ELÍAS PINO ITURRIETA 26 de septiembre de 2023
@eliaspino
“La Primaria está en marcha debido a la
decisión de unos partidos que han querido probar que el enanismo es asunto
pasajero, o mal superable, o que todavía tienen pilas en la lámpara para
orientar nuestras rutas. Mientras ese sea el propósito sin maniobras de última
hora, sin las desviaciones ni las veleidades que pueden estar a la vuelta de la
esquina, y que no les han sido extrañas, sino harto familiares, nos invitan a
un sendero prometedor. Quizá el único que nos quede, según parece”.
Las informaciones sobre la elección primaria no trasmiten una sensación de novedad, como si estuviéramos ante un hecho que forma parte de la rutina. De tanto ver manifestaciones de los precandidatos de la oposición, en todos los rincones del país, adquiere consistencia la impresión de un asunto que forma parte del entorno sin otro esfuerzo que el de invitar a la ciudadanía para que lo contemple con entusiasmo, o para que lo siga desde lejos sin estridencias. Es una maravilla que, en apariencia, discurran así los pasos del movimiento más importante que se lleva a cabo contra Nicolás Maduro desde su entronización, porque comunica la idea de una normalidad lograda por fin en materia cívica. Sin embargo, esa supuesta normalidad, ese aparente acceso a los caminos de una convivencia que dábamos por muerta, es el resultado de esfuerzos no necesariamente altruistas que deben considerarse cuando llegue la hora de ver cómo terminó todo.
Los eventos
que ahora animan a la gente son el resultado de un pugilato de los
partidos políticos que han resistido a duras penas el embate de la dictadura.
Las manifestaciones grandes y pequeñas que hoy nos regocijan son el corolario
de arduas sesiones de encuentros entre un conjunto de líderes que no sabían
cómo hacer con su proyecto particular y con su íngrima bandería, que no sabían
en cuál palo ahorcarse porque les sobraban los patíbulos. De allí que solo les
quedara la idea de hacerse solidarios debido a la conminación de la
necesidad. La obligación de la supervivencia los condujo a la virtud de la
unificación, para que se diera así el portento del crucero compartido en el que
ahora navegan miles de personas. Debe considerarse, por lo tanto, que no
estamos ante el corolario de un desprendimiento milagroso, ante un fruto
sorpresivo de la generosidad, sino solo frente a la comprensión de que, para
evitar que unas averiadas capitanías se hundieran en catastrófico desfile, no
quedaba más remedio que corregir el rumbo para que dejara de ser errático y
estéril.
En
lugar de considerarla como un cálculo frío, esta urgencia de concertación debe
verse como una imprescindible tabla de salvación para el proyecto democrático
que vivía sus horas más oscuras, perdido en las tinieblas de la miopía y del
entendimiento erróneo del entorno. Cuando los dirigentes de los partidos se
pusieron los anteojos para demorar la marcha hacia el cementerio, o para
evitarla del todo, no solo toparon con la vitamina que los sacaría del hospital
sino también con la brújula que los conduciría al reencuentro con unas
masas distantes y desconfiadas que solo esperaban el entierro de unos
viejos y cansados guías para ponerse a pensar en otros, o para conformarse con
dar tumbos sin cabeza hasta la llegada del apocalipsis inevitable de una
república que solo les dejaría memorias nebulosas. Por fortuna, el hecho de que
unos líderes que parecían perdidos y exhaustos en su desierto trataran de
pensar en la reconstrucción de un itinerario que necesitaba un esfuerzo de
última hora, los devolvió a un camino antiguo y encarecido, aparentemente nuevo
pero familiar como el que más, que debía transitarse en la actualidad.
No se
habla ahora de líderes luminosos, ni de marchas apoteósicas que los siguen,
sino de los guías que tenemos a mano y de los seguidores que poco a poco
se entusiasman con el llamado de la política, de manera que sería un error
ponerse a pensar en figuras esplendorosas y en épocas de oro. Eso fue
antaño y no se vislumbra ogaño. Es lo que tenemos y merecemos como
sociedad, no en balde la mayoría de sus miembros se volvió chavista entusiasta
y madurista animoso cuando desearon con todas las ganas del mundo la
desaparición de una democracia conocida y probada; no en balde la clase
política no dio en su momento la talla frente a los embates del autoritarismo
que se apoderó de las instituciones, pero solo se puede arar con los
descendientes de los bueyes viejos porque no hay forma de evitarlo. Y a ellos
debemos la Primaria que ahora nos permite la única posibilidad cierta
de librarnos de un régimen oprobioso y destructor. No solo porque de otra forma
desaparecían esos guías, con todos nosotros en los depósitos de un navío
descuartizado, sino también, y esto es especialmente digno de atención, porque
es el único nexo que le queda a la colectividad con la historia de
dignidad y republicanismo que se labró después de la desaparición del
gomecismo. Nada menos. Lo pequeño en ocasiones viene de la inspiración de
lo grande, aunque pocos se acuerden de la grandeza o sepan que existió.
El
autoritarismo sigue presente con los organismos electorales a su servicio, con
el presupuesto que le niegan a las necesidades del pueblo para que Maduro se
mantenga en el poder, con las cárceles llenas de presos políticos, con
trabas groseras a la movilización de los precandidatos y con el soporte de unas
fuerzas de choque cuyo propósito es la desaparición definitiva de la democracia
en todas las calles y en todas las campiñas de Venezuela, pero la Primaria está
en marcha debido a la decisión de unos partidos que han querido probar que el
enanismo es asunto pasajero, o mal superable, o que todavía tienen pilas en la
lámpara para orientar nuestras rutas. Mientras ese sea el propósito sin
maniobras de última hora, sin las desviaciones ni las veleidades que pueden
estar a la vuelta de la esquina, y que no les han sido extrañas, sino harto
familiares, nos invitan a un sendero prometedor. Quizá el único que nos quede,
según parece.
ELÍAS
PINO ITURRIETA
@eliaspino
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