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martes, 29 de agosto de 2017

Sumito Estévez: Ese día en que nací del barro por @sumitoestevez


Por Sumito Estévez


Amigos,

Me piden que hable de testimonios de civilización en un país que todos perciben al borde del abismo, pero vengo a contarles una historia sencilla. Una historia poco intelectual. Una historia de conversión. La historia de alguien que no fue criado con rituales, que no los heredó; pero que heredó una experiencia humana que lo invitó a vivir humanamente. La historia de un hombre que llegó a la adultez sin muchos prejuicios y rituales impuestos. Y así, en Cristo, descubrió la respuesta.

Mi historia

A mediados del 2009 mi esposa y yo, luego de una larga y fructífera vida profesional en Caracas, capital de Venezuela, decidimos mudarnos a la isla de Margarita. Lo hicimos por amor al mar y por la certeza de que éste, que no era el primer matrimonio para ambos, nos iba a agarrar viejitos; y es más bonito ser viejito frente al mar. No huíamos de nada.

Cuando llegamos a la isla yo era muy famoso en Venezuela. Para ese momento tenía 6 años saliendo todos los días en televisión con mi programa de cocina, tenía un programa de radio nacional y escribía una columna en el principal diario del país.

La isla era la posibilidad de hacer las cosas en solitario, sin tanta fama alrededor. Mi esposa y yo somos tímidos y podemos pasar semanas solos en casa. Hablamos mucho entre nosotros, jugamos Scrabble, vemos películas, vamos solos a la playa. No somos antisociales, sino retraídos y nos va bien como compañía.


¡La isla resultó una bendición en ese sentido! Casi no conocíamos gente y, por no ser capital, la vida social es menor. Habíamos llegado a un lugar perfecto para una pareja solitaria con poco entrenamiento gregario.

Somos emprendedores Sylvia y yo, así que en diciembre de 2010 culminamos la construcción de nuestra escuela de cocina en un terreno precioso que compramos en la montaña de la isla. Estábamos a un mes de inaugurar cuando una terrible inundación hizo que quedara bajo barro tanto esfuerzo.

Ese amanecer de barro nos agarró a Sylvia y a mí sentados solitos en la puerta de la escuela. Silenciosos. Impotentes.

Y de repente comenzaron a llegar vecinos. Vecinos que no conocía. Y comenzaron a ayudar a sacar barro. Eran no menos de 20. Mi esposa salió a buscar comida para ellos y yo no entendía nada ¿Por qué ayudarnos si no éramos amigos y tampoco es que habíamos perdido la casa y estábamos damnificados? Atardeció y luego de sacar baldes y baldes de barro, se marcharon. Les dije que esperaran porque mi esposa venía con comida (ella tardó horas porque la isla estaba muy afectada) y me dijeron que aún tenían que ayudar a otros. Y se fueron. Así como vinieron, se fueron.

Ese día mi escuela no quedó como nueva (pasaría un año antes de poder inaugurarla), pero ese día cambié. Cambié para siempre.

Ese día, quizás no con la consciencia que hoy tengo, me di cuenta que era mentira que quería ser un solitario.

Estaba lejos de imaginar que un 22 de octubre, años después, habría de ser bautizado en la fe católica ¡Y todo comenzó el día que desconocidos me ayudaron a recoger barro!

Muchos nombres acumulo desde entonces. Mucho entrenamiento. Mucho encuentro. El tiempo que tengo para hablar en este foro es corto, permítanme resumirlo entonces con cuatro nombres. Porque lo importante es que desde ese día en que nací del barro más nunca fui sordo al encuentro con el otro.

