Ismael Pérez Vigil 13 de abril de 2024
@Ismael_Perez
Desde
1992 he participado en múltiples reuniones y discusiones políticas; la mayoría
de las veces en grupos de ciudadanos y pequeñas organizaciones de la sociedad
civil, a los que he pertenecido o con los que he trabajado o en discusiones con
militantes de partidos en diversos comités y comisiones en los que me he
integrado. Quiero compartir algo de mi experiencia y conclusiones acerca de las
discusiones políticas, que hoy se dan en el país.
Aclaro
que cuando hablo de “discusiones políticas” no estoy hablando de aquellas que
se dan en la Plataforma Unitaria (PU), el G4, las que se deben estar dando
entre el comando de María Corina Machado (MCM), la PU y otros partidos
políticos, las que se dan seguramente entre los negociadores de la PU y del Gobierno,
y otras similares, a las que no tengo acceso. Las “discusiones políticas” a las
que me refiero son las de analistas, periodistas, asesores, algunos dirigentes
políticos y ciudadanos comunes y corrientes −como Ud. que me lee y yo− y que se
dan en estos medios, en las redes sociales (RRSS) o en algunas de esas
“asambleas ciudadanas” −que afortunadamente aún existen− y son las discusiones
en las cuales vamos a informarnos y a sacar conclusiones para nuestro quehacer
diario y, sobre todo, para nuestra actividad política o electoral.
Ética política y flexibilidad política.
En las
reuniones en que he participado, he visto sostener argumentada o apasinadamente
puntos de vista enfrentados o diferentes y en algunas ocasiones, cuando se ha
decidido por alguna opción, he visto a quienes sostenían otra opción como se
han volcado a la tarea de llevar adelante la decisión adoptada con el mismo
entusiasmo, fervor y ahínco con el que venían sosteniendo y trabajando en la
otra alternativa, la que defendían y que no fue aceptada. Eso siempre me
pareció algo normal, porque aceptar derrotas y triunfos forma parte de la ética
fundamental del militante político y yo soy eso, un militante político, aunque
nunca he pertenecido a ningún partido.
En
esos pequeños grupos en los que he participado, mientras se estaba decidiendo
cualquier opción, explicábamos y argumentábamos a favor o en contra, a veces
acaloradamente, pero a todos se nos escuchaba y al final, si era el caso, se
adoptaba una o varias decisiones y por lo general −siempre hay excepciones,
dulces o amargas− mostrábamos ser lo bastante flexibles y razonables para
cambiar de opinión, a veces de un extremo al otro, porque lo importante era
llegar a una decisión que representara el consenso de todos o la voluntad de la
mayoría. Porque eso forma también parte de la ética fundamental del militante
político y de la política en general: aceptar las decisiones mayoritarias y
respetar la posición de las minorías.
Razones
para discutir.
Lo
anterior ha sido −y debe ser− la tónica general en las discusiones políticas,
en las discusiones internas de los grupos que he mencionado −e imagino que es
igual en los partidos políticos−; pero, me preocupa observar que actualmente
cuando se hacen públicas, sobre todo en las RRSS −uno de los pocos espacios de
discusión e información que hoy nos quedan− las discusiones que trascienden a
esos pequeños grupos se convierten en verdaderas “disputas”, subidas de tono.
Usualmente se parte de posiciones tomadas, vamos a la confrontación alineados
−o alienados− con una posición, buscando “ganar” una discusión en la que nadie
“gana”, porque nadie va a escuchar los argumentos del otro, que ni por asomo se
asume que puedan ser más razonables o mejores que los propios; nadie discute
tampoco para convencer a aquel con quien se discute.
Se
discute por una de tres razones; la primera, para afinar y fortalecer los
propios argumentos; la segunda, para fijar posición y convencer a terceros,
ajenos al grupo al que pertenecemos, que escuchan o leen buscando conocer o
adoptar algún criterio −estas dos posiciones no tendrían nada de malo−; pero,
la tercera, la más común, es que se participa en la discusión para demoler a
quien no piensa igual y de ser posible, pero no indispensable, desmontar sus
argumentos. Sufrimos la consecuencia de un cuarto de siglo de prédica que
considera y trata al “otro” como un enemigo.
Después
vendrá, sin confirmar ni cuestionar nada, la difusión en redes de lo que se ha
decidido o entendido, sea cierto o no; y, en la era de “posverdad” e IA, esto
es lo normal y lo fácil. Daniel Innerarity, filósofo español, en uno de sus
últimos artículos hace esta preocupante afirmación: “…en política existen dos
planos diferentes: uno el análisis de la realidad y otro la táctica de combate…
Los políticos están más de acuerdo en el ámbito privado que en el público, son
más sinceros en las relaciones personales que cuando están gesticulando ante el
público.” (Ver su artículo en: https://bit.ly/3VVZy9P)
En la “civilización del espectáculo” (Vargas Llosa), la política es también
espectáculo, y políticos somos todos los que tenemos una preocupación por lo
público, lo social, no solamente los que militan en los partidos. Y los que no
la tienen, la sufren
Lógica
de los argumentos.
