MIRLA PÉREZ 21 de enero de 2024
@mirlamargarita
“No tenemos Estado, no tenemos garantías,
no tenemos derechos, pero sí tenemos ciudadanos. Somos una sociedad solidaria
que tiene en contra el Estado, este último vela por sus intereses y ha
procurado eliminar la libre asociación, los derechos, la ciudadanía. Comunidad
de convivencia que ha sido capaz de resistir y sobreponerse a la dominación”.
Iniciamos
un año con la fuerza de la esperanza, con el peso de lo vivido y con la
disposición a continuar una lucha que nos implica en lo personal, en lo
familiar, en lo comunitario. No es fácil nombrar la realidad, interpretarla, y
vernos en ella como actores que llevamos adelante un complejo proceso de
acompañamiento y facilitación de la libertad. Vivir, sentir, la comunidad,
estar ahí comporta un enorme desafío.
¿Con qué nos encontramos en las comunidades pobres de un país que tiene un sistema político que doblega y frena el bienestar? Una pregunta compleja que amerita una mirada aguda y profunda, ¿qué hay ahí?, ¿quiénes están ahí?, ¿de qué vida se trata? De eso hemos venido hablando durante estos años, ésta es la realidad que investigamos en el Centro de Investigaciones Populares. El nombre de esta columna se lo debemos a lo que hacemos y comprendemos. “En la venezolanidad convivial” todo un mundo se despliega ante nosotros.
En
Venezuela lo único que está perdido es el Gobierno, sus signos son: pobreza,
mentira, exclusión, injusticia e intervención en las dinámicas
societales-comunitarias para romperlas por dentro. Estas son las prácticas que
animan a sistemas con vocación totalitaria, el
mal reposa en su naturaleza. Estos regímenes llegan al momento en el que
están incapacitados para ver la realidad, se manejan por imposturas, todo se filtra
a través de la ideología. Ellos están perdidos, esa es una de las caras de la
moneda, el poder de la mentira hecho sistema.
La
otra cara somos todos los demás, la mayoría, que vivimos en un mismo país,
obligados a padecer su proyecto, su mentira, su dominio. Somos todos los demás.
Es decir, la generalidad, porque ellos representan la minoría. Hasta ahora
hemos resistido y esta resistencia reside en nuestra verdad, en nuestra
cultura, en nuestra identidad, en la venezolanidad. Retomando, recordando, teniendo
como clave hermenéutica, volvemos a Alejandro Moreno y su gran
hallazgo, el homo convivalis, definición antropológica del pueblo
venezolano. Reconocido como raíz, ofrece una gran posibilidad de interpretación
en estos tiempos de oscuridad.
“No
solo tenemos ciudadanos y ciudadanía, sino que lo somos a pesar del Estado”
Ahora,
el poder reside en quienes tienen el valor de pervivir, de sobreponerse a las
estructuras de dominio, de replegarse y protegerse en sus propias definiciones
culturales, el solo hecho de poder reconocerlo y pronunciarlo de ese modo, es
advertir un mundo de posibilidades. No tenemos Estado, no tenemos garantías, no
tenemos derechos, pero sí tenemos ciudadanos. Somos una sociedad solidaria que
tiene en contra el Estado, este último vela por sus intereses y ha procurado
eliminar la libre asociación, los derechos, la ciudadanía. ¿Lo ha logrado?
Los
signos que se desprenden de nuestras investigaciones dicen claramente que no.
Cuando hablan de caos, de ausencia de ciudadanía, de endoso de la
responsabilidad de la ausencia o falla del Estado, una de las afirmaciones
recurrentes es esta: “Venezuela tiene un gran déficit de ciudadanía. Nos hemos
ido desnormativizando. La ciudadanía tiene que ver con la construcción del bien
común, conocimiento de deberes -que hay que cumplir- y derechos -que hay que
defender”.
Esta
afirmación siempre me ha interpelado, no importa quién la diga, está ahí, en el
ambiente, en el juicio y prejuicio, en las interpretaciones que se hacen desde
el afuera, en las observaciones de o sobre el pueblo, no desde el pueblo.
Cuando la escucho o leo, resuena en mí aquella frase de Bartolomé de las
Casas: “¿y si fuéramos indios?”. ¿Y si yo fuera barrio o
comunidad?, ¿qué tal si la percepción la hiciéramos desde dentro?
Desde
nuestras investigaciones situadas en el mundo popular, en él, desde él,
insertos e implicados en las comunidades, no vemos déficit de ciudadanía, nos
encontramos con comunidades que viven y construyen el bien común, están en el
bien común renovado por una cultura de la convivencia, por un convive, por
ese homo convivalis. No es perfección, ni idealización, es una
posibilidad entre tantas posibilidades de construir comunidad de convivencia.
Para
nosotros y desde nuestros hallazgos, quien falló fue el Estado, no la sociedad,
no las comunidades. No solo tenemos ciudadanos y ciudadanía, sino que lo somos
a pesar del Estado. La garantía de los derechos es el Estado y el garante del
cumplimiento de los deberes es el Estado, pero no hay, lo que tenemos es la
pura arbitrariedad y, sin embargo, seguimos siendo una comunidad que funciona.
En
palabras de Norberto Bobbio, en “El futuro de la democracia”
(1984), nos plantea: “La ciudadanía es la condición de miembro de una comunidad
política, con los derechos y deberes que de tal condición se derivan”. Primero
es la condición de pertenencia, por tanto la ciudadanía es origen y
sentido, y luego se establecen deberes y derechos. Es interesante y oportuna
esta afirmación del autor mencionado.
La
verdad es que, a pesar del caos impuesto por el Estado, la gente sigue líneas
de convivencia, se sabe desprotegido y busca la protección de los cercanos, de
la familia, del vecino, de la comunidad o huye en una migración sin
precedentes. A estas alturas deberíamos tener un país inviable, totalmente
anárquico, caótico, anómalo, y no lo tenemos. Tenemos sí un Estado fallido,
autoritario, arbitrario.
Se nos
presenta una gran diferencia entre el Estado y la sociedad, no es una
distinción novedosa, solo que, en nuestro caso, por tratarse de un Estado
autoritario, no-democrático, éste no es la consecuencia lógica de la sociedad,
sobrevino, se impuso, su poder dejó de tener su origen en el pueblo, se
independizó de él y hoy se impone sin auctoritas, solo desde la coacción.
Nos
preocupa que se siga interpretando que la falencia está en la sociedad, en la
comunidad, en la persona y no en el Estado o en el sistema o en el régimen que
se impone. Pensamos que un buen punto de partida es reconocernos
ciudadanos, comunidad de convivencia que ha sido capaz de resistir y
sobreponerse a la dominación.
MIRLA
PÉREZ
@mirlamargarita
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico