Es el turno de los niños. La actitud de muchos venezolanos ha sido la de observar, agazapados, cómo se desintegra a su alrededor el país, cómo caen a sus pies los pesados escombros de las libertades arrasadas, en la creencia de que, a lo mejor, el turno no les llegará a ellos nunca. Piensan que quizás sumidos en silencio, teniendo el cuidado de "no meterse en política", o clavados de alguna forma al disimulo, lograrían evitar que la amenaza les toque la puerta algún día. Vana ilusión. No se trata, en la hora presente, de siniestros que permitan la evasión, la ausencia. No es, ya, la clausura de un canal de televisión, zarpazo que aún deja unas pocas opciones. No se reduce el drama a la incertidumbre que ahora hostiga a la propiedad privada.
Más allá del clima enrarecido, de la militarización de la vida del país, de la siembra de odios, del perseguir al éxito y la realización personal como si se tratara de un delito, y del festín de corruptelas que ha sido montado sobre un grosero entarimado de impunidad, es decir, más allá de todo peligro en abstracto, o del temor a perder lo material, que ciertamente podría reponerse, el régimen lo que se propone en este instante toca el nervio más sensible, y sagrado, que pudiera atreverse a tocar. Y lo hace con saña, echando mano a su inabarcable fuente de resentimientos. Es más, con perversión, con un gozo sádico, sin dejar que nadie se reponga del escarmiento anterior.
El hecho de saber que un determinado proyecto oficial crea temor, o zozobra, en aquel segmento de la población al cual no reconoce, pareciera anunciarles que poseen abundantes motivos para celebrar, con ebrio deleite, y restregarnos en la cara el poder que ostentan. Fue así como comenzamos a transitar los días de la semana pasada. El lunes, bien temprano, nos tocó despabilarnos frente a una cadena de radio y televisión, larga, insufrible, en la que el candidato a la perpetuidad parecía retener, secuestrados, a un grupo de niños, dentro de un salón de clases. La trastornada lección que simulaba dictar a aquellas ingenuas criaturas, incluía el didáctico y animado ejercicio de anunciarles, en el inicio de un año lectivo, el cierre de toda escuela que, fueron sus palabras, tarde en "someterse", o "plegarse", a su plan totalitario.
Se trata, pues, del turno de nuestros hijos. El conjunto de objetivos y contenidos que abarca el nuevo diseño curricular puesto al descubierto, diseñado entre sombras clandestinas y aplicado con alevosía, no responde a interrogantes clásicas como la de ¿cómo enseñar? y ¿qué, cómo y cuándo evaluar?, sino al vicioso propósito de alterar la historia, reduciéndola a la gesta militar, hasta despojarla de todo trazo o aliento civil, y democrático.
El programa se plantea la materialización del depravado sueño de esterilizar la crítica y el disenso desde su propio cimiento, a partir de la edad más temprana, con miras a producir una generación robótica, inanimada, uniforme, dotada de un frío e inducido desprecio hacia los valores fundamentales de la libertad y la justicia, y presta, además, a repetir la consigna, a jurar fidelidad al comandante, a gritar hasta enronquecer el demencial estribillo de "patria, socialismo o muerte", y a convivir, desde ya, esos niños nuestros, con la imagen y el modelo de Carlos Marx, Vladimir Lenin, Ezequiel Zamora y el Che Guevara.
"La reforma curricular tiene 80 por ciento de carga ideológica", ha advertido el docente Richard Rivas. En esas líneas están sólo los héroes que admira el Único. Y la historia que él aplaude. El lado del mundo que él autoriza. Los imperios que él tolera. Los delirios que desgrana en cada improvisación. Sus prejuicios reposan exactos en cada capítulo. Sus obsesiones.
Y entre los pliegues de la nueva doctrina, el culto a la personalidad se erige a todo lo ancho no como un concepto sugerido, o insinuado. Se formula con absoluto descaro. Para que no quede suelta ninguna duda, la diputada María de Queipo, presidenta de la comisión de Educación y Cultura de la Asamblea Nacional, lo ha explayado así: "En las escuelas debe estudiarse el pensamiento del presidente Chávez, porque él es el centro de la historia venezolana, lo quieran o no". ¿Será posible creer que esta tragedia tampoco nos incumbe? ¿Es posible seguir agazapados?
NOTA DEL EQUIPO PROMOTOR: Hemos intentado verificar la fuente en la página web del Diario el Impulso, pero al entrar al archivo, la página da error. Sabemos que este extraordinario editorial fue de al menos, el año pasado, por las referencias que se hacen. Sin embargo por lo actual de su contenido, no podemos dejar de publicarlo.
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