La Tercera 23 de septiembre de 2023
@latercera
Para el escritor y analista venezolano,
que visitó recientemente Chile invitado por La Otra Mirada, lo que mejor define
el momento político actual de la región es el juego trancado. “Todos tienen
suficiente poder para trancar el juego, pero nadie para destrancarlo”, asegura.
Y, según él, a los únicos países que les va a ir bien son aquellos capaces de
alcanzar alianzas entre rivales. “Chile tiene el potencial de lograrlo, en
América Latina es el que está mejor colocado”, dice.
Primero
fue El fin del poder, después La revancha de los poderosos.
En los últimos 10 años, Moisés Naím ha sido una de las voces más lúcidas para
interpretar los acelerados cambios políticos del mundo actual. A través de sus
libros y sus columnas no sólo ha advertido sobre las nuevas lógicas que están
operando en la sociedad actual, sino también las amenazas que enfrenta.
Según él, una frase pronunciada por José Ortega y Gasset en los años 30 del siglo pasado resuena a la perfección en el mundo actual. “Miren, lo que sucede es que no sabemos lo que nos pasa”, dijo el filósofo español poco antes de la crisis que sacudió a Europa y, para Naím, eso “capta muy profundamente lo que estamos viviendo, todos sentimos que está viniendo algo, que es algo grande, pero nadie sabe cuándo ni cómo será”.
Te lo
contesto con una historia personal. El libro fue muy bien recibido en muchas
partes y me entrevistaron de varios lugares: Indonesia, Malasia, Europa
Central, Medio Oriente. Y en esos encuentros siempre me decían, pero usted por
qué no me dijo que el modelo de las 3P se inspiraba en mi país. O sea, todos
sintieron que yo estaba hablando de ellos. El asunto es que, en realidad, las
3P son mundiales. Mira lo que está pasando en Israel. Uno pensaba que la
principal democracia de Medio Oriente iba a mantenerse y ahora está bajo
presión. Mira España, por no mencionar Chile, Perú, Argentina, Brasil,
Venezuela o Colombia. Las 3P te ayudan a entender bien lo que sucede en cada
uno de esos países y la gente lo reconoce.
Usted dijo hace algún tiempo en una entrevista al diario El País que “se cargaron la democracia y no nos dimos cuenta”. ¿La democracia está realmente en riesgo?
Sí,
hay un ataque directo a los factores que definen qué es una democracia, la
división de poderes, la independencia de los medios de comunicación, la
libertad de expresión, todo eso está bajo ataque. Además, tienes una nueva
camada de líderes que son autocráticos, pero que de alguna manera hacen
contorsiones institucionales y adoptan narrativas alternativas para parecer más
demócratas. Son autócratas que tratan de mostrarse al mundo como demócratas. A
eso se suma que desde que se publicó el libro hemos visto cada vez más eventos
inéditos de cambio climático. Es la naturaleza enfurecida. Y como si eso fuera
poco, aparecen cosas como la inteligencia artificial, que no solo llegó para
cambiar el mundo, sino que lo va a cambiar y lo está cambiando a una velocidad
increíble. Todo eso amenaza la democracia.
¿En El
fin del poder usted advertía sobre el efecto que habían tenido las
redes sociales e internet en la sociedad, pero la IA es una suerte de upgrade
de eso, un paso más adelante? ¿Qué riesgos ve en ese fenómeno para la democracia?
Esto
va mucho más allá de las redes sociales. Esto cambia todo. La inteligencia
artificial, combinada con el cambio climático, combinado con lo que está
pasando entre las grandes potencias, combinado con la conflictividad social, y
sumado a los ataques a la democracia te da una situación altamente inestable.
La inteligencia artificial es la tecnología de más rápida adaptación en la
historia. Nunca ninguna innovación había sido adoptada por tanta gente tan
rápido como la inteligencia artificial.
¿Cuál
cree que va a ser la consecuencia de ese cambio?
Vivir
en una sociedad confundida, que no sabe en quién creer, qué creer, qué es
verdad, qué es un montaje. Va a presentar retos que no tienen precedentes. Sin
embargo, esa misma tecnología va a producir mecanismos para lidiar mejor con
esta incertidumbre sobre a qué o a quién creerle. La misma tecnología nos va a
dar instrumentos para protegernos.
¿Cree
que la democracia se puede adaptar a esos cambios?
