“Para que las cosas empiecen bien, dentro de lo posible, pero especialmente para aumentar el número de sus clientes, Crespo ordena una amnistía para los presos políticos, reparte en Caracas un millar de banderitas nacionales y pide a la prensa que inflame los sentimientos patrióticos de la ciudadanía”.
Desde principios de año el general Joaquín Crespo está ocupadísimo, debido a los rumores de conspiración que llegan a su despacho. Los enemigos de Nueva York y París tratan de preparar una invasión armada, pero realmente está preocupado por las noticias que llegan de Curazao y Trinidad, según las cuales el expresidente Juan Pablo Rojas Paúl está a punto de suscribir un manifiesto de alzamiento con el apoyo del temible general Ramón Ayala. Por si fuera poco, la visita que otro caudillo célebre le hace a Rojitas, el general José Ignacio Pulido, lo lleva a largas horas de análisis con los militares y los escribidores de su confianza. Para su tranquilidad, las disputas entre los contertulios del mandatario exiliado no llegan a buen puerto. Se separan debido a “razones muy graves y poderosas”, para que el Taita invite a un brindis de regocijo.
La amenaza que comienza a disiparse no ha permitido que el Gobierno se ocupe, con la debida atención, de la cuestión de límites con la Guayana Británica. Los linderos del territorio han sido movidos según el antojo del vecino, mientras en Caracas se trajina la inminencia de una conspiración de políticos airados y peligrosos. Ahora, ya sin una amenaza cercana de guerra civil, se sientan los habitantes de la casa de gobierno a ver cómo se las traen de verdad los ingleses. Las novedades que recogen paran el pelo. La Corona ha reforzado las guarniciones de Las Antillas y ha incrementado las fuerzas en la línea del Cuyuní. No solo ha pagado a los conspiradores para que pongan en jaque la autoridad de Crespo, especialmente en la isla de Trinidad, sino que también ha hecho publicar en sus periódicos la voluntad de mantener la integridad de sus colonias ante la supuesta amenaza del “mandatario bárbaro” que tiraniza a los venezolanos. Todas las miradas se dirigen entonces hacia Londres, mientras el crespismo trata de inventar una estrategia sin tener mucha idea de lo que debe o puede hacer.
“Gracias a las elevaciones de la Cordillera del Ávila, y a la distancia entre el Puerto de La Guaira y la capital, ninguna amenaza de la artillería inglesa se puede concretar”
Para que las cosas empiecen bien, dentro de lo posible, pero especialmente para aumentar el número de sus clientes, Crespo ordena una amnistía para los presos políticos, reparte en Caracas un millar de banderitas nacionales y pide a la prensa que inflame los sentimientos patrióticos de la ciudadanía. Un veterano de la política de entonces, Manuel Antonio Matos, banquero riquísimo y miembro de la parentela de Antonio Guzmán Blanco, entiende que así no se llega a ninguna parte mientras los ingleses escriben a las cancillerías europeas para informar de la situación. Hay que buscar otras soluciones, insiste, sin decir todavía cómo un gobierno pobre y carente de ideas sale del atolladero. Pero adelanta que consulten en París con el Ilustre Americano, quien sabe más de los británicos que los pueblerinos del gabinete. En medio de tal atmósfera se ventila en la prensa cualquier tipo de eventualidades.
Los periódicos llegan entonces a anunciar un cercano bombardeo de Caracas, para que muchas familias abandonen la ciudad a toda prisa. Uno de los opinadores de entonces, Rómulo Guardia, llama a la calma. Después de consultar con don Salustiano García, quien es profesor de Artillería y miembro destacado del Colegio de Ingenieros, asegura que Caracas está a salvo de un bombardeo debido a la protección de las montañas que la rodean. Gracias a las elevaciones de la Cordillera del Ávila, y a la distancia entre el Puerto de La Guaira y la capital, ninguna amenaza de la artillería inglesa se puede concretar. El sosiego retorna, debido a que el Gobierno se empeña en divulgar la noticia para pensar con mayor pausa sobre un trance que parece de vida o muerte. Tal y como están las cosas -agotamiento del tesoro, cansancio después de la guerra Reivindicadora, planes conspirativos, pobreza y precariedad de las milicias- Inglaterra no solo puede imponer su parecer en materia fronteriza, sino también llegar invencible hasta Caracas.
La estrecha situación hace que el Gobierno pida un oneroso empréstito por cincuenta millones de bolívares a la famosa compañía alemana de Disconto-Gesellschaft, mientras los ministros siguen devanándose los sesos ante el reclamo inglés. Pero, como nadie da todavía en el clavo, regresa Manuel Antonio Matos con su luz. Tengo la solución, afirma ante Crespo, hable con el presidente Grover Cleveland para que le pare las patas a un imperialismo que no le conviene para nada. Y colorín colorado, de momento. Fue así como, en 1896 y mirando solo algunos pormenores que habitualmente pasan inadvertidos porque parecen minúsculos, no hubo guerra con Inglaterra por un territorio que hoy llamamos Guayana Esequiba.
https://lagranaldea.com/2023/11/19/caracas-1896-comienza-la-guerra-por-el-esequibo/
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