Opus Dei 20 de enero de 2024
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Comentario del domingo de la 3.° semana
del tiempo ordinario (Ciclo B). "Seguidme y haré que seáis pescadores de
hombres". Si, como aquellos hombres, escuchamos su llamada y nos decidimos
a seguirlo sin condiciones, también se abrirán en nuestra vida nuevos
horizontes que la hacen maravillosa y divina, al llenar de sentido toda nuestra
existencia.
Evangelio
(Mc 1,14-20)
Después
de haber sido apresado Juan, vino Jesús a Galilea predicando el Evangelio de
Dios, y diciendo:
— El
tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está al llegar; convertíos y creed en
el Evangelio.
Y,
mientras pasaba junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, el hermano de
Simón, que echaban las redes en el mar, pues eran pescadores. Y les dijo Jesús:
—
Seguidme y haré que seáis pescadores de hombres.
Y, al
momento, dejaron las redes y le siguieron. Y pasando un poco más adelante, vio
a Santiago el de Zebedeo y a Juan, su hermano, que estaban en la barca
remendando las redes; y enseguida los llamó. Y dejaron a su padre Zebedeo en la
barca con los jornaleros y se fueron tras él.
Comentario
Después
del bautismo en el Jordán y de haber vencido las tentaciones en el desierto,
sobre lo que hemos meditado en los domingos anteriores, Jesús se dirige ahora a
Galilea y se instala en Cafarnaún, una población situada junto al lago de
Genesaret. Era un pueblo de pescadores, agricultores y comerciantes lleno de
actividad, en donde confluían judíos y paganos, gentes de toda procedencia. El
mensaje que vino a predicar no estaba dirigido a un grupo cerrado de
seguidores, sino que es para todos, para la gente corriente que vive y se afana
en las tareas ordinarias.
En
este pasaje del Evangelio, con el que Marcos comienza la narración de la vida
pública del Maestro, se sintetizan dos rasgos fundamentales del mensaje y de la
actividad de Jesús.
Primero,
presenta un resumen del contenido esencial de su predicación: “el Reino de Dios
está al llegar; convertíos y creed en el Evangelio” (v. 15). La conversión
supone un cambio de orientación. Implica un apartamiento del pecado para mirar
derechamente hacia la meta a la que todos estamos llamados, que es la
bienaventuranza en el reino de los Cielos. Pero es también, una actitud de
inconformismo con lo que se viene haciendo rutinariamente, pero se puede hacer
mejor, o de otro modo que rinda más frutos. Cuando se escucha esta llamada de
Jesús a convertirse, algo comienza a cambiar en la propia vida. Así lo
experimentaron Simón y Andrés, Santiago y Juan.
En
segundo lugar, con la invitación a quienes serían sus primeros discípulos para
que lo siguieran (vv. 16-20), Jesús pone en marcha su Iglesia apoyada en unos
hombres sencillos y corrientes, a los que constituiría en Apóstoles. De ellos y
de sus sucesores se servirá para actualizar continuamente la llamada universal
a la conversión y a la penitencia que abre camino al Reino de los Cielos.
Aquellos
hombres estaban afanados en sus tareas diarias, eran pescadores, cuando Jesús
les abrió unos horizontes insospechados y ellos lo siguieron con prontitud.
Hasta entonces su trabajo consistía en echar las redes, lavarlas, arreglarlas
para que se mantuviesen siempre a punto, vender el pescado… Pero el Señor les
hace ver que, sin dejar su profesión, ahora los espera otra pesca. Su gran
aventura comenzó con un sencillo encuentro, aparentemente casual. Desde el
momento en que se abrieron a Jesús y fueron generosos para cambiar de rutinas y
emprender su seguimiento, también ellos comenzaron a tener un conocimiento
directo del Maestro. No los estaba llamando a ser meros anunciadores de una
doctrina, sino amigos íntimos y testigos de su persona. Con ese anzuelo, en
adelante serían “pescadores de hombres” (v. 17).
La
escena se repite en la vida de cada uno de nosotros, si, como ellos, escuchamos
su llamada y nos decidimos a seguirlo sin condiciones. También se nos abre una
nueva dimensión, maravillosa, divina, que llena de contenido y sentido toda
nuestra existencia. “Jesús nos quiere despiertos -decía San Josemaría-, para
que nos convenzamos de la grandeza de su poder, y para que oigamos nuevamente
su promesa: venite post me, et faciam vos fieri piscatores hominum,
si me seguís, os haré pescadores de hombres; seréis eficaces, y atraeréis las
almas hacia Dios. Debemos confiar, por tanto, en esas palabras del Señor:
meterse en la barca, empuñar los remos, izar las velas, y lanzarse a ese mar
del mundo que Cristo nos entrega como heredad. Duc in altum et laxate
retia vestra in capturam!: bogad mar adentro, y echad vuestras redes para
pescar”[1].
[1] S.
Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 159.
Tomado
de: https://opusdei.org/es/gospel/
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