Todas
las instituciones están rezagadas con respecto a la necesidad de adaptarse y
responder eficazmente a los cambios tecnológicos que están ocurriendo y los
cambios del medioambiente también. Estamos hablando del Vaticano y estamos
hablando del Pentágono; estamos hablando de JPMorgan y estamos hablando de una
compañía en India; estamos hablando de cultura, de teatro o de cine, de
televisión, de poesía, de literatura y de guerra, de secuestros y de maldades.
Todo eso está en la olla.
En
medio de este escenario surgen líderes políticos polémicos. Fue el caso de
Donald Trump en Estados Unidos y ahora de Javier Milei en Argentina. ¿Cómo ve a
Milei, cae dentro de la lógica de las 3P?
Estoy
muy impresionado por lo difícil que va a ser para él gobernar si gana. Él ha
hecho promesas y se basa en ofertas electorales que son casi suicidas, y que
son irrelevantes, porque no las va a poder concretar. Eso de que va a cerrar el
Banco Central, eso no lo cree nadie. Y si lo hace va a tener consecuencias
inmediatas, muy negativas. La dolarización total de la economía de una manera
diferente a la que se ha probado en otros países, también. Él tiene una larga
lista de cosas que ha prometido y no va a poder cumplir, entonces se va a ver
obligado a hacer alianzas con otros partidos y entonces ahí va a tener que
negociar.
Usted
dice que los líderes de las 3P lo que hacen es destruir la democracia desde
dentro. ¿Ve ese riesgo con Milei en Argentina o con otros líderes de la región?
En el
caso de Milei, no lo sabemos, lo que sí sabemos es que la concentración del
poder propende a las instituciones a ser más autoritarias. Yo creo que ni
siquiera él lo sabe. Él no sabe cuáles son los límites de lo que puede hacer.
Él va a intentar hacerlo todo, para luego descubrir qué parte de ese todo es
realmente viable y va a tener consecuencias. Pero, además de Milei, el otro
personaje que está de moda en América Latina es Bukele, que tiene un índice de
popularidad de los más altos del mundo, y ha logrado hacer que la gente pueda
salir a la calle en El Salvador sin que la maten, la violen o la roben. Pero en
eso hay un riesgo para la democracia, un tema de derechos humanos que están
siendo violados. Esa no es una situación estable ni sostenible, pero lo que hay
que cuidar con Bukele o lo que él tiene que cuidar es su relación con los
derechos humanos, debe ser el principal protector de los derechos humanos.
¿Cree
que Bukele puede terminar convirtiéndose en un modelo, que su estrategia
empiece a replicarse en América Latina, considerando los problemas de
criminalidad que afectan a la región?
Para
lograrlo tiene que resolver la contradicción que hay entre la forma que él
tiene de enfrentar los problemas y que eso se haga en un régimen democrático.
Hay una contradicción en la manera como él actúa y cómo debería actuar un
demócrata. No nos olvidemos que Bukele fue el que entró en el Congreso de su
país, rodeado de soldados y agentes de policía, cuando los diputados estaban
discutiendo una ley.Después se corrigió y se echó para atrás, pero esa es su
propensión.
¿Cree
que esas figuras aparecen porque la democracia no es capaz de responder a las
demandas ciudadanas, por una falencia en los sistemas democráticos?
No
creo eso, yo creo que hay una tendencia mundial que se llama antipolítica, que
le da a la gente el lujo de decir y despreciar la política y los políticos. Es
la idea de que todos los políticos son malos, todos son ladrones, todos son
corruptos, nunca hacen nada, nada sirve, nada, funciona, etcétera, etcétera.
Entonces lo que ves es una reacción al desempeño del gobierno y eso lo vemos en
la derecha y en la izquierda, en el norte y en el sur. Los gobiernos no están
funcionando, entre otras razones, porque las realidades para las cuales tienen
que funcionar se están acelerando a una velocidad que los gobiernos no pueden
responder. Cuando uno dice que es la democracia la que no está dándole lo que
la gente espera, eso es correcto, pero si no es la democracia, es el
autoritarismo. Esto no tiene que ver solamente con el régimen, que también, por
supuesto, juega un rol, esto tiene que ver con gobiernos que no funcionan y
gente harta de que le hagan promesas y ofertas que luego no se cumplen. Gente harta
con el bajo desempeño, la ineptitud y la mediocridad que encontramos entre
nuestros líderes. Hay un problema de líderes importantísimos en el mundo y en
América Latina, y también hay un problema de seguidores. Es muy grave el
problema que tenemos con los seguidores, lo vulnerables que son a ser
manipulados, lo desinformados que están, lo poco interesados que están en
entender mejor por qué están votando y por quién, lo frágil que es su punto de
vista.
