Por Gabriel
García Márquez
Publicado en la Revista Bohemia en marzo de 1958. Tomado
con autorización del blog del Centro Gumilla por Prodavinci | 23 de Enero, 2012
No había una fecha prevista para la publicación de la
pastoral. Monseñor Arias se había hecho el propósito de que fuera un documento
breve, claro, directo e invulnerable. Al principio del año pasado ordenó a la
Juventud Obrera Católica adelantar una encuesta que le permitiera formarse un
juicio sereno de la realidad nacional. El sondeo duró dos meses. Con una
completa documentación en el despacho, después de haber conversado no sólo con
los párrocos de Caracas sino con los que vinieron expresamente de las más
remotas aldeas de provincia, el arzobispo inició la redacción de sus notas, de
su puño y letra. En 45 días de trabajo, de consulta con sus asesores, la
primera copia definitiva -11 hojas a máquina, a doble espacio- estuvo lista en
la primera semana de abril. Entonces pareció muy apropiada para su publicación
la fecha del 1° de mayo, día del trabajo, fiesta del patriarca carpintero, San
José.
Se precisó de una actividad extraordinaria para que la
Pastoral estuviera en todas las parroquias de Venezuela en la fecha convenida.
Fue dada, sellada y refrendada en Caracas a las 10:30 am del lunes 29 de abril.
Dos días después se leyó en los púlpitos. A fines de la semana le había dado la
vuelta al país y trascendido al exterior, donde se consideró como una brecha en
el cinturón de acero creado por la censura de prensa. La primera edición
-repartida gratuitamente por los párrocos- se agotó en ocho días. Algunos
especuladores se hicieron de un considerable número de ejemplares y los
vendieron a 10 bolívares.
Una semana antes Pérez Jiménez pronunció un discurso
espectacular en el Congreso, en el cual hizo una apoteósica enumeración de la
obra material adelantada por su gobierno y se refirió a los elevados salarios
del obrero venezolano. Ese día la Pastoral estaba hecha. Pero el ministro del
Interior, Laureano Vallenilla Lanz, no entendía esa clase de argumentos. En su
opinión, la pastoral del 1° de mayo era una réplica al discurso presidencial
del 24 de abril.
El jueves 2 de mayo, a las 11:00 am, citó a su despacho
al arzobispo de Caracas, no en una nota especial, sino por teléfono. Monseñor
Arias concurrió a la convocatoria esa misma tarde y tuvo que esperar en la
desierta antesala del Ministerio del Interior. Vallenilla Lanz solía recordar
aquella entrevista con un orgullo evidente. “Me di el gusto -decía- de hacer
esperar al arzobispo durante hora y media”. En realidad, monseñor Arias -que es
un hombre humilde- no esperó más de media hora. A las 3:30 pm pasó al despacho
del ministro del Interior, donde se le comunicó el pensamiento oficial.
Vallenilla no iba a misa pero conocía los sermones
Fue una entrevista breve, en la cual Vallenilla Lanz
habló casi todo el tiempo, y casi exclusivamente de la obra material del
Gobierno. Cuando monseñor Arias abandonó el despacho se le había hecho saber
que el Gobierno haría publicar en los periódicos una respuesta a la pastoral.
Pero esa respuesta no apareció jamás. A cambio de ella, el ministro del Trabajo
dirigió al arzobispo una carta privada -con fecha 10 de mayo- que era una
edición corregida y aumentada del discurso de Pérez Jiménez. El argumento más
poderoso contra la carta pastoral, según el ministro del Trabajo, era la
construcción de la Casa Sindical y del balneario de Los Caracas. Los párrocos
de Venezuela sabían desde ese momento cuál era su deber: predicar la doctrina
social de la Iglesia. Cada domingo, en los púlpitos de Caracas, se pronunciaban
sermones cuyo rumor inquietaba, el lunes en la mañana, el desayuno de Vallenilla
Lanz.
Particularmente uno de los sacerdotes de Caracas -el
padre Jesús Hernández Chapellín- asumió una posición combativa. Joven, de una
salud a toda prueba y un notable valor personal, el padre Hernández Chapellín,
director de La Religión, se sentaba todas las noches frente a su máquina de
escribir a ejercer su doble ministerio de sacerdote y periodista. El 13 de
agosto, Vallenilla Lanz -bajo el pseudónimo de R. H.- publicó en El Heraldo una
interpretación atolondrada y arbitraria de la justicia social. Al día
siguiente, el padre Hernández Chapellín publicó una réplica que no mandó a la
censura porque sabía que la censura no la habría dejar pasar: “Orientaciones a
R. H.”. A las 10:00 am, una llamada telefónica del Ministerio del Interior lo
despertó en su residencia particular. El propio Vallenilla Lanz estaba al
teléfono. “Padre -dijo el ministro, sin preámbulos- es necesario que usted
modifique su actitud”. También sin preámbulos, el director de La Religión
respondió: “Mis editoriales los pienso y los medito bien, luego los escribo y
los lanzo y me importa poco lo que ustedes piensen de ellos”.
Vallenilla Lanz no respondió nada, sino que citó al padre
Hernández Chapellín a su despacho, esa tarde a las 5:00 en punto. El sacerdote
llegó con cinco minutos de retraso.
En hora y media, el padre Hernández se hizo conspirador
La entrevista duró un poco más que la de monseñor Arias y
esta vez fue el sacerdote quien habló casi todo el tiempo. Vallenilla Lanz,
vestido de gris y un poco pálido, no había tenido tiempo de iniciar el diálogo,
cuando el director de La Religión tomó la iniciativa. “Voy a hablar -dijo- más
que todo como sacerdote que sólo teme a Dios. Con el régimen que ustedes tienen
en Venezuela casi todo el pueblo los odia y los detesta”.
