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viernes, 30 de junio de 2017



Por Claudia Ravelo, 22/06/2017

Tras mucho tiempo en silencio he decido volver a las letras, motivado a la grave situación que atraviesa el país, pero sobretodo a que recientemente he venido escuchando cada vez más comentarios que, por primera vez en muchos años, me han hecho sentir CULPABLE.

Aunque nunca me he vanagloriado de esto, desde hace más de cuatro años he estado dando clases en una universidad pública, prácticamente ad honorem. Ese contacto con jóvenes con un universo muy diverso de opiniones ha contribuido a que considere que cada quien pone su grano de arena (para hacer de este un mundo mejor) de la mejor forma y en la dosis que puede o quiere. Esto hacía que, independientemente de mi grado de participación en las recientes jornadas de protesta, nunca me sintiese culpable por sustituir la manifestación por el regreso al trabajo y/o a la academia. Y era así, hasta hoy.


Hoy jueves 22 junio, mientras terminaba mi jornada laboral, un joven de precisamente 22 años fue asesinado por un militar activo en presencia del enemigo más importante de la impunidad en los últimos tiempos: la cámara fotográfica. El hecho de que la cámara haya sido testigo del hecho no hace que el incidente sea más o menos lamentable, pero definitivamente nos permite (a quienes no estuvimos en la escena del crimen) trasladarnos a ese preciso momento en el que ese muchacho perdió la vida. Hago todo este relato para contextualizar el comentario que detonó que me viese en la necesidad de plasmar estas palabras, comentarios como "Cómo es posible que después de lo que pasó hoy la gente siga con sus vidas como si nada, por eso estamos como estamos".

Hoy jueves, mientras me trasladaba del trabajo al gimnasio, ese comentario me hizo sentir culpable. Cuando me dispuse a entrar a mi clase de yoga y el instructor nos pidió que inhaláramos y vaciáramos nuestra mente, ese fue el único comentario que no pudo salir de mis pensamientos. Mientras manejaba a casa se resistía a abandonar mi cabeza. Me di un baño, cené, me acosté y ahí seguía latente: la culpa. Así que decidí que, si él iba a insistir en no dejarme dormir, yo también estaba dispuesta a dar la pelea, la batalla de las ideas. Y sólo hay una manera de ganarle la batalla a una idea: con argumentos.

He venido entendiendo con el tiempo que, aunque tenemos muchas cosas en común, no hay dos seres humanos idénticos. Todos somos distintos y reaccionamos a la adversidad de manera distinta. Unos están hechos para permanecer en la calle: llueva, truene o relampaguee; otros drenan sus preocupaciones dibujando, tejiendo o jugando golf; otros lo hacen bailando o cantando; hay quienes salen corriendo, otros salen a correr; hay quienes se inscriben en clases de yoga, con la esperanza de que, ante tanta incertidumbre, esto los ayude a volver a encontrar su centro; otros se hacen los locos con la esperanza de que, haciéndose la vista gorda, sus problemas eventualmente desaparezcan; hay quienes se montan en el carro, comienzan a manejar, rompen en llanto y, cuando están a punto de llegar a su destino, le suben el volumen a la música para distraer sus emociones y para cuando se estacionan pareciera que nunca se quebraron; otros simplemente se concentran en su trabajo; conozco a muchas que en casa se descargan con la limpieza; y hay quienes hace todas las anteriores, sólo para tratar de probar qué les funciona mejor. ¿Debemos sentirnos culpables? ¿Quién está en posición de juzgar?

Para no hacer este cuento más largo, lo que quiero decir con todo esto es que cada quien está librando una batalla a diario, batalla de la que a veces no sabemos absolutamente nada. En la medida en la que sepamos lidiar con el hecho de que hay gente a la que le importa pero hay gente a la que no, sin que esto nos cause furia y nos lleve a emitir juicios de opinión destructivos, vamos a poder encontrar la paz interior que tanto necesitamos en estos tiempos de guerra. 

En el largo listado olvidé mencionar que hay quienes, ante las preocupaciones y el sentimiento de culpa, les da por escribir. Les confieso que, al menos a mi, me ha estado funcionando. 

Antes de despedirme, los invito a que busquen aquello que los ayude a sacar los pensamientos oscuros de su mente, porque estoy cada día mas convencida de que país sólo va a salir adelante a punta de tolerancia, respeto y trabajo arduo. Y eso es algo que hay que ir ensayando desde ya, no cuando logremos un cambio de gobierno.

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