Paulina Gamus 29 de enero de 2024
Comenzaré
por disculparme con los lectores porque en esta nota abusaré de la primera
persona del singular. Era junio de 1957, tenía 20 años y di a luz a la que
sería mi única hija. Presenté sin problemas los exámenes finales del tercer año
de Derecho en la UCV, pero una enfermedad posparto me impidió reincorporarme a
clases de 4º año, en octubre. En tiempos de Pérez Jiménez se perdía el año por
un mes de faltas. En los primeros días de noviembre fui a hablar con el Decano
de la Facultad, José Muci Abraham, le llevé mi récord de calificaciones de los
tres años cursados con la petición de que me permitiera ingresar al cuarto año
y así lo hizo.
Ese gesto discrecional no fue necesario, días después comenzó la huelga universitaria y en febrero de 1958 se incorporaron los estudiantes en el año en que estaban cuando fueron encarcelados o exiliados. Esto fue posible por lo sucedido el 23 de enero de ese año 1958. Solo los mayores de 70, mejor aún, de 75 años de edad, podemos narrar con propiedad lo que sentimos y vivimos los días previos y luego la euforia de saber que Pérez Jiménez ya no estaba y que la Junta de Gobierno era presidida por un marino del más alto grado, Vicealmirante Wolfgang Larrazábal Ugueto, decente y demócrata, como lo fueron los militares que asumieron su verdadera función durante los cuarenta años siguientes.
¿Quiénes
hicieron posible la caída de Pérez Jiménez? La lucha clandestina de militantes
de Acción Democrática y del Partido Comunista de Venezuela, la Carta Pastoral
del Arzobispo Rafael Arias Blanco el 1º de mayo de 1957, la Junta Patriótica
integrada por Fabricio Ojeda, de URD, Guillermo García Ponce, del PCV, Enrique
Aristiguieta Gramcko, de Copei y Silvestre Ortiz Bucaram, de AD. La huelga
universitaria. Y, lo decisivo, los militares que le quitaron el respaldo a
Pérez Jiménez
Tuve
curiosidad por ver un video del acto que el régimen convocó el 23 de enero, en la avenida Universidad, de Caracas.
Ya no en la Avenida Bolívar mucho más amplia y donde se supone peligra la vida
del ciudadano Nicolás Maduro. Vi la llegada del susodicho con una chaqueta cuyo
diseño me dejó impactada. Es conocida su afición por atuendos extravagantes,
pero esta vez se le pasó la mano. El primer orador fue el nonagenario Fernando
Soto Rojas quien era militante del Partido Comunista en 1958 y le atribuyó a
éste y a sí mismo, todas las glorias del derrocamiento de la dictadura. Luego
incluyó loas a Fidel Castro y las inevitables al golpista Hugo Chávez Frías. Fue
incapaz de protestar por la inhabilitación del partido en el que militó la
mayor parte de su vida.
Ya
no vi lo que seguía y fue obligante que me preguntara qué celebra el chavismo
los 23 de enero. ¿El inicio de la democracia que ellos destruyeron? ¿La caída
de un dictador al que ellos no le llegan ni a los tobillos porque fue
constructor y ellos destructores? Recordé una grata reunión en Bogotá, en 1971,
en la que estaba Belisario Betancur un personaje encantador que entonces no se
pensaba sería presidente de su país. En la conversación surgió la nacionalidad
de la canción «Fúlgida Luna». Belisario decía que era colombiana y
yo afirmaba que es venezolana. Al final Betancur, con su fino humor me dijo:
«Hagamos un trato, quédense con Fúlgida Luna y devuélvannos el
Golfo». Chavistas y maduristas, devuélvannos el 23 de enero y quédense
con el 4 de febrero.
Paulina
Gamus
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