Vallenilla Lanz enrojeció:
-¿Por qué?- preguntó tímidamente.
-Porque ustedes tienen un régimen de pánico con la
Seguridad Nacional. Es la espada de Damocles sobre la cabeza de cada
venezolano. Las lágrimas y la sangre y la cantidad de muertos…
-¿Cuáles muertos?- interrumpió Vallenilla Lanz, con un
aire de cándida inocencia.
El padre Hernández Chapellín enumeró, con sus nombres
propios, 10 víctimas del régimen. “Y los que no sabemos”, agregó. “¿Y los
exilados políticos?”
Vallenilla Lanz empezó a reaccionar.
-Usted llama exilados políticos a bandidos como Rómulo
Betancourt, dijo.
-Betancourt y yo -replicó el padre Hernández Chapellín-
estamos en trincheras opuestas, como otros muchos exilados. Pero ellos también
son venezolanos y aquí deben estar para que les demos la pelea en el terreno
ideológico.
Los dos hombres estaban solos en el despacho. El
sacerdote, con ese entusiasmo un poco estudiantil con que habla con sus amigos
en la redacción de su periódico, siguió enumerando las razones por las cuales
el régimen de Pérez Jiménez era una maquinaria de terror. Dijo: “Si cuando el
general se tomó el poder hubiera hecho elecciones libres en vez de proseguir y
de trancarle la voz a la prensa, se hubiera inmortalizado. Pero la realidad es
otra. Se quedó en el poder por un golpe de estado al derecho de sufragio”.
El padre Hernández Chapellín abandonó el despacho a las
6:30 pm, cuando ya habían salido los empleados del ministerio. Con un cinismo
inconmovible, Vallenilla Lanz lo acompañó hasta la puerta, lo despidió con un
abrazo y le dijo: “Las puertas de mi despacho estarán siempre abiertas para
usted”. Pero el padre Hernández no volvió a franquearlas. Siguió librando la
batalla desde su modesta oficina de periodista. Pocas semanas más tarde, su
robusto y combativo colega, Fabricio Ojeda, se presentó en la redacción de La
Religión.
-Padre -dijo Fabricio Ojeda- vengo a decirle una cosa
como si fuera una confesión: yo soy el presidente de la Junta Patriótica.
A partir de ese día, el padre Hernández Chapellín no fue
solamente un sacerdote dispuesto a sacar adelante la doctrina social de la
Iglesia ni solamente un periodista de la oposición. Fue también un conspirador.
Lluvia de volantes en la Catedral
Estrada acechaba en su plácido despacho de la catedral
metropolitana, de espaldas a un estante atiborrado de libros que cubre toda una
pared, el padre José Sarratud recibió el 11 de julio, a las 2:00 pm, una
llamada telefónica del Ministerio de Justicia. El padre Sarratud, que es muy
joven pero que parece más joven de lo que es, no tenía motivos para conocer la
voz del ministro: era la primera vez que la escuchaba. En pocas palabras, el
ministro le dijo: “Padre, usted está atacando al Gobierno en sus sermones”. El
padre Sarratud, sin levantar la voz, sin el menor indicio de alteración,
respondió: “No hago otra cosa que predicar la doctrina social de la Iglesia”.
Durante un mes entero, no modificó el tono de sus
sermones. En septiembre volvió a llamarlo el ministro de Justicia, y el padre
Sarratud volvió a responder: “Señor ministro, no hago otra cosa que predicar la
doctrina social de la Iglesia”. Poco tiempo después, un incidente habría de
llevar el nombre del padre José Sarratud hasta el sombrío despacho de Pedro
Estrada. Ocurrió el 12 de diciembre: durante una manifestación de mujeres, a un
costado de la Catedral, un hombre gritó: “Abajo Pérez Jiménez”. Tratando de
alcanzarlo, un policía se abrió paso entre las mujeres y agredió a una de
ellas, encinta. Seis hombres atacaron al agente. De pronto, sin que nadie
hubiera sabido en qué momento, millares de volantes contra el Gobierno cayeron
sobre la multitud. Habían sido lanzados desde la torre de la Catedral.
Pedro Estrada hizo averiguaciones y descubrió que
aquellos volantes habían sido impresos en el multígrafo de la Catedral, puesto
al cuidado del padre Sarratud. El director de la Seguridad Nacional esperó un
momento propicio para actuar.
Ese momento propicio se presentó el 1° de enero, a raíz
del levantamiento de Maracay. Desde cuando volaron los primeros aviones sobre
Caracas, Estrada se asiló en la Embajada de Santo Domingo. Pero al día
siguiente, cuando supo que el golpe había fracasado, se instaló en su despacho
de la avenida México, a dirigir personalmente las represalias. El 3 de enero,
el arzobispo le dijo por teléfono al padre Sarratud que Pedro Estrada lo estaba
buscando desde hacía tres días. El sacerdote, que no se había escondido, se
echó al bolsillo el breviario y se dirigió en automóvil a la SN. Lo recibió
Miguel Sanz, quien sin formular juicio lo mandó a la celda. En el cuarto piso
de la Seguridad Nacional se llevó una sorpresa: allí había, detenidos, cuatro
sacerdotes más. Se les acusaba de que sus sermones eran la causa moral del
levantamiento militar.
Cinco sacerdotes presos: El Gobierno se cae a pedazos
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