lunes, 28 de agosto de 2017

Así fueron los 45 días de detención del periodista Carlos Julio Rojas en Ramo Verde por @LUUSALOMON


Por Luisa Salomón


El periodista comenta a Contrapunto los abusos de los que fue víctima durante su encarcelamiento y acusa al Gobierno de manipular a los detenidos en protestas. La peor tortura en la cárcel no es física sino psicológica, dijo durante la conversación

El 6 de julio de 2017 cargaba una bolsa con 5 kilos de papas y esperaba para reunirse con un cliente en San Bernardino cuando la Policía Nacional Bolivariana (PNB) lo detuvo. El ministro de Interior y Justicia, Néstor Reverol, confirmó el procedimiento y lo acusó frente a toda la nación de planificar supuestos actos violentos en el país. Así inició la segunda detención del periodista Carlos Julio Rojas, el primero del gremio en ser recluido en una cárcel militar en el Gobierno de Nicolás Maduro.

Reconocido por su labor como dirigente vecinal en la parroquia, su detención no fue sorpresa. Él asegura que ya se esperaba que lo capturaran. "Yo no me estaba quedando en mi casa, yo armaba las protestas en el día y a las 7 de la noche me iba en Metro, porque por lo menos había gente, y llegaba a un sitio donde sí me buscaba un carro. Me quedaba en un hotel y salía en la mañana a La Candelaria nuevamente", contó Rojas en entrevista para Contrapunto, un día después de salir de su reclusión.

La ironía fue que, después de tanto cuidarse durante las protestas y durante las noches, los policías vinieron a capturarlo cuando menos lo esperaba, un día sin manifestación. En 2015 y 2017, las dos veces, lo detuvieron en el mismo sitio: en la avenida El Parque de San Bernardino, frente al Bicentenario.

Fue la segunda vez en que estuvo encarcelado bajo este Gobierno, pero la primera en una cárcel militar. En enero de 2015 fue detenido y presentado ante tribunales civiles, esta vez, fue la justicia castrense la que lo recluyó en el Centro Nacional de Procesados Militares de Ramo Verde, donde estuvo por 45 días, y la mayoría de ellos en régimen de aislamiento.


"Yo llegué a Ramo Verde a celda de aislamiento directamente, como que ellos estaban cuadrando la celda diciendo 'va a llegar un periodista, no pueden hablar con él'. Salgo, y cuando habló con Boston (Silva), el director, él me dice: 'Mira, tú eres un preso, aquí tú no eres periodista, tú no eres luchador social'. Entonces yo le dije: mira, yo soy periodista y soy luchador social, yo eso lo llevo adentro y yo no voy a cambiar", cuenta Rojas. Esa es la misma razón por la que decidió contar su historia a pesar de los riesgos.


Los tres aislamientos en el tigrito

Llegar a la prisión militar no fue sencillo. Se estrenó en un "tigrito" de aislamiento, una pequeña celda de 2x2 metros, con una sola ventana pequeña de ventilación, sin baño. Pasó 48 horas y de allí lo movieron a la celda donde conviven 116 personas detenidas durante protestas.

Tuvo su primera visita, y con ella su segundo período de aislamiento. Su mamá, Sol Rojas, llegó a visitarlo con unos amigos y una periodista invitada por él. La idea era mostrar y denunciar sus condiciones. Uno de los jóvenes detenidos la reconoció y, apenas se supo, lo aislaron.

"Me faltaba el aire. Yo pasé siete días sin ir al baño, orinaba en pote pero no podía evacuar. Yo no me iba a poner a evacuar, a ensuciarme. Porque además como hacía con los olores si no tenía ningún tipo de ventilación", señaló.

Fueron 15 días encerrado en ese espacio reducido. Se desmayó dos veces, pasó 24 horas sin tomar agua, tuvo fiebre. Volvió eventualmente a la celda con las 116 personas, y la situación no era mejor: "El baño lleno de excremento, tapado, entonces ya igual no podías ir al baño", recuerda.

La debilidad empeoró con la comida: solo les daban 60 gramos de alimento. Yuca o batata con un poco de queso era el desayuno. De allí salió su tercer encierro. Comenzó a denunciar la injusticia de la alimentación, también peleó porque les permitieran acceso a la biblioteca, por ir a misa.

