sábado, 24 de junio de 2017

Los perros de la guerra por @cgomezavila


Por Carolina Gómez-Ávila


Se puede amar la paz, pero nunca más que a la República.

¿Por qué? Porque la paz es un consenso que no es posible en tiranía. La sustituyen con sumisión que es señal de esclavitud, opuesta fundamental a la esencia de la República.

El dilema lo resuelve la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. En su artículo 350 nos exige desconocer lo que “contraríe valores, principios y garantías democráticos o menoscabe los derechos humanos”, no importando si proviene de un “régimen, legislación o autoridad”.

Para los ciudadanos sin poder pero con clara vocación para vivir en paz, este mandato comporta una enorme angustia que apenas encuentra alivio en la advertencia contenida en el artículo 333, según la cual tal rebeldía nos estaría permitida sólo para restablecer la efectiva vigencia de esta Constitución.

Entonces, ¿cuál es nuestro rol? Alzar nuestra voz y hacernos sentir, entendiendo que ninguna acción individual o en pequeños grupos tendrá incidencia en los acontecimientos. Para que seamos una masa crítica (ese número de persona que puede cambiar el curso de la historia) debemos actuar coordinados por nuestros líderes políticos e institucionales. Y eso es lo que he hemos estado haciendo durante casi 3 meses, guiados por nuestros diputados de la MUD. Apoyándolos, hemos logrado que otros funcionarios de Gobierno y políticos oficialistas hayan retirado su apoyo a la dictadura abrazando el orden republicano.

Pero esta situación no es igual para los funcionarios. Millones de trabajadores de la administración pública y custodios de las armas de la República están en otra posición, mucho más exigida porque podrían impedir más muertes y restablecer la efectiva vigencia de la CRBV y podrían frenar la sevicia con la que nos han arrebatado la vida de venezolanos que hicieron lo que consideraron que tenían que hacer en defensa de nuestra Carta Magna.


Pero debo advertir que esta sevicia tiene compañía sórdida dentro de las filas de los que protestamos. Hombres y mujeres de toda ralea han invertido tiempo y dinero en insuflarnos indignación. Diría que no hacía falta porque la tiranía se basta sola para esa labor pero, estos a los que me refiero, mientras dicen que se oponen a la dictadura, se han ocupado de atacar toda opción democrática para que cada ciudadano crea que no puede esperar nada de sus políticos y empiece a contemplar sin horror -ante este otro horror- opciones verdaderamente violentas. ¿Acaso puede haber algo más abominable?

Exacerban el odio que la tiranía se ha ganado a pulso porque encuentran conveniente que la indignación crezca hasta ese límite monstruoso donde se prefiera la guerra. Entonces ellos harán pingües negocios y nosotros lo habremos perdido todo, porque en el terreno de las armas las dictaduras disponen de muchas más, y -está demostrado- que también de criminales más dispuestos a matar sin piedad e impunemente.

Son los perros de la guerra, mascotas de los gorilas.

24-06-17




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