Paulina Gamus 24 de septiembre de 2023
El 7
de noviembre de 1917, el día en que los Bolcheviques tomaron el Palacio de
Invierno y cuando aún se oían los cañonazos de la revuelta, León Trotsky y Yuli
Martov, líder menchevique, se enfrentaron en una agria discusión. Martov quería
negociar con la insurrección. Trotsky le respondió: ¿Con quién hay que
llegar a un acuerdo, con ese grupo patético que acaba de irse?. Fracasaron,
vuestro papel ha terminado. «Vayan como pertenecen, al basurero de la
historia». Martov le respondió susurrando, antes de retirarse: «Un
día comprenderán el crimen en el que están participando» . Setenta y
cuatro años después, el derrumbe del régimen criminal, asfixiante, diabólico
que fue la URSS, especialmente la estalinista, le dio la razón a Martov. Ya
sabemos cuál fue el trágico final del fervoroso e iluso León Trotsky.
He recordado esa parte de la historia de la revolución bolchevique en el momento en que está reunida la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU) en Nueva York. Cuando quise investigar en Google algunos detalles de esta reunión, escribía ONU y el corrector ponía –lo juro– «Inútil». No creo que sea inteligencia artificial sino que en Google existe conciencia de la realidad.
La
Organización de Naciones Unidas fue creada por 53 países en octubre de 1945, en
la ciudad de San Francisco, EE. UU. Fue una decisión recibida con euforia
porque parecía que ese organismo impediría que se repitieran los horrores de la
Segunda Guerra mundial y los crímenes del nazi fascismo.
La
Declaración Universal de los Derechos Humanos, la más importante de las
decisiones tomadas por la joven ONU, fue aprobada en diciembre de 1948. Esta
declaración era ley cuando los países miembros de la ONU eran 53. Hoy son 193 y
allí hay de todo, desde algunas respetables y consolidades democracias hasta
regímenes abiertamente criminales.
Transcribiré
solo los artículos de la DDHH que conciernen a esta nota:
Artículo
1o. Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y,
dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los
unos con los otros.
Artículo
2o. Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta
Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión,
opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición
económica, nacimiento o cualquier otra condición.
Artículo
3o. Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de
su persona.
Voy a
saltar el 4o que prohíbe toda forma de esclavitud y de servidumbre para pasar
al 5o que es quizá el más pisoteado de todos, especialmente en nuestro país: «Nadie
será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes». Más
adelante están los que se refieren a la administración de justicia en igualdad
de condiciones y garantías para todos los seres humanos. También ignorado en la
Venezuela del chavismo madurista.
Me voy
a concentrar en la actuación de algunos mandatarios de América latina en esta
Asamblea de 2023 que tiene como objetivo central la protección del ambiente y
el desarrollo sostenible. Era evidente, por razones obvias, que Nicolás Maduro
no asistiría. Lo hizo el canciller Iván Gil de quien me resulta imposible
hablar bien o mal.
Pero
aún sin estar presente, a Maduro le fue de lo peor. En pantallas gigantes y en
el corazón de Nueva York fueron exhibidas las torturas que aplica el régimen a
sus presos políticos.
Tampoco
asistió Daniel Ortega, de Nicaragua, quizá por miedo, pero seguramente que no
por vergüenza. Tuve la paciencia para oír al caradura y desabrido Díaz Canel
explayándose sobre la pobreza en el mundo, culpa de las desigualdades y por
supuesto acusando a las sanciones del desastre que es Cuba después de 64 años
de dictadura castro comunista.
Oí
parte del discurso del hipócrita y acomodaticio Lula da Silva, quien habló de
la tragedia palestina, de las guerras fratricidas y miseria en varios países de
África y de las amenazas a la democracia en Guatemala, pero no dijo una sola
palabra sobre el régimen autocrático de Nicolás Maduro, su vecino y compinche,
cuyo régimen ha provocado que alrededor de 500 mil venezolanos, de los casi 8
millones que han emigrado, vivan exiliados en Brasil.
Lo de
Gustavo Petro fue de antología. Confieso que hasta sentí algo de pena por su
asombro, por su expresión de niño perdido en una selva oscura cuando los
delegados se levantaban de sus asientos, hacían ruido, lo ignoraban, abandonaban
la sala y la directiva era incapaz de retomar el orden.
Cuando
al fin pudo hablar, se refirió al derecho a la vida y a la defensa del ambiente
en un país en el que han sido asesinados, durante su gobierno, 27 líderes
ambientalistas y han aumentado exponencialmente la narco violencia y los
cultivos de coca.
Una
nota final para ese narciso aterrador llamado Nayib Bukele, dictador de El
Salvador, quien ha violado no solo la Constitución de su país, sino todas las
normas de derechos humanos, de justicia y de mínima humanidad. Al perseguir y
encarcelar a la mafia de los Maras, ha llevado a que El Salvador sea un país
donde los vecinos se denuncian entre sí por rencillas personales y la cárcel
para 20 mil presos, orgullo de Bukele, se llene también de inocentes sin
derecho a juicio.
Para
todos ellos, sin excepción hay un puesto reservado en el basurero de la
historia.
Paulina
Gamus
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