Por Fernando Mires
No se sabe si es ironía o
paradoja. El premio Sajárov fue otorgado a la oposición venezolana justo en uno
de los peores momentos de su historia: una crisis política de enorme magnitud.
Crisis aparentemente derivada de los resultados de las fraudulentas elecciones
del 15-O pero agravada por la decisión de uno de sus partidos más
tradicionales, AD, al hacer juramentar a sus cuatro gobernadores elegidos
frente a una constituyente inconstitucional.
Pero seamos claros: la
juramentación no produjo a la crisis. Solo fue su detonante.
La crisis venía gestándose
antes de las regionales. Para ser más precisos, fue evidente cuando desde la
MUD se desprendió una organización autodenominada SoyVenezuela cuyo objetivo,
concordante con el de Maduro, era dinamitar las elecciones, llamando
abiertamente a la abstención. Pero aún antes de esa evidencia, la crisis, como
si fuera un virus que aguarda el instante para aparecer en la piel, comenzó a
tomar formas en las postrimerías de las grandes protestas comenzadas en abril,
convocadas para defender a la AN y a la Constitución. Ese fue el momento cuando
las festivas manifestaciones comenzaron a ser sustituidas por jóvenes que ya no
exigían la restitución de las libertades constitucionales sino simplemente la
caída de la dictadura sin que nadie les dijera como iba a ser posible realizar
tamaña empresa. Ante esa expectativa, la participación en las elecciones
regionales -una de las exigencias primarias de la oposición- fue presentada por
los más extremistas como traición a una supuesta resistencia. Con ese estigma,
del cual la oposición democrática no supo liberarse, era difícil ganar
cualquiera elección. Menos frente a una dictadura, por definición tramposa.
No vamos a hablar aquí de las
CLAP, del carné de la patria, de las firmas chimbas, de los votos asistidos, de
los traslados de centro de votación y de los resultados alterados. Todo eso se
sabía con anticipación y con eso había que contar.
El hecho inobjetable es que el
resultado anunciado por el CNE tuvo el efecto de desmoralizar a la ciudadanía
democrática. ¿Cómo podía ser posible que un régimen cuyas propias encuestas no
le daban más del 20 % de popularidad haya arrasado en casi todas las
gobernaciones? A través de una primera mirada parecía que con esa “máquina de
manipular elecciones” (Héctor Briceño) nadie podía competir. Pocos fueron los
que pensaron en que competir con las propias fuerzas divididas es imposible
vencer a una dictadura. El 15-O hubo mega-fraude, claro que sí, pero también
hubo una mega-derrota.
Al marchar hacia las
elecciones arrastrando una profunda división endógena, la oposición debió
bregar con dos enemigos: el régimen y los abstencionistas, cuyo débil poder
numérico es inversamente proporcional a su fuerte poder agitativo. Ello llevó a
su paralización interna, hecho que condujo, a su vez, a la incapacidad para
levantar una alternativa unitaria en el camino hacia las regionales. Esa
alternativa unitaria, ya inscrita durante las grandes protestas, no podía ser
sino la defensa de la Constitución en contra de la falsa constituyente.
Precisamente, al no haber sabido
delimitar la contradicción fundamental (Constitución vs. constituyente) los
cuatro candidatos adecos creyeron que su deber era asegurar las gobernaciones y
para lograrlo no solo se sentaron sobre la Constitución sino, además, hicieron
sus necesidades básicas sobre ella.
Al igual que para una fracción
de los abstencionistas cuyo objetivo es facilitar la aparición de generales
golpistas, la de los constituyentistas adecos fue poner sus propias
gobernaciones por sobre la Constitución. No se dieron cuenta de que sin esa
Constitución la oposición no es nada. Sin Constitución, en efecto, no habría
nada que defender, y sin nada que defender, no puede haber oposición. Tampoco
se dieron cuenta de que la política no solo se deja regir por los criterios de
la pura razón práctica.
La acción política comporta
una enorme fuerza simbólica. Si los cinco gobernadores hubieran planteado un
decidido “no” a la juramentación, habrían reactivado la ruta constitucionalista
de la que cuatro de ellos se apartaron. El problema, por lo tanto, no fue
humillarse o no humillarse. El problema fue romper con la línea política que se
había dado la oposición: electoral, pacífica, democrática y constitucional.
Cuatro puntos cardinales complementarios e interdependientes. Pues así como lo
constitucional no puede prescindir de lo electoral, lo electoral, tampoco – y
mucho menos- puede prescindir de lo constitucional.
¿Ir a las elecciones y luego
no juramentarse ante la falsa constituyente? Exacto, de eso se trata: no
renunciar ni a la legitimidad del voto ni a la legitimidad de la Constitución.
O en otras palabras: unir la opción política-electoral con la desobediencia
civil parece ser la única salida a la profunda crisis que vive la oposición
venezolana.
Pero no nos engañemos: la
crisis de la oposición había existido siempre en estado latente. El secreto a
voces era que en su interior coexistían tendencias que se repelen entre sí.
Esas tendencias son tres, dicho en líneas gruesas. Ellas son la tendencia
anti-electoral, la tendencia conciliadora y la tendencia constitucionalista.
La tendencia antielectoral
puede ser también definida como insurreccional. Parte de la base de que toda
elección legitima al régimen. Cultiva visiones apocalípticas y apoteósicas. Al
llamado de sus líderes, imaginan que el pueblo avanzará triunfante sobre las
ruinas de la dictadura. Las FANB se partirán en dos y la comunidad democrática
reconocerá de inmediato al nuevo gobierno. Son los de la Salida, los del Maduro
Vete Ya, los de la Marcha sin Retorno, los de la Hora Cero, los del Gobierno
Paralelo, los de la Unidad Superior, y otras aberraciones.
Curiosa ironía: a pesar de que
los adalides del anti-electoralismo militante se declaran anticomunistas y
anticastristas, su visión de la política es similar a la de los comunistas y
castristas de los años sesenta del pasado siglo (Tupamaros, MIR,
Montoneros, ERP, entre otros.) Al igual que ellos, los abstencionistas creen en
un pueblo irredento, en el poder de la voluntad, en el líder iluminado y en el
derribamiento de dictaduras mediante vías no electorales. Corina Machado, Diego
Arria y hasta Luis Almagro podrían sorprenderse con esta afirmación. Pero para
quienes hemos dedicado tiempo al estudio de la moderna historia
latinoamericana, el discurso que ellos representan no nos es desconocido. En
gran medida refleja, bajo nuevas formas, la quinta esencia del ultrismo
jacobino de los años sesenta.
La segunda tendencia, la
conciliadora, se autodefine como pragmática. Sus visiones apuntan a lograr
acuerdos parciales con la dictadura, a sobrevalorar el diálogo –aún sin
materias concretas a dialogar- y sobre todo, el de la negociación, aunque
tengan poco o nada que ofrecer. Las movilizaciones de masa y las acciones
callejeras les parecen absolutamente inútiles. Sienten predilección por reuniones
a puertas cerradas, casi clandestinas, ojalá lo más lejos posible de las
manifestaciones políticas (bajo las palmeras de la República Dominicana, por
ejemplo.) En general, son políticos de viejo cuño, adaptables a las normas de
un régimen liberal, pero sin vitalidad para enfrentar a una dictadura. Mucho
menos a una dictadura tipo Maduro, nuevo espécimen histórico que combina formas
arcaicas de dominación con los más diabólicos métodos de las tiranías
post-modernas.
La dictadura, con ese instinto
animal que la caracteriza, ha sabido manejar las diferencias de la oposición.
Por ejemplo, durante el curso de la campaña hacia las regionales, Maduro no se
cansó de afirmar que paralelamente mantenía un diálogo con representantes de la
oposición. El ultrismo abstencionista le creía a pies juntillas –necesitaba
creerle- y llamaba a no votar por los “cohabitadores” de la MUD. Siguiendo el
juego, el madurismo inundaba las redes e incluso las murallas citadinas con
letreros llamando a “no votar.”
La prescripción
anticonstitucional que obliga a los gobernadores elegidos a jurar frente a una
constituyente cubana fue, sin duda, una muestra de astucia criminal y sadismo
político. Algún día la dictadura de Maduro será juzgada por sus crímenes
materiales a la nación. No hay, desgraciadamente, leyes que castiguen los
crímenes morales perpetrados contra un pueblo: la siembra de desconfianza en el
voto, y no por último, la humillación permanente a que son sometidos dirigentes
y candidatos de la oposición. Hechos que no encuentran parangón en la historia
del siglo XXl. La supresión de la inmunidad parlamentaria a Freddy Guevara,
destacado dirigente de la oposición democrática, es el nuevo acto delictivo
cometido por ese grupo de mercenarios llamado TSJ, nombrados a dedo: gente sin
pueblo y sin ley.