Su último aislamiento lo esperaba, porque su denuncia por los alimentos fue deliberada. Su mamá ayudaba a difundir sus palabras, y la denuncia llegó a la opinión pública. Al capitán Boston Silva, director de la cárcel, no le gustó la actitud, y al tigrito lo mandaron de nuevo.

"Estuve feliz, porque logré hacerlo. Podía estar incomunicado sin agua, pero para mí era un triunfo", afirma Rojas.

De ese último aislamiento salió directo a tribunales, tanto que llegó en short porque no le permitieron cambiarse la ropa o bañarse siquiera. No lo acusaron formalmente de ningún cargo, pero le dictaron medidas cautelares: debe presentarse ante tribunales periódicamente y tiene prohibición de salida del país.


La reeducación de los "institucionalizados"

Fueron muchos los abusos que debió soportar, también denunciar, pero lo peor en su opinión fue la reeducación que pudo ver en los jóvenes y demás presos por razones políticas en ese recinto. "Ahí el tema de la tortura física era el encierro, la falta de agua, yo prefería –disculpen la expresión– que me cayeran a coñazos, pero me dieran agua", comentó.

De hecho, durante casi toda la entrevista tomó agua fría en cantidades, para él ese es un gesto que se convirtió en un lujo durante su reclusión.

"Si hablas con el periodista, te vamos a quitar la visita; el que robe al periodista recibe indulgencia", eran algunas de las cosas que los custodios decían a sus compañeros de celda. Las amenazas y la actitud desafiante de Rojas ante las autoridades le hicieron ganar el apoyo de unos 20, pero el odio de otros 80. La mayoría lo veían como una amenaza, sus denuncias y reclamos eran causa de sus maltratos, temían.

"Hablaba con muy poca gente, eran los valientes los que se atrevían a hablar conmigo. Los otros incluso decían 'no te acerques', era como si tuviera cáncer para ellos", señala.

El acoso llegó a un punto que, tras un aislamiento, Rojas pidió que le permitieran utilizar de nuevo su colchoneta y su almohada, y aunque el custodio lo permitió, algunos de los propios recluidos impidieron que se los pasaran. "El líder de la celda dijo no, hasta que no llegue el capitán no podemos pasar nada".

Esta actitud le dolió por mucho tiempo, porque podía estar fuera del país, haciendo otra vida, y recibía rechazo como respuesta de sus compañeros de celda.

Luego entendió que todo era parte de una especie de institucionalización de los detenidos. En la patrulla en que lo trasladaron a tribunales, uno de los jóvenes que iba a ser liberado también todavía le reclamaba por "subvertir el orden, no acatar a la autoridad".

"Los conceptos del Gobierno, los conceptos militares. El objetivo de llevarte a una cárcel militar es ese. Tú el golpe lo aguantas, hasta la electricidad, pero la tortura psicológica es más difícil", afirmó.


"Hay un proceso de alienación, hay un proceso de terrorismo y guerra psicológica que te convierten al niño héroe, porque salió a protestar porque su familia no tiene que comer, en un alienado", agregó.

Por otro lado, los "malandros", el hampa común, lo recibió con mejor actitud. Al principio tuvo miedo, le hicieron "rituales de iniciación": lo amarraron, lo agarraban por el cuello, lo asustaban durante el aislamiento. Pero luego lo ayudaron, lo apoyaron y lo defendieron. 

"Te amarré porque tú tienes que aprender, tienes que ser malandro. Tienes que garitear, pegar gritos. Me enseñó a sobrevivir", comentó Rojas sobre uno de estos reclusos.

No supo de Leopoldo ni Ledezma, pero sí de Baduel

Durante su reclusión supo del regreso de Leopoldo López y Antonio Ledezma a la cárcel militar, pero no pudo verlos, estaban en otra zona de la prisión. Al general Raúl Isaías Baduel sí llegó a escucharlo varias veces, durante las requisas nocturnas, gritando y reclamando los abusos en su contra.

La madrugada que se lo llevó la Dirección de Contrainteligencia Militar (Dgcim), escuchó el alboroto, y después le contaron que al general en jefe lo halaron por la camisa, le robaron su dinero y se lo llevaron los funcionarios. Dos semanas después, todavía no se conoce su paradero.

En la celda de los 116 detenidos, se encontraba junto a los dirigentes Carlos Graffe, Nixon Leal y José Gregorio Briceño, todos asumieron actitudes distintas ante su reclusión. Algunos quisieron mantener un bajo perfil, él prefirió denunciar.


El preso de Reverol

Para Rojas, no hay dudas de que su detención fue una orden directa del ministro de Interior, Néstor Reverol. "Es el segundo ministro que me mete preso, el primero fue Ernesto Villegas y el segundo fue Néstor Reverol. Esta fue mucho más dura, fueron 50 días, estar en una cárcel militar, pero el captor me dolió más el primero, porque es un colega periodista". afirma.

No solo es el responsable de la seguridad interna, el que lo acusó ante todo el país, es también su vecino, por lo menos de oficina. Ya en la calle, Rojas reconoce que aún siente miedo y hasta cierto punto paranoia por lo que el ministro pudiera hacerle. Una barrera más: verlo es algo inevitable, su ministerio queda a solo unas cuadras de la casa del periodista.

"Hoy, saliendo de mi casa agarré la moto, me vengo para acá, yo veo pasar a uno de estos escoltas pasando muchas camionetas, pasó Néstor Reverol. Para mí ver la camioneta del tipo que me metió preso fue fuerte, y yo me dije, yo vivo al lado de él", señaló.

Ahora, con libertad relativa, Rojas debe atender su salud –tiene piedras en los intestinos y ha perdido bastante peso– y reevaluar cuál será su rol de ahora en adelante: "Mi tema ahorita es reevealuar cómo hago. Reorganizarme. Quiero tomarme 10 días, dentro de todo aprovechar que no hay elecciones en Libertador, pero si aquí sale un vecino a protestar por hambre, Carlos Julio va a estar ahí, como periodista y como luchador social".

Es hijo de Sol Rojas, la primera responsable de las protestas por su liberación. Rojas se confiesa fan de su madre –"Mi mamá pareciera que asumió que tenía que ser Carlos Julio, igualita"– y estos días también serán para atender a su familia y su relación de pareja. Evaluar su papel en las calles y tratar de mantener la protesta en el oeste caraqueño.


Caracas es otra

Salir de la cárcel, con todo y la buena noticia, no es sencillo. Hace 45 días, la capital venezolana estaba convulsionada entre protestas, ahora van casi tres semanas sin una sola manifestación de envergadura en Caracas. Es otra ciudad la que dejó cuando lo encarcelaron.

"Me impactó mucho, te puedo decir que fue muy duro anoche, yo le dije a mi mamá que me fui a mi casa, pero yo quería ver la ciudad, y me fui con mi novia y con un pana a tomar. Y vi la gente bebiendo. Vi la crisis porque veía a la gente bebiendo y 60 personas viendo como comían, es decir, que el hambre sigue (...) Vi todo normal, vi que las protestas han bajado, pero como lo dije el día de ayer y lo repetí hoy, ese caldo de cultivo está allí. Hay hambre", afirmó.

Por el momento, también debe reajustar su ritmo al de la ciudad de los hombres libres o, por lo menos, más libres que los que están tras las rejas. Subirse en el Metro le causó aturdimiento, pues viene de 45 días de un ritmo más pausado, todos los caraqueños le parecían rápidos, acelerados. Ahora, debe reincorporarse a esa realidad.

Otras adaptaciones más mundanas: recuperar sus tarjetas bancarias, buscar un teléfono celular para trabajar –el suyo se lo quedaron los policías durante la detención– y reanudar sus actividades laborales.

La mayor sorpresa: los precios. El reto: ponerse al día con toda la marea de cosas que han pasado en el país en los últimos días. "Me entero que media dirigencia opositora ya está fuera del país también, Ramón Muchacho y Smolansky...", comenta.

Las protestas, afirma, volverán. Y es que la crisis no puede permitir otra cosa. Aunque entiende la necesidad de ir a elecciones, considera que hay otra forma de asumirlas, y no por ellas debe cesar la manifestación. Exigir comicios municipales y de los consejos legislativos es otra de las necesarias solicitudes que debe hacer la oposición.

El Gobierno no caerá con trancas en Altamira, afirma, ni será la MUD la responsable de los llamados a manifestar. El hambre, la motivación principal de los reclamos, será la que empuje nuevamente a la gente a las calles, considera.

"La Caracas que conseguí está muy diferente, pero es la misma gente con el mismo dolor", sentencia.

27-08-17




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