Por Umberto Eco
en Prodavinci el| 20 de Diciembre, 2011
Digamos que los bandos opuestos son los
moderados, para quienes mentir en política es indispensable, y los rigoristas,
quienes opinan que una persona no debería mentir nunca —ni siquiera si
estuviera ocultando a un hombre inocente y un asesino le preguntara dónde se
oculta—.
Pero incluso los moderados reconocen que
hay límites en las mentiras políticas que puede soportar una sociedad. La
teórica política alemana Hannah Arendt, a quien podemos considerar como
moderada, demostró en “Mentir en la política: reflexiones sobre los documentos
del Pentágono”, un ensayo de 1971 publicado en The New York Review of Books,
cómo el gobierno estadounidense había mentido notoriamente acerca de la guerra
de Vietnam, y argumentaba que este calibre de mentiras sistemáticas constituye
un insulto a la realidad que, cuando llega a ser tan extendida, lleva a un
estilo patológico de política.
¿Qué pasa, entonces, cuando un político
miente sistemáticamente, sin temor a que sus mentiras puedan contradecirse
entre sí? Jonathan Swift publicó un panfleto, en 1712, titulado “El arte de la
mentira política”, que ofrece algunos puntos que son de utilidad para
reflexionar, incluso hoy en día.
“Hay
un punto esencial en el que el embustero político difiere de otros de la misma
tendencia”, argumenta. Añade que un mentiroso político “debe tener una corta
memoria” para no recordar cómo se contradice a sí mismo.
El escritor invoca a un “cierto gran
hombre”, famoso por su habilidad como embustero, con un “fondo inagotable de
mentiras políticas, que distribuye abundantemente cada minuto que habla y que,
con una generosidad sin paralelo, olvida, y en consecuencia contradice, durante
la siguiente media hora. Nunca ha considerado si una propuesta es verdadera o
falsa, sólo si es conveniente, para el minuto o compañía presentes, afirmarla o
negarla”.
El escritor continúa: “Algunos quizá
piensen que un logro como éste no puede ser de gran utilidad para el (político)
o su partido, después de que se ha practicado y se ha vuelto notorio, pero
están bastante equivocados”. Se necesita muy poco, dice, para que una mentira
se propague lejos y ampliamente —incluso si se origina en un embustero
conocido—. Además, añade, “frecuentemente pasa que si la mentira es creída sólo
por una hora, ya ha hecho su trabajo… La falsedad vuela, y la verdad va
cojeando tras ella, de forma que, cuando los hombres dejan de estar engañados,
es demasiado tarde”.
Este tipo de político trae a la mente al
vendedor de autos que dice que un cierto modelo puede acelerar tan rápidamente
que usted irá a 160 km/h antes de saberlo. Pero entonces nota que su esposa,
suegra y niños lo están esperando, y dice que, por otra parte, es un auto dócil
que puede circular a 110 km/h todo el día, sin ningún problema.
Finalmente, añade: “Y si lo compra hoy, le
regalo los tapetes para el piso”.
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