ISABEL PEREIRA PIZANI 23 de enero de 2024
@isapereirap
“Es cierto que la riqueza petrolera en
manos de personas decentes alcanzó grandes éxitos en los principios de la
democracia, pero la ausencia de un tejido institucional que pusiera límites al
poder era el agujero negro por el cual se esfumarían los logros democráticos.
Valoremos, frente a la capitulación pesimista de los decentes, el poder del
ciudadano común que desobedeció a quién lo esclaviza”.
Para
Rafael Quiñones.
Si
aceptamos que la principal tarea del Socialismo del Siglo XXI (SSXXI) fue
arremeter y destruir las instituciones en pie, paridas por los años de
democracia, la pregunta siguiente es tratar de responder ¿por qué son o han
sido tan débiles nuestras instituciones? Cuál es la causa que les ha impedido
defender su arquitectura, misión, objetivos y programas. Bastó la aparición de
un líder que moviera sentimentalismos para que las instituciones de las cuales
estábamos tan orgullosos fuesen, una a una, vencidas, dobladas y enajenadas.
¿Qué pasó con las instituciones económicas cuyas reglas creíamos tan fuertes e inclusivas?, ¿qué pasó con los responsables de la economía, la industria, la agricultura, el comercio, la gallina de los huevos de oro: PDVSA?, ¿y Sidor? Las empresas básicas del Estado, la Corporación Nacional de Hoteles y Turismo C.A. (Conahotu) muchos con 4 y 5 estrellas. Organizaciones cuya imagen nos hacían creer que éramos un país rico y pujante, el precio del petróleo subía y nosotros “a gastar”. La frase de moda “Está barato, dame dos”.
Y,
nuestras Fuerzas Armadas estandarte de una de las democracias más importantes
de Latinoamérica, militares de un país democrático, casi ausentes los golpes de
Estado, con apresto actualizado y un bastión de generales formados,
muchos profesionales universitarios, ingenieros, médicos, abogados,
economistas en sus filas.
“¿Acaso
lo que ocurrió el 22 de octubre y el 3 de diciembre fue algo trivial o una
muestra de un país que ha decidido comprometerse y desplegar una acción humana
que signifique luchar por su libertad?”
El
sistema de justicia, con su flamante Corte Suprema de Justicia y sus largos
escuadrones de jueces, responsables de impartir justicia a lo largo y ancho de
nuestro territorio. El sistema de salud con su magnífica red de hospitales
públicos y ambulatorios, que atendían a la población donde quiera que
estuviese.
Ni
hablar de la educación, 28.000 escuelas que educaban a las nuevas huestes de
venezolanos con aspiraciones de ingresar posteriormente a alguna de las grandes
universidades autónomas, que les otorgarían títulos para luego entrar en la
vida económica activa.
La
verdad es que todo lo que hemos mencionado desapareció o se corrompió, se
perdió el norte, los objetivo, los recursos, la gente. Comenzó el más atroz
naufragio que haya vivido esta Tierra de Gracia durante casi
medio siglo.
Creo
que es tiempo para interrogarnos, además de denunciar que el actual régimen en
el poder destruyó sin piedad todas estas entidades, sin que ninguna de ellas
pudiera presentar una oposición o resistencia que le garantizara su vigencia y
permanencia.
Hoy
casi todas son polvo, de nuevo la pregunta: ¿Por qué? Era evidente que
cualquier intento por instalar las bases del SSXXI significaba cambiar,
destruir, suplantar lo que existía e instalar entidades nuevas y distintas con
otras reglas de juego.
Hoy
sabemos que el estruendoso fracaso universal del intento comunista en el mundo
se debía fundamentalmente a dos razones: Primera, la imperiosa necesidad
de destruir las instituciones que existían en las democracias, en las
sociedades liberales. Y, segunda, aunque no posterior, el socialismo exige
la instalación de un Estado totalizador, fuerte, que sustituya lo existente y
logre dominar a las sociedades en cuestión.
La
destrucción institucional era una necesidad de primer orden, había que cambiar
las reglas de juego, el “supuesto” extractivismo institucional había que
eliminarlo, transmutarlo en inclusión socialista. Una cuestión
imprescindible desde la visión comunista: sustituir el equilibrio de
poderes por la concentración de poder en el comando revolucionario, alimentar
la lucha de clases y el exterminio de los que “generan riquezas, productores y
propietarios”.
Acabar
con el comercio y el mercado era una gran meta, cambiar hacia modelos de
planificación centralizada cuya doctrina impone qué hacer, qué consumir, comer,
cómo vestirse. Cómo debían ser las viviendas, los vehículos y todos aquellos
implementos necesarios para vivir. La supuesta tarea de los comunistas era
crear instituciones inclusivas, para el pueblo, y con el pueblo. Algo
imposible, nunca logrado en ninguna parte del mundo.
En
realidad, el actual fracaso de Venezuela en todos los órdenes, económico y
político, está asociado al modelo de crecimiento por el cual optó nuestra
dirigencia. En el campo económico se decidió crear un modelo de masificación de
empresas del Estado, responsables del desarrollo minero exportador del país.
Empresas del Estado manejadas por funcionarios públicos designados desde la
presidencia de la República, cuyas consignas básicas no eran asegurar la productividad,
rentabilidad y competitividad de estas sino fundamentalmente asegurar la
fidelidad política al bando o sector que respaldaban su selección.
Este
criterio estatizador no se restringió al campo económico, en general toda la
red institucional estaba sometida al mismo designio de fidelidad política
en desmedro de logros atinentes a la naturaleza de cada entidad. El
sistema judicial, la red de servicios públicos, son terrenos dominados por
el clientelismo político, en todos ellos la participación ciudadana es
prácticamente inexistente. La separación y autonomía de poderes y la rendición
de cuentas al ciudadano no fueron nunca principios obligantes del sistema
político venezolano.
Hoy lo
que está en ruinas en Venezuela no es solo el petróleo, las empresas mineras de
Guayana, el Tribunal Supremo de Justicia, la salud, la educación; lo que está
en quiebra es el modelo estatizador extendido hasta sus confines, económicos,
culturales, éticos. Una muestra de que una institucionalidad democrática sin
ciudadanos es imposible de existir.
El
gran problema lo constituye un hecho que siempre afloraba y se vuelve imposible
de ocultar, todas las instituciones socialistas significan, acarrean,
directamente pérdidas; la aparente calidad de vida desapareció, hasta
alimentarse es difícil, la vida cotidiana se trastorna por organizaciones
estatizadas que martirizan al ciudadano en su cotidianidad.
En
la Rusia soviética las bodegas del pueblo eran del Estado y el
bodeguero un empleado del Estado comunista que trataba a los habitantes del
pueblo según las instrucciones del partido único. En Venezuela los presidentes
de las empresas básicas son todos fieles al partido.
Una
conclusión simple es que la economía estatizada basada en planificación central
definitivamente nunca ha servido, es un fracaso imposible de ocultar al
igual que en la URSS, la justicia, la salud, la educación, los alimentos, las
viviendas y todo aquello necesario para vivir amablemente. Esa fue la gran
enseñanza histórica, el estatismo- comunismo donde se implantó el atraso,
social, cultural, económico, político y la injusticia. El pueblo no era
incluido y los únicos beneficiarios eran las elites revolucionarias.
Ninguna de las instituciones creadas por el socialismo podía ser inclusiva,
porque en realidad representaban el fin de la libertad individual como fuerza
creadora. Era ignorar la propuesta de la escuela austriaca centrada en la
“acción Humana, precisamente lo que se necesitaba, elaborada partiendo de
sólidos axiomas praxeológicos, centrada en el análisis del hombre que actúa, en
el estudio del individuo que persigue objetivos dentro de este nuestro mundo
real”. Allí esta Cuba como un escenario miserable de la destrucción humana e
institucional de esa isla.
“Hoy
nos toca construir nuevas instituciones basadas en el respeto a las personas y
a sus proyectos de vida”
Volviendo
a la pregunta inicial: ¿Por qué nuestras instituciones han sido tan débiles
ante la arremetida comunistoide de Chávez y Maduro? La respuesta no está solo
en los errores de la oposición, en sus equivocaciones tácticas para responder
la arremetida de la banda chavista. En una Latinoamérica plagada de fantasmas
como el Che Guevara, leyendo “Las venas abiertas de América Latina”, era casi
imposible creer que la prédica marxista era el principio de la destrucción.
Ante
ese panorama, la respuesta que encontramos -hasta hoy- era que nuestras
instituciones eran débiles desde su nacimiento porque, paradójicamente, aunque
se anunciaban como democráticas obedecían a una visión concentrada, estatista,
con manejo discrecional del poder, cuya tarea era repartir de acuerdo con
sus inclinaciones y preferencia los recursos que entraban torrencialmente en el
país. En el periodo democrático nos dedicamos a construir un gran Estado, rico,
poderoso, los ciudadanos éramos un poco más que espectadores.
Las
posibilidades de existencia de instituciones sólidas e independientes, que
garantizaran un equilibrio del poder estaban oscurecidas porque la riqueza
nacional derivada del auge petrolero y del poder que significaba su
distribución, dependieron de una decisión concentrada, un solo poder público
centralizado que dominaba al resto del país; además con el control de la
riqueza como lo establecen los Artículos 302 y 303 de la Constitución. En
síntesis, sin querer queriendo creamos un Estado con poder sin límites que
sobrepasaba el espíritu democrático. A diferencia de nosotros, en el reino
de Noruega el gobierno no interviene en el manejo de la industria
petrolera, ella está en manos expertas, el gobierno solo define la visión
estratégica. ¿A quién beneficia esta riqueza?
Sin
embargo es menester reconocer que el país funcionaba mejor cuando el presidente
de la República y sus partidarios eran gente decente, respetuosos de la
sociedad y de sus representantes. Por el contrario, si el que comandaba el
Estado era una persona con debilidades, sin una estructura de valores que
privilegiara la libertad y la condición ciudadana, al país podía irle muy mal,
pues dependía de alguien que tenía un poder sin límites, los ciudadanos estaban
sometidos a lo que fuese esta autoridad como político y ser humano.
En
Venezuela nunca existieron instituciones fuertes, solidas, como quizás han
existido en Colombia, condición que le ha permitido al fiscal general de
ese país enfrentar al presidente de la República y negarle que este sea su
jefe, tal como acaba de ocurrir con el fiscal Francisco Barbosa. ¿Podría
usted imaginar una escena parecida en Venezuela antes o después del SSXXI?
Tiene
razón Rafael Quiñones cuando habla de la
declinación de los decentes, derivada de la
debilidad de nuestras instituciones: “Esa debilidad institucional, tanto en
lo económico como en lo político, obviamente estancó los avances sociales
alcanzados en los primeros lustros de la democracia y paralizó el vertiginoso
proceso de reducción de pobreza que el país experimentaba desde 1958”.
No
podemos seguir equivocándonos, tenemos que enfrentar la causa generadora de la
debilidad institucional, que no son fallas personalistas, ni simple afán de
poder y corrupción. No es aventurado pensar que desde un principio Venezuela
construyó el camino que permitía que en cualquier giro de la historia surgiera
una banda ambiciosa, descontrolada e ignorante que tomará el poder y doblegara
sus instituciones, pues nuestras principales instituciones ya habían nacido y
crecido torcidas. No estaba claro, ni era evidente que existieran los
anticuerpos contra el abuso del poder.
Fue
necesario que tomara el poder la dupla Chávez- Maduro para que la verdad
reluciera. A pesar de que durante las décadas democráticas el batallón de
decentes creció, no así prosperó la necesidad de crear unas bases
institucionales sólidas. La independencia de los poderes no fue nunca el gran
destino ni objetivo del liderazgo político, dependimos siempre de las
cualidades personales de cada responsable de decisiones, si era buena persona,
algo que ocurría con frecuencia, la gestión institucional podía ser buena; en
el caso contrario, la destrucción, la corrupción arrasaba como río en
conuco.
El
caso más patético quizás era la inexistencia del Estado de Derecho como
fortaleza institucional. ¿Acaso, siempre existieron las bandas judiciales? En
cuál situación estaban aquellos elementos que traslucían que el Estado de
Derecho estaba plenamente vigente, eran claros los límites al poder del
gobierno, el castigo a la corrupción, el respeto a los Derechos Humanos, la
seguridad, la justicia, civil y penal, cuáles anticuerpos existían frente a la
corrupción con dineros públicos. Era incuestionable la elección de una Corte
Suprema de Justicia acorde con los preceptos legales establecidos y de forma
transparente para los ciudadanos. Existían los procesos necesarios para
designar jueces por concurso libres de presión ideológica. Estaban restringidos
los poderes gubernamentales. Era clara la separación y autonomía de
poderes, se le rendían cuentas al ciudadano. ¿El ciudadano existía o era una
ficción?
Nuestras
instituciones nacieron débiles cuando se decidió que el Estado controlaría la
economía, es decir, el petróleo; convertido en distribuidor de la riqueza sin
supervisión real. Bajo estos preceptos se construyó un Estado enquistado como
el gran propietario de una riqueza manejada y distribuida directamente desde el
Poder Ejecutivo. Es cierto que la riqueza petrolera en manos de
personas decentes alcanzó grandes éxitos en los principios de la democracia,
pero la ausencia de un tejido institucional que pusiera límites al poder era el
agujero negro por el cual se esfumarían los logros democráticos.
Hoy
quizás hemos tenido por primera vez una percepción de que algo ha cambiado,
aunque el pesimismo y la creencia de que el cambio político es imposible, que
no queda más que convivir con lo peor de las últimas dos décadas. Valoremos
frente a la capitulación pesimista de los decentes, el poder del ciudadano común
que desobedeció a quién lo esclaviza. ¿Acaso lo que ocurrió el 22 de octubre y
el 3 de diciembre fue algo trivial o una muestra de un país que ha decidido
comprometerse y desplegar una acción humana que signifique luchar por su
libertad?
Es
urgente en los nuevos tiempos superar el pesimismo que parece dominarnos,
y reconstruir entre nosotros el concepto de democracia. Las políticas
macroeconómicas pueden ser muy acertadas e ilusionarnos con ciertas ideas de
bienestar al costo muy alto de nuestra libertad, tal como exhibe hoy el
gobierno de China. La posibilidad de cambio depende de algo que no se puede
obviar: la obligación de tomar conciencia sobre nuestra responsabilidad
ciudadana, y lograr que prevalezca la acción humana como conductora
de una sociedad libre y responsable.
En
realidad dependíamos de la decencia de las personas más que del poder de las
instituciones, que no eran parte de una red al servicio del ciudadano. Hoy nos
toca construir nuevas instituciones basadas en el respeto a las
personas y a sus proyectos de vida, y no en el afán de dominación y control.
ISABEL
PEREIRA PIZANI
@isapereirap
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