Humberto García Larralde 19 de septiembre de 2023
Desde
los inicios de los gobiernos chavistas y chavo-maduristas, los economistas
hemos venido señalando sus errores e insuficiencias en lo que respecta a
nuestra área de estudio, las consecuencias de tales desaciertos y, las más de
las veces, los correctivos que se deberían instrumentar, en beneficio del
bienestar de la población. Me encuentro entre aquellos que señalan, además, que
estos errores no son solo por ignorancia en esta materia –que lo ha habido, y
mucho—sino que son por diseño.
Acabar con el equilibrio de poderes, reprimir a los medios de comunicación independientes y las protestas, y conculcar los derechos civiles y económicos, dejó como único referente de política la voluntad del líder indiscutido de la «revolución». Invocó un menjurje ideológico de claro perfil fascista[1] para legitimar sus decisiones, que se tradujo en la desaparición práctica del Estado de derecho, como de la racionalidad mercantil en la conducción de los asuntos económicos, y su reemplazo por criterios políticos, que no podían ser otros que los formulados por Chávez.
Por
más que fundamentase sus decisiones en clichés patrioteros o de la mitología
comunista, lo que privó fue la lealtad para con su mandato autocrático, es
decir, la sumisión incondicional a sus designios.
Que
muchos creyesen en la justificación ideológica esgrimida no absuelve tal
distorsión: tampoco se podía ser demasiado celoso en la observación de los preceptos
revolucionarios, como lo demuestra la acometida reciente contra el Partido
Comunista de Venezuela y, cuando Chávez, contra quienes se atrevían a criticar
sus pretendidos desvíos de la verdadera y única senda Histórica (con mayúscula)
de salvación.
Lo
cierto es que, bajo esta dinámica se fue conformando un mercado político para
el acceso y usufructo de los recursos. Sus claves operativas han sido,
primeramente, la lealtad mencionada, pero, más allá, la posición de mando que,
con base en tales muestras de fidelidad, se pudo conquistar en la estructura
del poder «revolucionario».
Un
mercado así activado no podía verse acotado por preceptos «burgueses» –derechos
de propiedad, libre intercambio, transparencia–, ni por imperativos legales
acerca de la inviolabilidad de derechos humanos. Con la excusa de que los fines
de la «revolución» trascienden estas nimiedades, se afianzó un espacio de
transacciones a discreción, sin rendición de cuentas, que sirvió para forjar
alianzas con factores indispensables para la consolidación del poder.
Chávez,
provisto de las copiosas alforjas que le proveyó la renta petrolera, pudo
incursionar con éxito en tales tratos, articulando un tejido de alianzas,
nacionales e internacionales, que vigorizó su dominio. Negocios turbios de todo
tipo fueron «fagocitand» espacios de actividad económica, dando lugar a
verdaderas mafias confabuladas en su depredación. Se plasmó, así, un
régimen de expoliación que, como su nombre indica, vive del expolio de la
riqueza social. Es un arreglo parasitario, no productivo.
Las
oportunidades que ofrece para concertar alianzas han sido decisivas para el
sostén de Maduro, carente del carisma y de la ascendencia de su mentor y, luego
de su segundo año de gobierno, de los fastuosos ingresos percibidos por aquél
por exportación de crudo. Hoy, se expresa como alianza cómplice entre militares
traidores, bandas criminales internas y de afuera (ELN, FARC disidentes) y
gobiernos forajidos. Expresan la existencia de un Estado gansteril[2].que
debe cebarse continuamente.
El
problema con este régimen de expoliación es, claro está, que no produce: It
doesn’t deliver the goods. Una vez agotada la renta petrolera, aislado
financieramente el país a raíz del default implícito de 2017 y reducida la
economía doméstica a apenas la cuarta parte de cuando comenzó su mandato,
Maduro ya no tiene para donde coger para alimentar las complicidades y, a la
vez, legitimar su acción de (des)gobierno ante los venezolanos si tiene que
realizar elecciones que parezcan creíbles.
Ante
la galopante inflación, echarles la culpa a las sanciones ya no genera los
réditos políticos esperados. Con el desastre económico que ha provocado y la
violación extendida de los derechos de los venezolanos –muertes, torturas y
privación arbitraria de libertad–, no hay razón para que permanezca en el
poder.
