama a cada una por su nombre (Jn 10,
3). Pero el eterno plan de Dios se nos revela a cada uno solo a través del
desarrollo histórico de nuestra vida y de sus acontecimientos, y, por tanto,
solo gradualmente: en cierto sentido, de día en día»11.
En cada jornada somos llamados por Dios para llevar a cabo sus planes de
redención; en cada situación recibimos ayudas sobrenaturales eficaces para que
las circunstancias que nos rodean nos sirvan de motivo para amar más a Dios y
para realizar un apostolado fecundo.
San
Pablo, en la Segunda lectura de la Misa12,
escribe a los cristianos de Filipo: Me encuentro en esta alternativa:
por un lado deseo partir para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor; pero
por otro, quedarme en esta vida veo que es más necesario para vosotros.
¡Tanta era su esperanza en Cristo, tanto su amor a aquellos primeros cristianos
que había llevado a la fe! Pablo escribe estando encarcelado y sufriendo a
causa de quienes, por rivalidad, quieren entorpecer su obra. Sin embargo, esto
no le quita la paz y la serenidad, y no deja de seguir trabajando en la viña
del Señor con los medios de que dispone. Rechacemos el pesimismo y la tristeza
si alguna vez no obtenemos los resultados que esperábamos. «No admitas el
desaliento en tu apostolado. No fracasaste, como tampoco Cristo fracasó en la
Cruz. ¡Ánimo!... Continúa contra corriente, protegido por el Corazón Materno y
Purísimo de la Señora: Sancta María, refugium nostrum et virtus!,
eres mi refugio y mi fortaleza.
»Tranquilo.
Sereno... Dios tiene muy pocos amigos en la tierra. No desees salir de este
mundo. No rehúyas el peso de los días, aunque a veces se nos hagan muy largos»13.
1 Is 55,
6-9. —
2 Antífona
de entrada. —
3 Mt 20,
1-16. —
4 San
Bernardo, Sermón
2,
para el Domingo VI después de Pentecostés, 1. —
5 Juan
Pablo II, Exhort. Apost. Christifideles laici, 30-XII-1988,
3. —
6 San
Gregorio Magno, Homilías sobre el Evangelio, 19, 2. —
7 Conc.
Vat. II, Decr. Apostolicam actuositaten, 12. —
8 Ibídem,
3. —
9 Cfr. Juan
Pablo II, loc. cit., 3. —
10 Cfr. Conc.
Vat. II. Const. Gaudium et spes. —
11 Juan
Pablo II, loc. cit., 58. —
12 Flp 1,
20-24; 27. —
13 San
Josemaría Escrivá, Vía Crucis, Rialp. 2ª ed., Madrid 1981,
XIII, n. 3.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico