No tenía cédula.
Estaba indocumentado. El sábado pasado me fui al I. N. T. T. de El Marqués,
donde había un operativo de cedulación. Llegué a diez minutos para las ocho de
la mañana con la aprehensión propia del ciudadano que se enfrenta a la
burocracia. Aunque delante de mí había pocas personas –unas diez–, no dejaba de
preguntarme cuánto tiempo del sábado pasaría en el trámite. A las ocho de la
mañana, un funcionario nos hace pasar a las instalaciones y nos invita a
sentarnos en unas sillas de fiesta blancas, bajo un toldo rojo que nos protegía
del sol. Nos piden la fotocopia de la anterior cédula y así comienza el proceso
de cedulación. Tomarse la foto, firmar un libro, firmar la cédula y esperar el
laminado. En cuarenta minutos tenía cédula y era nuevamente un ciudadano
identificado.
Me entero que a
pocos metros hay un operativo para renovar el certificado médico y la licencia
de conducir, ambos documentos vencidos en mi caso. Siento que la suerte está
conmigo. En pocos minutos paso ante los funcionarios que emiten el certificado
médico. Me piden que me tape un ojo y que lea las letras de la fila 8. Supero
la prueba, aunque con mis lentes puestos. En pocos minutos tengo certificado
médico. Me dirijo entonces al lugar donde renuevan las licencias. Hago la cola,
pago con tarjeta de débito, verifican mis datos, me toman la foto y al poco
tiempo me llama un funcionario con la licencia en la mano. A las 9 y 30 de la
mañana, una hora y cuarenta minutos luego de mi llegada, había renovado la
cédula, el certificado médico y la licencia. La eficiencia fue notable y era
evidente que los procesos habían sido pensados para facilitar los trámites.
***
Con mis tres
documentos en el bolsillo, cruzo la calle y entro al Centro Comercial
Unicentro, de El Marqués, en busca de un sitio donde tomarme un jugo para
celebrar la reciente victoria burocrática. Todavía un poco sorprendido por la
eficiencia, me encuentro con una larga cola de personas a la puerta de un
supermercado en uno de los pasillos del centro comercial. Le pregunto al
vigilante, quien custodiaba celosamente la entrada, por qué la gente estaba
haciendo esa cola. Me responde: “Están vendiendo aceite, puedes comprar hasta
dos litros por persona”. Cuento el número de personas en la fila: 76. Hago un
cálculo rápido de acuerdo con la velocidad de entrada de las personas al
supermercado y estimo que, en el mejor de los casos, la mayoría de las personas
estará en la cola entre dos y tres horas, para comprar dos litros de aceite.
***
La cédula, el
certificado médico y la licencia cuentan una historia de éxito allí donde los
gobiernos tienen obligaciones con sus ciudadanos y pueden implementarse
procesos eficientes. La cola de gente para comprar aceite cuenta una historia
de fracaso allí donde las políticas y regulaciones de los gobiernos hacen daño
inevitablemente. El perjuicio del control de precios para los ciudadanos es
evidente: de acuerdo con el Banco Central de Venezuela, la escasez de alimentos
ha sido superior al 10% durante los últimos años y con picos de 25%, cuando el
nivel de escasez de una economía que funciona con normalidad es de 5%. Si con
los precios establecidos por el regulador, las empresas no pueden recuperar
costos, reinvertir y obtener ganancias, habrá escasez. Y cuando hay escasez,
los productos se encarecen, tanto en términos monetarios como en términos de
los costos asociados a su adquisición. La mayoría de las personas que estaba en
esa cola sabatina son padres y madres que trabajan de lunes a viernes: ¿Cuánto
valen esas dos horas de un sábado alejado de sus hijos? ¿Cuánto vale no poder
comprar la cantidad de productos que se desee? ¿Tendrán que hacer una nueva
cola la semana siguiente?
János Kornai ha
sostenido a lo largo de su obra que el resultado inevitable de la
implementación de una economía socialista es la escasez. Ejemplos nunca le han
faltado: la Unión Soviética, la China de Mao, Alemania Oriental, Cuba, Corea
del Norte, entre otros países, eran, y en algunos casos, todavía lo son, prueba
cotidiana de la relación entre escasez y socialismo que plantea Kornai. No
existe ninguna economía que haya desplazado la propiedad privada e implementado
algún grado de planificación centralizada que haya creado abundancia y prosperidad
para sus ciudadanos.
***
Llego a mi casa y
mi esposa me pregunta: “¿Cómo te fue?” Saco los tres documentos de mi cartera,
los enseño con cierto orgullo tonto y le digo que me fue muy bien, que todo fue
rápido. Pero no puedo dejar de pensar en la gente que a esa hora todavía hacía
cola para comprar aceite. Y entonces, como si no tuviera importancia, le
pregunto a mi esposa: ¿Tenemos aceite?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico