Orlando Viera-Blanco 02 de abril de 2024
@ovierablanco
Uno de
los grandes debates de la humanidad lo colocó sobre la mesa Henri-Benjamín
Constant de Rebecque. Fue uno de los primeros pensadores [político, activista y
escritor suizo-francés], que se hizo llamar “liberal”. Criticó la Revolución
Francesa y fue cuidadoso observador de la libertad en términos modernos:
libertad de expresión, de pensamiento, de poder representativo de opinión y de
tradición; libertad de empresa y derecho a propiedad. Gran Bretaña-en lugar de
la antigua Roma-es el modelo práctico de libertad en una gran sociedad
mercantil. Su ideal: La monarquía constitucional.
En
tiempos turbulentos como los vividos en Venezuela, es bueno revisar cómo en
medio de notables movimientos sociales y revolucionarios, la humanidad “en
marcha” detuvo el avance del despotismo y el reino terror representado-según
pensó-en ilustradas ideas como la de Jean-Jacques Rousseau y Abbé de Mably. Y
aquí la idea clave de Constant que se traslada como un martillo revelador a
nuestros días: los clásicos de la ilustración francesa confundieron libertad
con autoridad, extendiendo cualquier medio para justificar la acción del
estado. La fraternidad se convirtió en el Reino del Terror, la igualdad en
muerte de miles de hombres y mujeres que por ser no iguales a la revolución
justificaría la aparición de déspotas como Napoleón, y la solidaridad la imponían
los Comités de Salud Pública de Robespierre.
La libertad del Consejo Nacional Electoral
Para
el Consejo Nacional Electoral [CNE] venezolano, la libertad de elegir o ser
elegido no supone una evaluación ciudadana, sino una “preevaluación del
pensamiento político”. Si están alineados con el régimen podrán optar a una
elección, igualmente vigilada y condicionada. Si no corresponde “a un
pensamiento correcto” simplemente no participa.
La
libertad implícita en el CNE es la misma que cabalga en el pensamiento revolucionario
clásico: la guerra, la confrontación, la lucha de clases, la confiscación, la
exclusión, el dominio como respuesta continua al deseo de vivir en una sociedad
liberal. En otras palabras, si el costo de los abusos de autoridad supone un
conflicto, una acción desmedida del estado, lo justifico [Patria, revolución o
muerte]. Si producto de un comportamiento arbitrario [bloqueo, vetos,
inhabilitaciones, secuestro de los partidos políticos, ventajismo,
desinformación, discriminación, baldón], la consecuencia es la negación, la
violencia, la humillación, pues bienvenida porque justifica la limpieza
revolucionaria. A partir de esta lógica aplanadora del poder, es difícil
concebir unas elecciones justas. Aun admitiendo el denominado “efecto baranda o
rendija” de transiciones de dictaduras a democracias, el predominio de un
despacho electoral cooptado y parcializado, hace de la elección una quimera.
La
hendedura política transicional de dictaduras a democracia, sea mediante
convivencia con el pasado, ruptura moderada [Chile de Pinochet, España de
Adolfo Suárez; reforma pactada [Polonia y Solidaridad de Lech Valesa] o ruptura
absoluta [la revolución de los claveles de Portugal], tienen como común
denominador lo que Constant denominaba, el respeto a los grupos de
representación de agruparse en coaliciones políticas. En este caso debe existir
un mínimo de garantía electoral como lo tuvo el referéndum constituyente
español para votar la constitución de 1978 e ir a elecciones generales; el
referéndum Chileno [1989] o las elecciones polacas [1.990]. En medio de las
tensiones, la salida electoral fue plausible. Incluso Chamorro en Nicaragua
derrotó a Ortega.
El
gran desafío en Venezuela es lograr una elección meritoria, mínimamente
vigilada y participativa. No he leído transición política en la historia de la
humanidad, que teniendo la herramienta del voto censurada [Cuba], haya logrado
deslizarse por la “baranda” de la voluntad pacífica de la gente. En múltiples
entregas analizamos transiciones como la Uruguaya, El Pacto del Club Naval
[1984]. Como Julio María Sanguinetti a diferencia de Ferreira, se coló por el
balaustre con la alianza de los partidos Colorado, Frente Amplio y Unión Cívica
y llegó a la presidencia; o la Argentina, donde Héctor Cámpora derrota a la
dictadura [1973] y se escurre con su lema, Cámpora al gobierno Perón al poder.
