Francisco Fernández-Carvajal 24 de enero de 2024
@hablarcondios
— En el camino de Damasco.
— La figura de San Pablo, ejemplo de
esperanza. Correspondencia a la gracia.
— Afán de almas.
I. Sé
de quién me he fiado, y estoy firmemente persuadido de que tiene poder para
asegurar hasta el último día, en que vendrá como juez justo, el encargo que me
dio1.
Pablo, gran defensor de la Ley de Moisés, consideraba a los cristianos como el mayor peligro para el judaísmo; por eso, dedicaba todas sus energías al exterminio de la naciente Iglesia. La primera vez que aparece en los Hechos de los Apóstoles, verdadera historia de la primitiva cristiandad, lo vemos presenciando el martirio de San Esteban, el protomártir cristiano2. San Agustín hace notar la eficacia de la oración de Esteban sobre el joven perseguidor3. Más tarde, Pablo se dirige hacia Damasco, con poderes para llevar detenidos a Jerusalén a quienes encontrara, hombres y mujeres, seguidores del Camino4. El cristianismo se había extendido rápidamente, gracias a la acción fecunda del Espíritu Santo y al intenso proselitismo que ejercían los nuevos fieles, aun en las condiciones más adversas: los que se habían dispersado iban de un lugar a otro anunciando la palabra del Evangelio5.
Pablo
iba camino de Damasco, respirando amenazas y muerte contra los
discípulos del Señor; pero Dios tenía otros planes para aquel hombre
de gran corazón. Y estando ya cerca de la ciudad, hacia el mediodía, de
repente le envolvió de resplandor una luz del cielo. Y cayendo en tierra oyó
una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Respondió: ¿Quién
eres tú, Señor? Y Él: Yo soy Jesús, a quien tú persigues6.
Y enseguida la pregunta fundamental de Saulo, que es ya fruto de su conversión,
de su fe, y que marca el camino de la entrega: ¿Señor, qué quieres que
haga?7. Pablo ya es otro hombre. En un momento lo ha visto todo
claro, y la fe, la conversión, le lleva a la entrega, a la disponibilidad
absoluta en las manos de Dios. ¿Qué tengo que hacer de ahora en adelante?, ¿qué
esperas de mí?
Muchas
veces, quizá cuando más lejos estábamos, el Señor ha querido meterse de nuevo
hondamente en nuestra vida y nos ha manifestado esos planes grandes y
maravillosos que tiene sobre cada hombre, sobre cada mujer. «¡Dios sea
bendito!, te decías después de acabar tu Confesión sacramental. Y pensabas: es
como si volviera a nacer.
»Luego,
proseguiste con serenidad: “Domine, quid me vis facere?” -Señor, ¿qué quieres
que haga?
»-Y tú
mismo te diste la respuesta: con tu gracia, por encima de todo y de todos,
cumpliré tu Santísima Voluntad: “serviam!” -¡te serviré sin condiciones!»8.
También ahora se lo repetimos una vez más. ¡Tantas veces se lo hemos dicho ya,
en tonos tan diversos! Serviam! Con tu ayuda, te serviré
siempre, Señor.
II. Vivo
de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí9.
Siempre
recordaremos esos instantes en que Jesús, quizá inesperadamente, nos detuvo en
nuestro camino para decirnos que se quiere meter de lleno en nuestro corazón.
Nunca olvidó San Pablo aquel momento único, cuando tuvo lugar el encuentro
personal con Cristo resucitado: en el camino de Damasco..., indica
a veces, como si dijera: allí comenzó todo. En otras ocasiones señala que aquel
fue el instante decisivo de su existencia. Y en último lugar, como a un
abortivo, se me apareció a mí también...10.
La
vida de San Pablo es una llamada a la esperanza, pues «¿quién dirá, cargado con
el peso de sus faltas, “Yo no puedo superarme”, cuando (...) el perseguidor de
los creyentes se transforma en propagador de su doctrina?»11.
Esta misma eficacia sigue operando hoy en los corazones. Pero la voluntad del
Señor de sanarnos y convertirnos en apóstoles en el lugar donde trabajamos y
donde vivimos necesita nuestra correspondencia; la gracia de Dios es
suficiente, pero es necesaria la colaboración del hombre, como en el caso de
Pablo, porque el Señor quiere contar con nuestra libertad. Comentando las
palabras del Apóstol -no yo, sino la gracia de Dios en mí señala
San Agustín: «Es decir, no solo yo, sino Dios conmigo; y por ello, ni la gracia
de Dios sola, ni él solo, sino la gracia de Dios con él»12.
Contar
siempre con la gracia nos llevará a no desanimarnos jamás, a pesar de que una y
otra vez experimentemos la inclinación al pecado, los defectos que no acaban de
desaparecer, las flaquezas e incluso las caídas. El Señor nos llama
continuamente a una nueva conversión y hemos de pedir con constancia la
gracia de estar siempre comenzando, actitud que lleva a recorrer con paz y
alegría el camino que conduce a Dios –afianzados en la filiación divina y que
mantiene siempre la juventud del corazón. Pero es necesario corresponder en
esos momentos bien precisos en los que, como San Pablo, le diremos a
Jesús: Señor, ¿qué quieres que haga?, ¿en qué debo luchar más?,
¿qué cosas debo cambiar? Jesús se nos hace encontradizo muchas veces; entonces,
«es menester sacar fuerzas de nuevo para servir –escribe Santa Teresa y
procurar no ser ingratos, porque en esa condición las da el Señor; que si no
usamos bien del tesoro y del gran estado en que nos pone, nos los tornará a
tomar y quedarnos hemos muy más pobres, y dará su Majestad las joyas a quien
luzca y aproveche con ellas a sí y a otros»13.
Señor,
¿qué quieres que haga? Si se lo decimos de corazón -como
una jaculatoria muchas veces a lo largo del día, Jesús nos dará luces y nos
manifestará esos puntos en los que nuestro amor se ha detenido o no avanza como
Dios desea.
III. Sé
en quién he creído...
Estas
palabras explican toda la vida posterior de Pablo. Ha conocido a Cristo, y
desde ese momento todo lo demás es como una sombra, en comparación a esta
inefable realidad. Nada tiene ya valor si no es en Cristo y por Cristo. «La
única cosa que él temía era ofender a Dios; lo demás le tenía sin cuidado. Por
esto mismo, lo único que deseaba era ser fiel a su Señor y darlo a conocer a
todas las gentes»14.
Lo que deseamos nosotros; lo único que queremos.
Desde
el momento de su encuentro con Jesús, Pablo se convirtió a Dios de todo
corazón. El mismo afán que le llevaba antes a perseguir a los cristianos lo
pone ahora, aumentado y fortalecido por la gracia, en el servicio del ideal
grandioso que acaba de descubrir. Hará suyo el mensaje que recibieron los demás
Apóstoles y que recoge el Evangelio de la Misa: Id al mundo entero y
proclamad el Evangelio a toda la creación15.
Pablo aceptó este compromiso e hizo de él, desde ese momento, la razón de su
vida. «Su conversión consiste precisamente en esto: en haber aceptado que
Cristo, al que encontró por el camino de Damasco, entrará en su existencia y la
orientará hacia un único fin: el anuncio del Evangelio. Me debo tanto a
los griegos como a los bárbaros, tanto a los sabios como a los ignorantes... Yo
no me avergüenzo del Evangelio: es fuerza de salvación para todos los que creen
en él (Rom 1, 13-16)»16.
Sé en
quién he creído... Por Cristo afrontará riesgos y peligros
sin cuento, se sobrepondrá continuamente a la fatiga, al cansancio, a los
aparentes fracasos de su misión, a los miedos, con tal de ganar almas para Dios. Cinco
veces recibí cuarenta azotes menos uno; tres veces fui azotado con varas; una
vez fui lapidado; tres veces naufragué; un día y una noche pasé náufrago en
alta mar; en mis frecuentes viajes sufrí peligros de ríos, peligros de
ladrones, peligros de los de mi raza, peligros de los gentiles, peligros en
ciudades, peligros en despoblado, peligros en el mar, peligros entre falsos
hermanos; trabajos y fatigas, frecuentes vigilias, con hambre y sed, en
frecuentes ayunos, con frío y desnudez; y además de otras cosas, mi
responsabilidad diaria: la solicitud por todas las iglesias. ¿Quién desfallece
sin que yo desfallezca? ¿Quién tiene un tropiezo sin que yo me abrase de dolor?17.
Pablo
centró su vida en el Señor. Por eso, a pesar de todo lo que padeció por Cristo,
podrá decir al final de su vida, cuando se encuentra casi solo y un tanto
abandonado: Abundo y sobreabundo de gozo en todas mis
tribulaciones... La felicidad de Pablo, como la nuestra, no estuvo en
la ausencia de dificultades sino en haber encontrado a Jesús y en haberle
servido con todo el corazón y todas las fuerzas.
Terminamos
esta meditación con una oración de la liturgia de la Misa: Señor, Dios
nuestro, Tú que has instruido a todos los pueblos con la predicación del
apóstol San Pablo, concédenos a cuantos celebramos su conversión caminar hacia
Ti, siguiendo su ejemplo, y ser ante el mundo testigos de tu verdad18.
A nuestra Madre Santa María le pedimos que no dejemos pasar esas gracias bien
concretas que nos da el Señor para que, a lo largo de la vida, volvamos una y
otra vez a recomenzar.
*Termina
hoy el Octavario por la unidad de los cristianos conmemorando la
conversión del Apóstol de las gentes. La gracia de Dios convierte a San
Pablo de perseguidor de los cristianos en mensajero de Cristo. Este hecho nos
enseña que la fe tiene su origen en la gracia y se apoya en la libre
correspondencia humana, y que el mejor modo de acelerar la unidad de los
cristianos consiste en fomentar cada día la conversión personal.
1 Antífona
de entrada. 2 Tim 1, 12; 4, 8. —
2 Cfr. Hech 7,
60. —
3 Cfr. San
Agustín, Sermón 315. —
4 Hech 9,
2. —
5 Hech 8,
4. —
6 Hech 9,
3-5. —
7 Hech 22,
10. —
8 San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 238. —
9 Antífona
de comunión. Gal 2, 20. —
10 1
Cor 15, 8-10. —
11 San
Bernardo, Sermón 1º en la Conversión de San Pablo, 1.
—
12 San
Agustín, Sobre la gracia y el libre albedrío, 5, 12.
—
13 Santa
Teresa, Vida, 10. —
14 Liturgia
de las Horas, Segunda lectura; San Juan Crisóstomo, Homilía
2 sobre las alabanzas de San Pablo. —
15 Mc 16,
15. —
16 Juan
Pablo II, Homilía 25-I-1987. —
17 2
Cor 11, 24-29. —
18 Misal
Romano, Oración colecta de la Misa.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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