Las
argumentaciones que observo, en prensa o RRSS, en las discusiones políticas,
públicas, son muy variadas; pero, siempre me llamó la atención algunos de los
razonamientos que suelen darse en algunas de ellas; seguramente se debe a que
siempre tenemos la impresión y la certeza de que tenemos la razón y que los
demás están equivocados; de igual manera se cae fácilmente en calificar de
“digna” mi posición e “indigna” la del otro. Sé que muchos pensarán que digo
algo extremo, pero ¿Estoy muy equivocado? Esa es más o menos la lógica en una
buena mayoría de las discusiones políticas, de quienes, al no poderse imponer o
convencer por los argumentos, apelan a ese “mecanismo” de nivelación y de
fuerza. Es lo que algunos llaman el “síndrome de la superioridad moral”. (Ver
Colette Capriles en X: https://bit.ly/4aJbCzc)
¿Derecho
de información?
Hay
otra tendencia que también se observa mucho en las discusiones políticas
−reitero que siempre me refiero principalmente a las que se dan públicamente,
por la prensa o en RRSS− y es la aparente contradicción entre la transparencia
que debe caracterizar la actuación de todo político −pues honestidad es otro
principio ético de la política− y la defensa del derecho a estar informados. No
es razonable pretender que ciertas discusiones que tienen implicaciones
estratégicas, muy delicadas, se puedan hacer abiertamente −en chats de vecinos,
de compañeros de colegio, liceo o Universidad, de aficionados a algún deporte,
de algún tema de interés común, etc. – simplemente para evitar que quienes nos
adversan y tienen mucho poder, especialmente represivo, estén totalmente al
tanto de cuáles son nuestras jugadas, planes, opiniones y posiciones.
Tenemos
el derecho de estar informados, pero si lo que queremos es ejercerlo plenamente
y participar en las discusiones donde se toman las decisiones políticas y
estratégicas, nos tenemos que involucrar en las organizaciones políticas que
tienen que tomar esas decisiones, que no se toman en la plaza pública. No hay
otra manera, las decisiones estratégicas no serán el resultado de las
discusiones en RRSS, ni en las asambleas de vecinos o ciudadanos.
Consecuencias
indeseables.
Esta
forma de “discusión política” suele ser muy negativa y genera perniciosas
consecuencias. Con este estilo de discusión, por simple hartazgo, apartamos a
muchos de la política y, sobre todo, envilecemos la discusión política en las
RRSS, que como ya dije, es uno de los pocos vehículos de discusión y difusión
que nos quedan. Dice Irene Vallejo, la formidable escritora española, que los
dioses nos dieron el fuego y la palabra y desde hace millones de años nos reunimos
alrededor del fuego a conversar: “Al amor de la lumbre, incluso antes de
inventar las mesas, la humanidad practicó las sobremesas”; pero, nos hemos
quedado con el fuego en la palabra y no hemos desarrollado la “…habilidad de
matizar una opinión tajante o rebatir racionalmente ideas simplistas”
(Ver: Animales, Dioses, Idiotas, https://bit.ly/49tAOIT) Se mezclan posiciones
políticas y errores objetivos, no para oponerse una decisión que se considera
errada, sino que se va más allá, minando las reputaciones de las personas, con
calificativos de todo tipo.
¿Y las
candidaturas?
Dejo
para una próxima oportunidad, cuando las aguas estén más en reposo, para
abordar el tema complejo, apasionante y apasionado de la discusión política de
las candidaturas; después de todo, como ya sabemos, la fecha límite para tomar
una decisión en materia de candidaturas, no era el 25 de marzo, pues esa era
solo la fecha de postulaciones; una fecha más próxima y deseable para tener una
decisión es sin duda el 20 de abril, que es la fecha final para definir una
candidatura cuya fotografía podamos ver los electores en la pantalla de
votación; pero, tampoco esa es la fecha final, aunque algunos temen a que todo
se posponga para el 18 de julio.
A
quienes así piensan les recuerdo que a una semana −y desde mucho antes− del 22
de octubre teníamos representantes de los partidos de la PU y otros diciendo
que no había condiciones para celebrar la elección Primaria; candidatos
amenazando con renunciar tres días antes y solicitando la posposición del
evento; muchos voceros de la oposición democrática y muchos analistas políticos
señalando, pidiendo también y desde hacía tiempo, que se pospusiera la
votación, haciéndose eco de los que decían que no había centros de votación, ni
mesas electorales, ni miembros de mesa; y el gobierno sembrando mas dudas y
burlas acerca del proceso. Sin embargo, todos vimos lo que ocurrió el 22 de
octubre: los centros, las mesas y los miembros de mesa estaban donde tenían que
estar y la población no tuvo dificultades para encontrarlos, manifestar su
voluntad y decirle a los demás, por los medios a su alcance, en donde podían
votar. No subestimemos la capacidad y voluntad popular.
Conclusión.
Los
problemas más agudos que confrontamos −por ejemplo, el de la candidatura
unitaria−, en todo caso, no se resolverán en discusiones abiertas en los medios
de comunicación o en RRSS; y esperemos que el resultado, a pesar del tono que
pareciera que se comienza a agriar en los últimos días, no resulte en una merma
en las posibilidades del cambio político que el país anhela. Que no nos atrape
el “síndrome de la última oportunidad”; pero, ese y el de las candidaturas,
será un punto a desarrollar en una próxima ocasión.
Ismael
Pérez Vigil
@Ismael_Perez
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