Estos
procesos transicionales no parecen posibles en una Venezuela donde las
libertades electorales se han convertido en un reino de persecución,
parcialidad y terror. Un clima social violento, que viola los DDHH y siembra
magnicidios, transgrediendo el Acuerdo de Barbados [Artículos 3.5 y 6to], que
llama a la cultura de la tolerancia, respeto a la ciudadanía y convivencia
pacífica. Nos gustaría ver a Gerardo Blyde abogar por la libertad de los presos
políticos como condición de un proceso electoral libre. No hay elecciones
libres si no hay presos políticos libres.
Entonces
qué podemos hacer
¿Quiénes
participan en las elecciones presidenciales del 28/7/24 después haber superado
los setos del CNE? Primero candidatos tarifados por el régimen. Por otro lado
los “tolerados”. Los candidatos que mantienen una imagen opositora que sin el
aval de María Corina, no llegan-todos juntos-a un 15% de intención de voto.
María Corina contra Maduro, registra una relación victoriosa 80/20. Además, los
candidatos de oposición que no participaron en las primarias registran entre
75% y un 85% de rechazo. El mayor rebote lo tiene el Señor Rosales (Meganálisis
Marzo 2024). Ante esta realidad, lo más preocupante es que sin la participación
y aprobación de María Corina en las presidenciales, la abstención se dispara a
un 60%. En ese escenario Maduro gana.
Si las
elecciones están encadenadas por el CNE, el voto es una simulación. No llamo a
la abstención. Lo que quiero subrayar es que el asunto dejó de ser
estrictamente electoral. Es inmensamente estratégico, funcional, orgánico. En
este terreno el compromiso es organizarse disciplinadamente a lo interno y
externo, para evidenciar que tendremos un evento electoral ilegítimo y dejar
constancia que se ha ejecutado un fraude.
Nada
de lo escrito excluye la posibilidad que María Corina dialogue y le dé su
“bendición” a una candidatura postulada, como arbitrariamente asoman voceros
del régimen. Supongamos que ella decide “en consenso”, favorecer a uno de los
postulados. Parto del supuesto que no permitieron [arbitrariamente] la
participación de la Dra. Corina Yoris. Lo primero es elegir aquél que tenga
menos rechazo en la población. Lo segundo, optar por aquél que resulte más
confiable para respetar los términos de una posible transición, agotando todos
los medios necesarios para cobrar un resultado favorable, y/o dejar en
evidencia el fraude, subiendo el costo político al régimen por mantenerse
detrás de las tapias del terror. ¿Existe ese sustituto? Ese es el dilema. No es
votar o no votar. Es ser o no ser…
No
podemos caer en provocaciones. No estamos en guerra. La “batalla” es ciudadana.
Nuestra responsabilidad es movilizarnos y comprender que el débil no es una
representación que quiere cambio, sino un régimen que pende de la fragilidad de
la represión. Y cuando el poder depende de la violencia se crispa y quiebra por
dentro, inevitablemente. En este contexto opera la comunidad internacional. Si
bien no es una variable transicional, es un factor decisivo para mantener la
presión y la alianza, que reactive un movimiento social y político que logre
quebrar los sistemas de lealtad del régimen.
La
libertad no tiene otro dueño que tú. El Estado-Dios
Según
Constant “La participación directa [de la autoridad de los estados] debe ser
limitada: consecuencia necesaria del tamaño de los estados modernos […] Los
votantes elegirían a los representantes, que deliberarían en el parlamento en
nombre del pueblo y salvarían a los ciudadanos de la participación política
diaria”. Una sociedad moderna y liberal vota y elige a representantes capaces,
honestos y leales, sin ventajismos del estado. Una representación censitaria.
Me preocupa la frase, “cualquiera menos Maduro”. El momento demanda mucho más
que “es lo que hay”.