De ahí
las medidas económicas que ha ido lanzando al garete. Acertó con la liberación
de precios y de la tenencia de divisas, pero no la complementó con el resto de
las garantías –entre éstas, las referidas a los derechos humanos– que le
hubiesen permitido concertar empréstitos externos para solventar las fallas de
los servicios públicos, crear condiciones para estimular la actividad económica
y poder atraer inversiones.
En
vez, siguió repartiendo dinero («bonos de la patria», de «guerra económica»,
cestaticket) y aumentando el salario mínimo por decreto, a pesar de que sólo
podía financiarlos con emisión monetaria del BCV. Derivó en la terrible
hiperinflación que causó tantos estragos entre 2017 y 2021. Hizo promulgar una
ley «antibloqueo» (¡!) para recaudar fondos (¿lavar capitales?), negociando
activos públicos a la sombra, sin licitación ni rendición de cuentas.
Atendiendo
a sus asesores ecuatorianos, aplica, como política antiinflacionaria, un ajuste
neoliberal severo para reducir la liquidez (por tanto, la demanda) –¡en una
economía con un grado abismal de desempleo de sus recursos productivos! –,
dificultando todavía más la reactivación económica. También dejó de ajustar
desde hace más de un año los sueldos de los empleados públicos.
Pero
la inflación sigue siendo la más alta del mundo, por lo que los condenó a
niveles de miseria invivibles. Ello colapsó la administración pública. Ahora
anda por ahí hablando de Zonas Económicas Especiales (ZEE). Pero éstas sólo
tienen sentido si cuentan con una batería de incentivos –exoneraciones,
regímenes aduaneros y laborales especiales, servicios públicos eficientes y
confiables, infraestructura física y comunicacional, financiamiento, seguridad
jurídica y personal—que precisan de un Estado eficaz, notoriamente inexistente
en Venezuela.
Maduro
no tiene idea de lo que se requiere para salir del hueco económico en que nos
ha metido. Y no es sólo por ignorancia. Como custodio de las complicidades que
nutren a los distintos factores que viven del Estado gansteril, tampoco le ha
interesado hasta ahora.
Y no
sólo implica coordinar el uso de los componentes del aparato represivo del
Estado, incluyendo tribunales cómplices, sino articulando también, bajo tutela
cubana, un imaginario –una falsa realidad—con base en clichés «revolucionarios»
para legitimarse ante una fanaticada cada vez más reducida. El gran desafío que
enfrenta es cómo mantener la madeja de dispositivos del que se valen los
depredadores y a la vez obtener recursos con los cuales sostener las
actividades básicas de un Estado. La cuadratura del círculo, pues.
Acaba
de regresar de China, país al que acudió, acompañado de un entourage de
familiares y acólitos, en procura de churupos con los cuales correr, aún más,
la arruga. Ilusionado con una supuesta afinidad ideológica con el gigante
asiático, se le pasó por alto que Venezuela todavía le debe unos $ 20 millardos
del Gran Fondo Chino. Escarmentados con tal irresponsabilidad, el gobierno
chino prefirió anotarse con acuerdos marco de cooperación bilateral en
distintas áreas, en vez. Si acaso, habrá recursos para proyectos específicos
que pudiesen surgir, con las garantías correspondientes.
Pero
como el arte de una buena diplomacia se basa en complacer el ego del visitante,
se anunció un acuerdo para entrenar astronautas venezolanos, con miras a una
eventual misión a la luna. Y con un acuerdo de tan elevada trascendencia
–espacial–, regresó Maduro orondo y feliz. ¡Misión cumplida! Mientras, los
venezolanos siguen sucumbiendo a la inflación, el colapso económico, la falta
de gasolina, la inseguridad, los apagones y la crisis en la prestación de salud
y de otros servicios.
Dicen
que la reina María Antonieta exclamó perpleja ante la hambruna del pueblo
francés: «¡Si no hay pan, buenas son tortas!! Unos 270 años después, Maduro
añade, ¡Tenemos patria y vamos a la luna!
[1] García
Larralde, Humberto (2008), El fascismo de siglo XXI: La amenaza
totalitaria de Hugo Chávez Frías, Random House Mondadori, Colección
Actualidad Debate, Caracas.
[2] Paola
Bautista de Alemán, “Revolución Bolivariana y el desarrollo del Estado
gangsteril en Venezuela”, en Democratización, septiembre 2019
Humberto
García Larralde
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