Ya abierta la escuela, y ya absolutamente involucrados con nuestra comunidad, mi esposa y yo organizamos una feria gastronómica de calle. Por cierto inspirados en una que habíamos visto aquí en Italia. Quien era nuestro jardinero me fue a buscar al aeropuerto con mi auto y allí me dijo que había estado cocinando y experimentando en mi ausencia. Él concursó y me sorprendió no por su sazón sino por su manejo técnico. Alberto, que es como se llama, comenzó a formarse y trabajar más en cocina. Un día mi esposa y yo le dijimos que lo despedíamos porque estaba listo para emprender y la rutina del trabajo con nosotros era un freno. Lo peor que podía pasarle era tener que volver al trabajo con nosotros. Hoy Alberto ha ganado un montón de premios, es famoso,  aquella primera feria es hoy parte de un movimiento de festivales de calle en la isla, y nosotros desde una fundación que hicimos llamada Fogones y Bandera tenemos un Diplomado de Emprendimiento Gastronómico de alcance nacional para formar familias en sus casas y generar microempleo. Esa Fundación nació porque fui al encuentro de un jardinero y quise oírlo de verdad y no por cortesía.

La otra historia es la de Oscar. Él vivía en un pueblo montañoso a 1000 kilómetros de la isla y escribió una carta hermosa explicando que no tenía dinero para estudiar. Recibo decenas de cartas preguntando si doy becas. Pero él no me pedía la beca. Solo explicaba el amor que tenía por la cocina y me deseaba bendiciones. Mi esposa lo llamó y le dijo que se viniera. Le dimos trabajo en mi restaurante y lo becamos. Hoy Oscar es un pastelero importante en Ciudad de México. Oscar fue nuestro primer becado, pero hoy tenemos el Sistema Nacional de Becas Rubén Santiago desde la Fundación y hemos logrado que cerca de 100 muchachos sean becados por padrinos en el exterior y estén estudiando en varios lugares del país. Oscar hoy apadrina a otros y jamás hubiésemos hecho el esfuerzo de estructurar un sistema de becas de no haber buscado un encuentro con él.

Para ese momento ya intuía que pertenecer a una comunidad y buscar el encuentro es un recorrido que otros han hecho. Que sumar se hace desde el ejemplo. Era eso: una intuición.

Llega la tercera historia. La de los Palmeros. Los Palmeros suben cada jueves previo a Domingo de Ramos a la alta montaña a recoger palma. Bajan el viernes en peregrinación y el domingo se hace la bendición de esa palma, dando inicio a la Semana Santa que en mi pueblo es muy importante. Un día los veía bajar y me reconocieron por famoso, no por vecino. Me invitaron a ver cómo una semana después, el Viernes Santo, hacen una sopa que se llama frijolada para alimentar a quienes cargan el Santo Sepulcro. No fui. Olvidé el encuentro. Dos años después volvía a estar en la calle viéndolos bajar. Uno de ellos me dijo que me habían estado esperando. Sentí vergüenza. Fui a todas las procesiones que hace la comunidad esa semana. Estuve con mi comunidad. Y una semana después fui en la madrugada a ayudar a hacer la sopa y descubrí que no sólo la hacen para los cargadores del Sepulcro sino para cualquiera de la comunidad que pase por su casa el Viernes Santo. La historia es larga, pero hoy soy palmero y este año me invitaron a cargar el Santo Sepulcro. Ser nombrado palmero es un honor inmensurable. Dormir en la montaña en hamaca con mis compañeros es una experiencia de comunión indescriptible. Todo empezó porque me atreví a pelar ajo con ellos para una sopa.

Esta historia va terminando, pero déjenme hablarles del Padre Irineo. Meche, mi suegra, murió en casa. Sus meses finales fueron muy dolorosos y yo veía permanentemente en su cara la sonrisa forzada de quien sufre y no quiere angustiar a su familia. Una tarde llegué a casa y Sylvia me pidió que buscara a un cura. Yo no era católico así que no sabía dónde se busca a un cura. Fui a una iglesia cercana pero, obvio, los curas no viven en las iglesias. Llamé a una amiga (que luego pasaría a ser mi madrina de bautismo) pidiendo ayuda y ya anocheciendo entró a mi casa el Padre Irineo. Fui testigo de una unción. No tenía idea de lo que es un sacramento y mucho menos que eran siete. Ese día vi al Padre Irineo llorar y tomarle la mano a Meche y darle las gracias a ella por haberle permitido vivir a él ese momento. Ese día vi como entró en paz la sonrisa de Meche. Meche murió 5 horas después. En ningún momento cambió su cara de paz en esas horas.