Cuando
revisamos la historia de la humanidad pasados dos siglos de la revolución
francesa, queda claro que las revoluciones son anacrónicas, sangrientas, suma
cero. La bolchevique, la rusa, la comunista, la china, la cubana, la mexicana,
lo que ha traído es hambruna, represión y muerte. Las revoluciones-como las
democracias jóvenes- vienen cargadas de resentimiento y revancha. Puede haber
reforma, pero no libertad.
La
guerra fría levantó el planeta en armas. No hubo rincón de la tierra que no
viviese sensibles conflictos. La democracia venezolana de los 60 a los 90, fue
una democracia meritoria, porque a pesar de su juventud, al decir de Russell,
no vino invadida de rencores. Pero la llegada de Chávez mutatis mutandis, como
llegó Napoleón después del reino del terror, vino acompañado de un estado
militarista, resentido y oscuro.
Constant
fue un pensador que alertó la libertad de los antiguos, el derecho a participar
de los asuntos públicos vs. la libertad de los modernos. Para él ni revolución
ni emperadores. Y luchó por la caída de Napoleón, no del militar, sino del
todopoderoso.
La
batalla de Waterloo [18/6/1815] selló la derrota de Napoleón como militar.
Crónica de una capitulación anunciada que nace de la invasión a Rusia y la
Batalla naval de Trafalgar. Pero la gran derrota de Napoleón -como la de todo
hombre de vocación imperial y autoritaria-fue la que le instauró Fouché en su
cabeza: el poder vitalicio. De allí pasó de primer cónsul a emperador. Reformó
la constitución del siglo VIII, se autoproclamó emperador natalicio y el resto,
tres lustros de batallas y ocupaciones que culminaron con su muerte en el
exilio de la Isla de Santa Elena.
Lo que
deseamos destacar es que el hombre en la modernidad no concibe ni triunfa bajo
la concepción de la libertad de los antiguos, del monopolio o reserva del poder
público. Esa convicción de libertad moderna, del poder del individuo, de lo
privado y mercantil sobre el Estado-Dios, procuró la caída de Napoleón, y de
todos quienes se han creído la personificación del Estado-Dios.
La
caída del muro de Berlín, la Unión Soviética, las dictaduras en Asia, África o
Latam, más que una lucha por la instalación de la democracia, lo ha sido por el
alumbramiento de una nueva relación individuo-estado. María Corina emerge en un
momento de vocación luminosa de nuestra historia contemporánea: el nacimiento
de un Estado liberal genuino como lo concebía Constant. No más caudillos, no
más hombres de charreteras, sables y trapos rojos.
El
voto no es por una candidatura. Es por la transformación profunda de nuestra
historia, por el nacimiento del ser-ciudadano y la anulación peligrosa de esa
fascinación por el hombre a caballo.
El
gran debate de la humanidad que es la libertad moderna, productiva, creativa,
tecnológica, no se reduce a superar un cepo electoral. El reto es más
evolutivo, inmensamente ciudadano, sensiblemente humanista. No es sólo un salto
de un régimen totalitario a uno democrático. Es un salto de 200 años de un
republicanismo rural, centralizado, oligarca, pastoral a un estado federal,
descentralizado y liberal, fundamentado en un ciudadano capaz, educado,
pluralista y creador.
La
mutación social impostergable no depende de un mesías. Depende de reconocernos
como individuos comprometidos a un cambio radical de nuestra relación con el
estado. No más populismo, no más presidencialismo. El estado no existe si no es
construido bajo un firme andamiaje de contrapesos de poderes y justicia social.
La bisagra indisoluble entre el individuo y el estado es la justicia, la
propiedad privada y las instituciones en el entendido, que unos ciudadanos
aportan más que otros y más que es propio estado, producto de su inteligencia,
arte y oficio, por lo cual merecen mayor retribución por su trabajo y menos
paternidad del Estado-Dios. El resto es retroceso, es abuso de poder, es
utopía.
Nuestra
‘batalla de Waterloo’ no son unas presidenciales. Es un cambio esencial de
nuestra cultura y actitud colectiva. Ese es nuestro gran debate, nuestro ser o
no ser…
Orlando
Viera-Blanco
@ovierablanco
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