Los de mi generación, y seguramente los de la suya también, crecimos en un mundo imaginario lleno de superhéroes con poderes y dones adquiridos por su condición de dioses, semidioses, alienígenas o por accidentes de laboratorio.
Estos fantásticos personajes se dedicaban a salvar el mundo del empeño de villanos, tan poderosos como ellos, por adueñarse del mundo, en el mejor de los casos, o destruirlo definitivamente. Era la manera de sacarse el clavo por alguna humillación padecida.
Por supuesto, no todo el tiempo andaban vestidos con una lycra ceñida al cuerpo, interiores de colores por fuera y capa almidonada. Cuando no estaban salvando al planeta, hacían vida civil como periodistas, extravagantes millonarios, estudiantes universitarios o científicos con sueldo ONAPRE. Curiosamente, ninguno de ellos, para pasar desapercibido, ha hecho el papel de político como camuflaje. Quizás nunca quisieron que los confundieran con los camaradas y su oferta engañosa de salvar a la humanidad “sin pedir nada a cambio”.
Recuerdo que el primer contacto que tuve con estos personajes fue a través de los llamados “suplementos”, hoy conocidos como “comics”. Recuerdo que renovaba mi colección, intercambiando con otros chamos en la entrada de los cines Encanto y Miranda, en el Casco Histórico de Petare. Los domingos a las 11:00 am, se aglomeraban los muchachos con una treintena de suplementos bajo el brazo, cambiando “Batman contra el Guasón” por “Capitán América vuelve a atacar”.
Unos años después, la programación de los escasos canales de TV en blanco y negro incluían series protagonizadas por estos superhéroes. La primera vez que vi a Superman quedé maravillado. Su habilidad para volar sin despeinarse me hizo pensar que se colocaba la misma brillantina que usaba mi papá cada vez que iba a una fiesta.
Posteriormente llegó la serie de Batman con Adam West como el magnate y filántropo Bruno Díaz y su fiel protegido Ricardo Tapia, interpretado por Dick Grayson. Ambos como Batman y Robin lucharon contra villanos nada tenebrosos y hasta simpáticos. Con los años descubrí que la escena donde escalan un edificio no era más que un efecto especial de la época. Caminaban en una plataforma horizontal de una manera tan graciosa solo superable por el vecino que se asomaba por una ventana para preguntarles la hora.
Lo cierto es que desde la Grecia antigua, el hombre (y mujer, aclaro para evitar demandas), ha creado personajes mitológicos en los cuales han cifrado la esperanza de mejorar al mundo de sus defectos de fábrica. Se les delega la tarea de combatir aquello que se le torna difícil de componer al ser humano común y corriente, por ser parte del problema que quiere combatir.
No me explayaré filosofando en torno al superyó y el inconsciente. Solo quería resaltar que en Venezuela he identificado a un Superhéroe. Aunque no posee los mismos poderes de los descritos, pero se les acerca.
Este superhéroe criollo, no vuela, pero siempre aparece donde hay que denunciar un atropello; no es tan rápido como Flash pero siempre es oportuno; no tiene la tecnología de Iron Man, pero sus manos son hábiles; no tiene el escudo de acero del Capitán América, pero si uno de papel que irradia verdades; no tiene flechas como El Halcón, pero sus palabras siempre dan en el blanco; no tiene la fuerza de Hulk, pero si la sabiduría de su alterego, el Dr. Bruce Banner.
Se trata del señor Rafael Araujo, conocido en la Liga de la Justicia vernácula como el “Señor del Papagayo”. La diferencia con The Avengers, consiste en que su lucha no es estruendosa ni filmada por la industria del cine. Su transitar es más bien callado y discreto. Su gran súperpoder es la persistencia, y contra eso no hay enemigo que valga. Decía el gran Babe Ruth “no puedes vencer a alguien que nunca se rinde”. Gracias, señor Rafael.
https://talcualdigital.com/un-superheroe-de-a-pie-por-tulio-ramirez/
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