Después de veinticinco años durante los cuales dispusieron de la mayor masa de recursos económicos de la historia y un poder político sin límites. Después de despilfarrar una increíble oportunidad de oro para transformar la república, como lo habían proclamado. Después de sumir a vastos sectores del pueblo venezolano en condiciones abyectas de vida y de entregar nuestra soberanía, la élite revolucionaria le anuncia al pueblo venezolano que está furiosa.
Maduro está colérico. Diosdado está iracundo. Cilia está cuaimatizada y Jorge confiesa que está muy-pero-muy furioso, que es decir bajo «un estado mental alterado de ira demencial» (Wikipedia dixit), lo cual en tanto que comporta la pérdida de la capacidad de auto-monitorearse y de la observación objetiva, no le permite como psiquiatra automedicarse. Qué mala suerte la de nosotros.
En el último cuarto del siglo los venezolanos hemos sabido de viejas y nuevas furias, para colmo triste y malamente autodenominadas «bolivarianas». La primera eclosión de esa iracundia incontrolable nos dejó una cifra oficial de 32 muertos. Fue el 4F de 1992. Y el segundo, el 27N del mismo año: 171 víctimas fatales por las cuales nadie pagó.
Y a lo largo de los años suman centenares los que han caído en las calles de Venezuela, ofrendando sus vida, enfrentando los desmanes autocráticos de los mismos que hoy anuncian y ejecutan nuevas acciones impulsadas por esa #FuriaBolivariana que los ciega, los obnubila, los aparta de todo razonamiento y conducta democrática.
Oyendo la perorata propagandística, viene al recuerdo que «Furia» fue el título de una famosa serie televisiva, (rueda resignada nuestra pobre cédula de identidad), protagonizada por un hermoso zaino, un fiel y noble corcel, cualidades que claramente no tiene el troyano y desbocado equino de la revolución, pero al cual también desde lejos «se le ven las patas». Basta observar cuales han sido las víctimas propiciatorias de los primeros ataques.
Ya van cuatro dirigentes detenidos y han sido pintarrajeadas con la infame consigna las sedes partidistas de Vente Venezuela, la organización de «esta mujer» que tanto los aterra, así como residencias de líderes políticos, entre ellas las de Alfredo Ramos, y casas gremiales del magisterio, acciones judiciales contra periodistas, organizaciones no gubernamentales. Muchos son los modos y las vías escogidas, como lo están demostrando.
Cuando Nicolás Maduro anuncia esta nueva oleada de «furia bolivariana», ¿Desde cuál de sus roles le habla a los venezolanos? ¿Jefe del Poder Ejecutivo? ¿Presidente de su partido? ¿Cabeza de un fracasado elenco revolucionario? Respetuosamente hay que recordarle al gobernante Maduro que la «furia» con la que nos amenaza no aparece en la Constitución Nacional como principio, ni fundamento, ni condición, ni sistema, ni patrimonio, ni valor, ni como legado, concepto o virtud. Y esta advertencia se le debería hacer en primer lugar su fiscal general, experto en administrar la Ley Contra el Odio que les dio una constituyente espuria.
Debe aclarar también sus contradicciones. Un día de furor refrendario por cómputos fantasiosos nos dice que ha surgido de esa «gesta» como líder unificador de la nación. Otro día desde una Asamblea Nacional convertida en cónclave de avestruces nos dice que ha logrado el gran consenso de todos los sectores nacionales. A los pocos días emerge furioso y tronante. Claro, contra todo aquello que amenace su permanencia perpetua en el poder.
Qué bueno sería que la sociedad venezolana, la misma a la que ahora se le encañona con la amenaza de nuevos arrebatos, abordara con sus mentes más lúcidas la significación y los alcances de este régimen furioso.
La academia, el colegio de psiquiatras, los juristas, los filósofos, los sociólogos y el propio Carlos Fraga, quien les recuerde que una persona iracunda puede estar fácilmente equivocada por el consecuente estado de obnubilación que los embarga.
Pero, vamos, no nos llamemos a engaño. Esas manifestaciones de ira son una vieja estrategia política de manipulación mental para conseguir objetivos políticos machaconamente confesados. Luce que por ahí van –y quiera Dios que no vengan—los tiros.
Perdonen que abuse de este espacio para confesarme aquí, haciendo mi humilde tipificación de la #furiabolivariana con las que nos pretenden acorralar: Furia malandra. Furia hamponil. Furia delincuencial. Furia incivil y desvergonzada. Furia de tufo fascistoide que jamás puede llevar el honroso apelativo de Bolivariana.
Finalmente, un respetuoso mensaje al poeta Gustavo Pereira: Cuando usted escribió ese maravilloso preámbulo de la Constitución ¿imaginó que la burla a esos inspiradores principios nos trajo a este histórico y trágico retroceso?
https://talcualdigital.com/furia-desvergonzada-por-gregorio-salazar/
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