El problema adicional, quizás
el más grave de todos, fue que entre la dictadura, los divisionistas y los
conciliadores, terminaron por afectar al nervio central de la oposición. Nos
referimos a su tercera tendencia.
La tercera tendencia, la de
los constitucionalistas, combinando manifestaciones de masas y línea
constitucional, logró durante largo tiempo mantener su hegemonía sobre el
bloque unitario. Aliándose con uno u otro sector, supo manejar las crisis con
cierta solvencia. Pero, cuando después de las juramentaciones sus principales
dirigentes se desataron en descalificaciones personales, peor aún, sin defender
la línea política que había dado continuidad a la oposición, la crisis dejó de
ser circunstancial y se convirtió en una crisis de identidad política. Algunos,
llevados por la emoción, abjuraron de la línea electoral sin especificar cuál
iba a ser la otra línea. Al “craso error” (Trino Márquez) de no participar en
las elecciones municipales, argumentando de que estaban viciadas por la
existencia de “ese CNE”, agregaron la inconsecuencia de participar en las
presidenciales con “ese CNE”.
Sacar el cuerpo a las
municipales no fue una retirada táctica. Fue una desordenada fuga. Una
estampida cuyo resultado no puede ser otro que abandonar a su suerte a la pobre
gente que vive en los municipios. Peor todavía: esa decisión rompió con la
línea opositora sin ofrecer otra.
¿Terminará imponiéndose en la
oposición la retórica hueca del abstencionismo militante? ¿Llamarán también a
una “unidad superior” que nadie sabe con qué se come? ¿O acudirán a tribunales
de justicia aposentados en la OEA? ¿O formarán gobiernos en el exilio (al
estilo Puigdemont)? ¿O exigirán a Maduro que forme otro CNE amenazándolo con no
votar? (precisamente, lo que más desea la dictadura) ¿O simplemente llamarán a
los jóvenes a enfrentar otra vez a un ejército dirigido por asesinos
profesionales?
En tres sentidos, aun
perdiéndose, las municipales son importantes. Primero: tienen lugar en
comunidades donde todos se conocen y en donde es posible realizar una
agitación sin recurrencia a grandes medios de comunicación. Segundo: permiten
mantener la continuidad de la lucha por la Constitución, en contra de la
constituyente. Tercero: tienen lugar en el espacio donde comienza toda
ciudadanía: en la vecindad, allí donde todos padecen los mismos problemas.
Quien no entiende los problemas de su comunidad nunca va a entender los del
mundo.
La razón por la cual los
principales partidos de la oposición –excepción sea hecha a UNT y AD- no
concurren a las municipales, aunque no explicitada, parece ser la siguiente:
concurrir significaría romper la unidad de la MUD. Si ese fue el
argumento, fue otro error. Por una parte, la unidad de la MUD ya está rota, se
quiera o no. Por otra, la unidad política no es un fin en sí sino un medio para
alcanzar un objetivo común. Y no por último, las municipales habrían permitido
clarificar frente a problemas concretos y reales, y de una vez por todas, las
diferentes líneas que dividen al conjunto opositor. Al fin y al cabo la
división es normal en la política. En algunos casos, necesaria. La
desintegración, en cambio, no. La desintegración, eso es lo que hay que evitar.
Luego de saltarse las
municipales, los destacamentos opositores (incluyendo a los abstencionistas)
planifican concurrir a las presidenciales. Tal vez las primarias –si es
que tienen lugar- permitirán percibir las diversas políticas que los separan,
aunque sea al precio de aceptar divisiones insoslayables. Puede ser también que
las presidenciales sean el catalizador que requiere la oposición para marchar,
si no unida, por lo menos de un modo relativamente convergente. Hay dudas de
que eso sea así. Pero ojalá sea así. Porque si no es así, más vale la pena
rezar.
Fuente: https://polisfmires.blogspot.com/2017/11/fernando-mires-la-crisis-de-la.html?spref=tw&m=1
07-11-17
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