¿Hay
un peligro de que finalmente el autoritarismo termine atrayendo a algunas
personas, que prefieran eso a la democracia?
Absolutamente.
Ahí están todos los regímenes fascistas. No nos olvidemos que Hitler comenzó
por la vía democrática, ganó una elección y después hizo todo lo que hizo para
concentrar el poder. Eso lo estamos viendo en otras partes. La idea de que
ganas unas elecciones y después desde adentro socavas la democracia y la
debilitas se observa en muchas partes.
Pero
hay una parte de la población que parece estar dispuesta a eso.
Eso es
porque no lo conocen, lo que sí conocen es que la democracia no les está dando
resultados. Entonces bueno, venga otra cosa. Eso ha producido en el mundo dos
cosas, una proliferación de elecciones y una proliferación de caras nuevas. Hay
un apetito enorme por caras nuevas y eso tiene que ver con la antipolítica. No
quiero más gente que ha estado en el poder, gente que ha estado cerca del
poder. El que se vayan todos es el mantra de esa forma de ver el mundo. Milei
es el último ejemplo de esto, pero antes tuvimos a Hugo Chávez, que también
llegó como cara nueva. Tuvimos a Pedro Castillo en Perú, o sea, caras nuevas
que terminan produciendo gente inexperta, gente que no está preparada y que
está allí solamente por el sentimiento de revancha que guía a los votantes, que
sienten que han sido engañados sistemáticamente.
Hablando
de Chile, ¿cómo ve hoy el país y el gobierno de Gabriel Boric?
Cuando
Boric llegó al poder, yo tuve la esperanza de que iba a tener que hacer una
coalición que permitiera que Chile recuperara su vía de progreso económico.
Chile fue el campeón del mundo en las reformas económicas y eso lo logró
gracias a una alianza fantástica, que se llamó la Concertación, que duró muchos
años, que aguantó, fue muy resiliente. Por eso, deseo que Chile vuelva a retomar
la vía de las reformas económicas. Y ojalá que junto a eso haya un esfuerzo
para crear reformas políticas e institucionales que profundicen la democracia y
la hagan más eficaz.
¿Cree
que eso se puede lograr?
Creo
que Chile lo puede lograr, pero tiene que haber un acuerdo nacional. Tiene que
haber una gran alianza que incluya todo el espectro político. Hay algo que
estoy viendo en otras partes del mundo que me ha llevado a la conclusión de que
en el siglo XXI solo los países capaces de gobernar y crear alianzas
permanentes, estables y profundas entre rivales son los países que van a
prosperar. El resto se va a quedar estancado o en declinación. Tenemos que
llegar a la coalición de los que no se sienten cómodos entre ellos, es la única
manera. Todas las partes tienen que hacer concesiones. Chile tiene el potencial
de lograrlo. En América Latina es el que está mejor colocado.
¿Qué
riesgos ve hoy en América Latina?
Me
preocupa la necrofilia política, que viene junto con el que se vayan todos. La
necrofilia es esa atracción de algunos seres humanos por los cadáveres y hay
una variante política que yo llamo necrofilia política, que es el amor por
ideas muertas, por políticas que han sido probadas aquí y en otras partes, una
y otra vez y siempre terminan mal. América Latina tiene mucho de eso. Pero, más
allá de eso, el escenario más preciso para definir América Latina hoy es el del
juego trancado. En todos los países el juego político está trancado. Todos
tienen suficiente poder para trancar el juego, pero nadie tiene el poder
necesario para imponer el juego. Eso está pasando en todas partes. El juego
trancado es el escenario que mejor describe a América Latina en la actualidad.
¿Y
cómo se destranca ese juego?
Con
alianzas, alianzas antipáticas. Los colombianos dicen que eso se llama tragar
sapos, hay que tragarse ese sapo. Pero se ve poca disposición a eso en la
política, no solo en Colombia, sino en el mundo. Yo creo que a los países que
logren encontrar la forma de que gente que está en grupos opuestos identifiquen
cosas en las que pueden trabajar juntos les va a ir bien.
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