Andrea Farnós 19 de enero de 2024
Es el dueño de los restaurantes Brutal 58,
especializados en arepas, cachapas y demás comida callejera venezolana. Este es
el relato del hombre que lanzó una moneda al aire y, por suerte, salió cara
La de
Orlando es de esas historias a las que uno se aproxima con cuidado. Su caso
tenía casi todas las papeletas para acabar en fracaso, pero se agarró a ese
último ápice de probabilidad que hoy le permite vivir holgado económicamente.
Era tan imposible que este venezolano terminase facturando más de un millón al
año tras haber pasado varias noches en el suelo de la Plaza Tirso de Molina, que al final lo hizo. Este es
el relato del actual dueño de los restaurantes Brutal 58,
especializados en arepas, cachapas y demás comida callejera venezolana. La
misma del hombre que lanzó una moneda al aire y, por suerte, salió cara.
La primera vez que Orlando Gavidi puso un pie en el aeropuerto de Barajas apenas llevaba un jerseicito. Era el 17 de abril de 2016, y aunque en España ya era primavera, el chaval sentía frío. Toda temperatura comparada con la de su Venezuela tropical le parecía demasiado baja. A la pregunta de por qué decidió cruzar el charco, la respuesta es dubitativa. "Para buscar una vida mejor, para lanzarme a la aventura, para ver qué pasaba…". Tenía 19 años y la certeza de que el mundo era suyo, como cualquier jovencísimo de esa edad. Sin embargo, sus planes no salieron como él pensaba.
Tras
un mes alojado en casas de viejos conocidos de su familia, y con 350
euros en el bolsillo, empezó la intrépida misión de buscar un empleo.
"No hay nada que dé más laburo que buscar laburo",
decía Ricardo Darín en El mismo amor, la misma lluvia. Gavidi se
dio cuenta de esto después de estar varios días mirando en Milanuncios.
Al no
tener su documentación en regla, le llamaban multitud de clientes para "ser
chico de compañía". No tenía un duro, pero decidió no arriesgarse
a entrar en ese círculo. Un día, encontró una oferta que le llamó la
atención: se busca niñera venezolana para niña de tres años. Llamó, explicó
que no era una mujer, pero sí que era venezolano. "Esa señora dijo la
palabra que me cambió la vida. Me explicó que, en mi situación, podía
pedir el asilo. Yo no sabía ni qué era eso", relata.
Mientras,
aquellos 350 euros con los que llegó en abril iban disminuyendo. Empezó a
meterse a garitos de Huertas para ofrecerse como relaciones públicas y llevar
clientes a los locales. "Pero yo soy tímido, y para eso hay que ser muy
extrovertido", dice. Había noches que sumaba un total de cinco
euros, y como no tenía donde dormir, encontró una esquina en la Plaza de
Tirso de Molina en la que descansar unas horas hasta que
saliera el sol.
Ahora,
atiende a este periódico desde ese mismo rincón. Lo hace ocho años
después, más mayor, con cierto rechazo a dicha ubicación y recordando lo que
fue: "Yo solo lloraba y pensaba en mi madre", señala.
Orlando
pidió cita en la oficina de Asilo y Refugio del Ministerio del Interior en la
calle Padrillo. Allí conoció a su segunda ángel de la guarda, Nieves. "Me
explicó cómo tramitar mi caso y me puso en contacto con la asociación La Merced de
Migrantes", señala.
Gracias
al apoyo de esa organización, alcanzó la condición de asilo y entró en una
primera fase de protección en la que le ofrecían una cama, algo de
comida y el pago del bono transporte. La vida empezó a asentarse, al menos un
poquito. A los seis meses en España, consiguió su primer trabajo en un
McDonald’s de Barcelona. Hace hincapié en lo crucial
que fue aquel oficio para empezar y de los primeros 327 que cobró que
supieron a los millones de ahora.
Fueron
pasando los años, y con ellos, las desdichas. La llegada del 2020 le animó a
intentar poner en marcha su propio local. Gracias al dinero
ahorrado –en McDonald’s, The Good Burguer, Glovo y un restaurante
argentino– y la ayuda de sus compañeros y amigos, consiguió hacerse con un
local en Barcelona con cinco mesas. "No tenía ni idea de nada, ni siquiera
de lo que era un control de Sanidad. Aprendí a palos",
explica. Y con la reapertura de los restaurantes con la pandemia, y esa ansia
de la población por salir y consumir, el germen de Brutal 58 tenía colas de
espera.
Ese
pequeño restaurante de arepas y cachapas lo petó. ¿Qué pasó?
Gadivi señala que a veces recurría al recuerdo de Tirso de Molina para no
olvidar de dónde venía. También echaba la vista atrás para rememorar al resto
de chicos en situaciones complicadas que conoció en La Merced. Entonces se
planteó abrir un segundo local. "O me arriesgaba o me moría de
éxito". Y también arrasó. Ahora, en 2024, cuenta con seis locales en la península
y 33 empleados, todos jóvenes y extranjeros. "No quiero que
ninguno tenga que pasar por lo que pasé yo", explica. El cierre del 2023
se prevé favorable: calcula que facturará en torno a un millón y medio en
ventas.
Ana
Vega, SoyLetrista
La
historia de Orlando Gavidi llegó a oídos de David Placer (un periodista y
conferenciante afincado en España) cuando se encontraba organizando
unas jornadas de formación para emprendedores extranjeros con pocos recursos.
El programa De refugiados a emprendedores ganó el
premio IVLP Impact Award 2023 otorgado por el departamento de
Estado de los Estados Unidos, lo que permitió a Placer organizar un
taller de mentorías para orientar a los chavales en términos de organización y
fiscalidad en España. Fue ahí cuando contactó con Gadivi, un claro
ejemplo de éxito, para que participase como potente en las charlas formativas.
De
aquella pesca de talento hay varios casos que, poco a poco, están
brillando a la luz. Ana Vega es uno de ellos.
En el
restaurante Brutal 58 de Madrid,
en Menéndez Pelayo, Orlando, David y Ana charlan entre ellos. La
última es una logopeda migrante a la que el talento de la caligrafía llamó por
sorpresa. Empezó pasando el rato con sus rotuladores y está
consiguiendo llevar este talento a lo más alto. Da clases de lettering (el
dibujo de las letras), talleres para niños e incluso ha publicado su
propio libro sobre el tema.
En
este encuentro informal, los tres venezolanos ponen en común las dificultades
de salir de su país de origen. "El migrante emprende porque tiene que
buscarse la vida", señala David. Ana, SoyLetrista en redes, es una
de las asistentes a las mentorías de su proyecto. Esta joven
de 27 años estudió logopedia en Venezuela y, al llegar a España, no le
convalidaron sus estudios. Aquello le truncó los planes, pero no contaba con
que descubriría un nuevo don.
Mientras
pasaba horas preguntándose qué narices hacer para salir del paso, descargaba
la ansiedad dibujando con sus rotuladores. De tanto en tanto, compartía sus
pequeñas obras de arte con amigos, conocidos, y usuarios de las redes. Y los
usuarios de Instagram hicieron el resto. Ahora, David y Orlando le asesoran
sobre cómo tirar hacia delante con el proyecto. "Lo bueno es que no
necesito, de momento, un espacio físico para enseñar lettering",
explica ella.
Gracias,
también, a las mentorías y jornadas orientativas, los jóvenes migrantes han
creado una red networking donde se aconsejan unos a otros.
"Ojalá hubiera tenido yo algo así", asegura Orlando.
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