Asdrúbal Aguiar 20 de noviembre de 2023
La
guerra híbrida –categoría reciente y de factura militar norteamericana, que
adquiere suceso comunicacional tras la guerra de Rusia contra Ucrania, animada
por China con vistas a La Era Nueva– se caracteriza “por la integración en
tiempo y espacio de procedimientos convencionales con tácticas propias de la
guerra irregular”. Sostiene Guillem Colom Piella, de la Asociación Española de
Escritores Militares, que en esta se suman actividades de guerra informativa,
guerra legal, ciber-operaciones, mezcladas “con actos terroristas y conexiones
con el crimen organizado para la financiación, obtención de apoyos y
asistencia”.
Las
guerras del siglo XXI encuentran asidero y explicación dentro de un inédito
ecosistema producto de un «quiebre epocal» a partir de 1989 y en el que se suma
el agotamiento del socialismo real con la tercera y la cuarta revoluciones
industriales, la digital y la de inteligencia artificial. La virtualidad y la
instantaneidad entierran a la lógica de la experiencia territorial e histórico temporal
de las sociedades y de la organización del poder desde sus orígenes más
remotos. Es lo inédito.
Por vía de efectos, la deconstrucción cultural, la liquidez en las ideas como lo señala Zygmunt Bauman, paradójicamente hacen viable el sueño de Antonio Gramsci, marxista italiano que bebe en las fuentes del fascismo y cultiva el régimen de la mentira. El cemento de lo social no es la ideología sino la cultura, cuya destrucción ha de ser el objetivo eficaz de toda revolución, según este.
Tres
hitos fundamentales se me hacen presentes a propósito de los señalados
conflictos híbridos. Uno, la acción deslocalizada del terrorismo islámico en
2001 sobre las Torres Gemelas de Nueva York –símbolos de las libertades
económicas en el capitalismo– que dejó sin asidero al Derecho internacional
moderno. El otro, que le precede de manera coetánea, la campaña de medios
orientada a denunciar la pederastia en la Iglesia de Roma, casualmente el
custodio de las raíces judeocristianas en Occidente.
No se
olvide que 61 periódicos de California, en Estados Unidos, destapan
sistemáticamente 2.000 historias, hechos del pasado en su mayoría ciertos, pero
suficientes para disparar sobre los sólidos de la catolicidad fracturándolos;
ello, a pesar de que, en la investigación realizada por el profesor
norteamericano Philip Jenkins “99,7% de los sacerdotes católicos nunca se han
visto implicados en este tipo de comportamientos delictivos”.
El
tercer hito está a la vista. Lo comenté en mi reciente exposición ante el Grupo
IDEA al abordar la cuestión de la Gobernanza Digital. Preguntaba sobre si ¿es
razonable pedir de los israelitas y los palestinos, ambas víctimas de Hamás,
mantenerse inermes –como lo pedía en 2005 el hoy expresidente español Rodríguez
Zapatero– frente a actos de arbitraria desestabilización e inhumanidad ante la
inacción del órgano de seguridad encargado de hacer valer la autoridad del
Derecho internacional como Naciones Unidas? ¿Acaso no observamos el choque de
relatos que avanza, aquí sí, a nivel global y sobre las redes, desde el
instante en que se ejecutan los atentados terroristas contra los judíos? Se
travisten los hechos y se exacerban los prejuicios. Lo que es más grave, tras
el argumento falaz de la imparcialidad informativa se homologan la maldad
absoluta y quienes luchan por sostener el sentido primario de la vida y las
libertades. Esa es la guerra híbrida.
Debo
decir, entonces, que el germen de la guerra híbrida o asimétrica y su marca de
fábrica –salvo la cuestión del Lawfare o la judicialización
del enemigo, forjada desde el Foro de Sao Paulo y renovada por el Grupo de
Puebla treinta años más tarde– es de neto origen venezolano. Precede al trabajo
del Pentágono de 2005.
Tras
el referendo revocatorio de 2004, que el Centro Carter le quita a la oposición
en Venezuela para moderar a Chávez, éste, antes bien, anuncia en noviembre “La
Nueva Etapa, El Nuevo Mapa Estratégico de la Revolución Bolivariana”. Abordo
sus contenidos en mi libro El problema de Venezuela (2016).
Al
margen de su realidad o irrealidad, en líneas gruesas y precisas plantea Chávez
la guerra asimétrica, que es internacional y también interna o endógena. Al
referirse a La Nueva Estrategia Militar Nacional impone como tareas para la
Fuerza Armada una mayor relación con las “misiones sociales” cubanas y una
mejor relación “con fuerzas armadas amigas” en Latinoamérica.
Advierte
sobre la necesidad de prepararse para abandonar los métodos convencionales y
aprender de “la experiencia de la lucha guerrillera” con asistencia de
exguerrilleros venezolanos. El teatro de operaciones se concreta en “las
acciones defensivas en la zona fronteriza con Colombia (…) por la
implementación del Plan Colombia”, según reza el documento presidencial.
La
Nueva Etapa manda a “educar a la población en los principios militares de
disciplina, amor a la patria, y obediencia”. Promueve la unidad cívico-militar
“para acciones de seguridad” o, mejor todavía, “la incorporación del pueblo a
la defensa nacional a través de la reserva militar”. Pide Chávez a sus
alcaldes, expresamente, identificar a los “patriotas” que venidos del pueblo
han de hacer parte de la reserva, según que uno sea “tirador de fusil”,
“francotirador”, o “lanzador de granada”. Ya contaba, según lo dice, con
100.000 hombres.
Al
plantear la guerra asimétrica –que la proyecta híbrida una vez como pacta su
acuerdo logístico con la narcoguerrilla de las FARC en 1999, sumándole el
control de los medios de comunicación social para imponer sus narrativas, y
encomendándole a Cuba la instalación y control del andamiaje digital necesario
para tales fines y al objeto, asimismo, de sujetar la data electoral– afirma
Chávez lo siguiente: “Hace tres años atrás éramos Cuba y Venezuela, a nivel de
gobierno, y ahora cómo ha cambiado la situación”. Y prosigue:
“Se
han venido definiendo dos ejes contrapuestos, Caracas, Brasilia, Buenos Aires
(…) sobre el cual corren vientos fuertes de cambio (…) [y que] el Imperio –es
su criterio– va a tratar de debilitarlo siempre o de partirlo, incluso”.
“Existe el otro eje, Bogotá – Quito – Lima – La Paz – Santiago de Chile, (…)
dominado por el Pentágono”. “La estrategia nuestra debe ser quebrar ese eje”,
dice.
La
forma de hacerlo como guerra híbrida la explica Chávez así, en sus láminas:
“Desarrollar
una estrategia de divulgación e información hacia Estados Unidos. para neutralizar
elementos de acción imperial contra Venezuela” y crear “grupos de formadores de
opinión, comunicólogos e intelectuales para contribuir a conformar matrices de
opinión favorables al proceso”. “Utilizaremos todas las estrategias posibles,
desde una estrategia de defensa móvil frente al gigante hasta el ataque. No
está prevista la invasión a Estados Unidos, …”, indica, ya que su guerra, como
se constata, es híbrida.
En
cuanto a lo actual, cabe recordar que Chávez suma a Guyana, en 2004, como
aliada para su estrategia y le paga un costo elevado. Ha demandado a Venezuela
ante la Corte Internacional de Justicia.
“Ahí
está también Guyana. Por razones geopolíticas y del reclamo territorial,
nosotros hemos estado siempre lejos de ese país, pero Guyana es un pueblo
hermano, es un pueblo subdesarrollado, y hay un gobierno allí que pudiera ser
un gran aliado”, enfatiza en su discurso sobre La Nueva Etapa.
“Gobiernos
de extrema derecha, subordinados a Washington, nos quisieron empujar a una
guerra con Guyana, cuando en Guyana mandaba Forbes Burnham, para tratar de
quebrar el movimiento socialista guyanés. Quien gobierna Guyana hoy es un
hombre joven, el presidente Bharrat Jagdeo, que viene de esas filas, aun cuando
es de línea moderada, no es un neoliberal”, añade.
“Tenemos
que atraer a Guyana hacia la integración de Suramérica. Con Guyana, aun cuando
ellos descienden de ingleses, hay raíces comunes: la música, el color, esa liga
de negro con indio, los amerindios y europeos”, concluye.
Chávez,
por lo demás, no se refugia en su patio. Avanza hacia el plano de lo global y
lo logra.
“El
acercamiento a España es algo vital para nuestra revolución, para nuestro
gobierno”, plantea, y prosigue: “Los enfrentamientos entre los fuertes debemos
aprovecharlos… para nuestra estrategia”. “En las repúblicas exsoviéticas …
queda un nutriente… Ahí quedó una semilla que ahora parece está rebrotando”.
“China tiene mucho dinero y quiere invertir en estos países. Vamos a invitar a
esos capitales chinos. Estamos en el nuevo momento, ellos fortalecidos,
nosotros fortalecidos, es el momento de ensamblar”, aduce.
Cabe,
pues, una observación que es máxima de la experiencia y corolario inexcusable
de lo explicado. El poder militar de Occidente, sujeto al Derecho internacional
humanitario, atado a reglas desde 1945, a pesar de su superioridad material y
supremacía tecnológica como para lograr objetivos rápidos sin daños
colaterales, se encuentra inhibido y en palmaria desventaja ante las guerras
híbridas del siglo XXI. Llegan desasidas de cánones y ataduras éticas, guiadas
por el relativismo, son explotadoras de la virtualidad y la instantaneidad
dominantes, buscan vencer en el teatro de la opinión pública, sin mengua de
verse derrotadas en el territorio. Es otro el nuevo paradigma del poder.
Asdrúbal
Aguiar
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico