Julio Castillo Sagarzazu 26 de enero de 2024
@juliocasagar
Este
era un buen título para una nota antes del 22 de octubre de 2023, pero mira lo
que son las cosas, lo estamos poniendo en una de enero del 2024. La razón de
ello es que, como reza la frase atribuida a Adre Gide, “todas las cosas ya
fueron dichas, pero como nadie escucha, es preciso comenzar de nuevo”.
Veamos,
el mundo opositor venezolano planteó, el año pasado, un debate sobre este tema.
El de la escogencia de un candidato para enfrentar al gobierno y la
legitimación de un liderazgo ante los ojos del país.
El
asunto no se resolvió en un simposio internacional de analistas y dirigentes
políticos, ni con la publicación de densos “papers” sobre el tema. ¡No! La cosa
se decidió cuando más de dos millones y medio de venezolanos, en medio de las
condiciones más adversas, pasando por encima de las amenazas, los intentos de
saboteo orquestados, la lluvia inclemente y la precariedad de medios, fue a un
proceso libérrimo y escogió a María Corina Machado con más del 92% de los
votos.
¿Qué parte de todo esto no se ha entendido?
La
pregunta puede sonar chocante, pero es pertinente. Porque ese día obviamente no
ocurrió “el fin de la historia” ni se acabó la política en Venezuela, pero
resolvimos un problema demasiado importante para la oposición.
¿Ese
hecho relevante nos inhibe de seguir haciendo prospectivas y de la obligación
de corregir el rumbo tantas veces como sea necesario, sobre todo en un país tan
peculiar y con unas condiciones tan adversas par a la democracia como
Venezuela? Por supuesto que no, pero una cosa es esa y otra pasar a hurtadillas
al lado de las primarias como si estas no se hubieran realizado.
Las
primarias no fueron un evento. No fueron unas jornadas democráticas simpáticas
y plausibles. ¡No! ¡Para nada! Las primarias fueron un acontecimiento político
mayor. Una demostración palpable de que las reservas políticas y morales del
pueblo venezolano no están agotadas y una demostración contundente de que la
vía electoral, la rebelión de los votos y la revolución cívica, es posible en
Venezuela.
Pero
las primarias fueron también un acto que generó un mandato. Un mandato claro
para la candidata electa y para todos aquellos que participamos en el proceso.
Ese
mandato, como todos, supone un respeto a las instrucciones del mandante que son
insoslayables y a las que no se puede gambetear como hacen los delanteros
brasileños cuando se empeñan en el “Jogo bonito”.
Ese
mandato implica el nucleamiento y el fortalecimiento de una Gran Alianza
Nacional alrededor de la candidata electa y el compromiso ineludible de hacer
crecer sus capacidades y su fuerza para enfrentar los poderosos adversarios que
tiene enfrente. Ese crecimiento supone, no solo la fuerza electoral, el aparato
de protección de los votos, sino también su capacidad de negociación para que
las elecciones se realicen conforme a los estándares democráticos universales.
Por
esta razón es incomprensible que, a estas alturas del partido, el interés de
ciertos opinadores es que MCM, desconozca ese mandato, abandone la carrera y
proceda rápido a buscar un sustituto porque esta “inhabilitada”.
¿Pero
de qué escuela de pensamiento, de cual academia de politología, sale semejante
despropósito? ¿Desde cuándo la política es para adaptarse a lo que tu
adversario quiere y no para luchar por lo que se considera justo?
La
obligación moral y política de las fuerzas democráticas es, hoy por hoy,
nuclearse alrededor de una candidatura legitimada por un mecanismo democrático
que fue el de las primarias; contribuir al esfuerzo de forjar una Gran Alianza
Nacional; empinarse por encima de las diferencias políticas y las que se hayan
podido tener en el pasado y enfilar con todas las fuerzas al cambio político,
democrático, cívico y electoral.
De ese sendero no deben sacarnos.
Ya
tendremos tiempo luego para dirimir diferencias y atar cabos que se queden
sueltos en el camino, para eso, si valdrán la pena los conclaves y los
simposios.
Julio
Castillo Sagarzazu
@juliocasagar
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