Por Yoani Sanchez,
04/01/2012
En octubre se nos fue Laura Pollán, en un
hospital oscuro un día de llovizna fina, en un año 2011 que había nacido
maniatado. En los primeros meses, terminaron de excarcelar a los presos de la
Primavera Negra y los titulares nacionales e internacionales le daban el mérito
principal a la iglesia católica y al canciller español, restando importancia a
la lucha de las Damas de Blanco, a la presión hecha desde la calle, la huelga
de hambre de Guillermo Fariñas y la estela de indignación dejada por la muerte
de Orlando Zapata Tamayo. Abril, el mes más cruel, nos trajo un congreso del
Partido Comunista enfocado sólo en temas económicos, prefiriendo la palabra
“ajustes” a “reformas” y consolidando en el poder al heredero sanguíneo del
trono cubano.
Agosto, con su canícula y su escasez, no fue muy
distinto. ¿Dónde están los cambios? se preguntaban muchos. Hubo que esperar
hasta octubre para que estos comenzaran a caer a cuentagotas. Ya podíamos
comprar un auto de segunda mano, pero nada de afiliarnos libremente a un
partido ni expresarnos sin castigo. Llegó entonces la más osada de las medidas
raulistas: fue posible adquirir o vender una vivienda, aunque hiciera falta
abonar el salario íntegro de 45 años para obtener la más modesta de ellas. Algo
se movía en una sociedad momificada por décadas, pero tan lentamente que
desesperaba. A mediados de diciembre, supimos que más de 66 mil cubanos habían
obtenido la nacionalidad de sus abuelos emigrados de Asturias, Canarias,
Galicia… la gente seguía escapando. El desespero no se percibía tanto en las
calles como en las largas colas de los consulados.
La superficie de tierra entregada en usufructo
aumentaba, pero el precio de las viandas crecía también de forma casi proporcional.
La prensa hablaba de avances, pero la realidad mostraba estancamiento. Los
restaurantes privados invadieron cada barrio con sus cartas de platos
condimentados y la zozobra de si los dejarían sobrevivir por un tiempo más. El
coro mudo de la Asamblea Nacional confirmó que para 2012 el país necesitaría
mucho más dinero para importar esos alimentos que bien podría producir nuestro
suelo. Y la esperada reforma migratoria nos fue escamoteada otra vez, por
enésima vez.
En la noche de San Silvestre pocas casas
mostraban fiesta o música, al menos en La Habana. Pero yo sentí alivio de que
ese año terminara. De que ese 2011, de avances sobredimensionados por la
propaganda y de retrocesos silenciados, acabara de una vez.
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