Para ese momento no lo sabía, pero todas las personas que me habían impresionado, marcado, enseñado, en los últimos años, incluyendo mi esposa Sylvia, lo habían hecho convenciéndome desde su ejemplo. No habían sido ni libros, ni ritos, ni respeto a autoridades (eso habría de venir luego como consecuencia y no como fin), sino el permitirme ser testigo de una manera de vivir la vida. Una manera cristiana.

Pasó un año más. Ya intuía que el camino para aplacar mis fantasmas estaba en Cristo y en su ejemplo. Estaba un día en una procesión y pasó la Virgen de El Valle. Mejor dicho, para los de la isla es nuestra Virgencita de El Valle. Cuando pasó comencé a llorar. Sin razón. Al día siguiente fui a buscar a aquel Padre Irineo de la unción y le pedí que me convirtiera. Estudié un año y el 22 de Octubre de 2015, el día que cumplí 50 años de edad, me bautizó en la iglesia del Cristo del Buen Viaje de Pampatar. Cuando Irineo lloró frente a mi suegra pudo haberme parecido hasta ridículo pero ese día me puse en sus zapatos y fui a su encuentro.

Yo no me convertí a los 50 años ni por miedo a la vejez, ni por enfermedad, ni por tristeza, ni por vicioso redimido. Me convertí porque tenía años viendo gente cristiana ser cristiana.

Recientemente en mi país un soldado mató salvajemente a quemarropa a un estudiante en una manifestación. Toda Venezuela fue testigo y podría decirse que fue un punto de inflexión en medio de meses de represión y muertes. Al día siguiente la madre del muchacho fue entrevistada en la morgue y dijo que pedía justicia pero perdonaba al asesino. Automáticamente comenzó a ser despedazada en las redes sociales porque solo una madre degenerada es capaz de perdonar al asesino de su hijo. Quienes escribían en una especie de asesinato virtual colectivo eran en su inmensa mayoría jóvenes. Jóvenes que no creen que el perdón con justicia es posible aunque lo haya dicho el mismo Juan Pablo II. Jóvenes que saben que el perdón cristiano está escrito en algún lado, pero no creen en él. Jóvenes que van  a misa. Que tienen ritos. Jóvenes que han dejado de ver un ejemplo pero que en misa se agarran de las manos y repiten mecánicamente perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos. Jóvenes a quienes hay que comenzar a llamar y mostrarles que es partiendo del encuentro con la persona que se genera una cultura para sumar voluntades a través de un recorrido.

Un recorrido de vida cristiana

Es cierto que ahora leo a Don Giussani y a Carrón. Que me formo. Lo hago desde el intelecto porque en sus palabras y en el accionar cotidiano de amigos de Comunión y Liberación he comenzado a encontrar como darle forma a una intuición gestada a fuerza de calle y sobresaltos. Pero sobre todo porque necesito un método.

Estoy metido de lleno en eso que ahora llaman Emprendimiento Social y podría mostrarles bastantes ejemplos y testimonios concretos de cómo una Venezuela civil logra espacios civilizados, o podría hablarles de cómo hemos hecho el trabajo desde nuestra fundación Fogones y Bandera. De hecho mis dos compañeros de foro, Ana Cristina Vargas y Alejandro Marius, son un ejemplo brillante de porque en medio del caos mi país se erige como un ejemplo; pero hoy quiero contarles otra cosa. Quiero decirles que hoy tengo una certeza y no es otra que una vida Cristiana como la que nos enseñó Cristo, sencilla, con parábolas en donde entendernos todos y sobre todo con coherencia entre la palabra y la acción, es el camino que me ha servido. Seguramente seguiré formándome, construyendo redes, entrenándome para el emprendimiento social, contribuyendo a la reconstrucción de un país fraccionado, dudando, teniendo miedo, huyendo, regresando… pero amigos, desde que soy Cristiano me ha resultado más fácil.

27-08-17




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