Por Justin Yifu Lin publicado en Prodavinci el 27 de Diciembre, 2011
China tuvo una civilización avanzada y
próspera durante milenios hasta el siglo XVIII, pero luego se degeneró y pasó a
ser un país muy pobre durante 150 años. Ahora ha resurgido para convertirse en
la economía más dinámica del mundo desde el lanzamiento de su transición a una
economía de mercado en 1979. ¿Qué motivó estos cambios fatídicos?
En mi libro reciente Demystifying
the Chinese Economy (Desmitificando la
economía china), sostengo que, para cualquier país en cualquier
momento, el cimiento para un crecimiento sostenido es la innovación
tecnológica. Antes de la Revolución Industrial, los artesanos y agricultores
eran la principal fuente de innovación. Al contar con la población más grande
del mundo, China fue un líder en innovación tecnológica y desarrollo económico
a lo largo de gran parte de su historia porque tenía una gran masa de artesanos
y agricultores.
La Revolución Industrial aceleró el ritmo
del progreso occidental al reemplazar la innovación tecnológica basada en la
experiencia por experimentos controlados realizados por científicos e
ingenieros en laboratorios. Este cambio de paradigma marcó el advenimiento del
crecimiento económico moderno, y contribuyó a la “Gran Divergencia” de la
economía global.
China no logró experimentar un cambio
similar debido, principalmente, a su sistema de revisión de la administración
pública, que enfatizó la memorización de clásicos de Confucio y ofreció poco
incentivo para que las elites aprendieran matemáticas y ciencia.
La Gran Divergencia tenía un aspecto
positivo: los países en desarrollo podían utilizar transferencias de tecnología
de los países avanzados para lograr un ritmo más rápido de crecimiento económico
que los países que estaban en la vanguardia industrial. Pero China no supo
explotar ese beneficio del retraso hasta que la transición de una economía
dirigida comenzó en serio.
Luego de la toma del poder por parte de los
comunistas en 1949, Mao Zetung y otros líderes políticos anhelaban revertir
rápidamente el retraso de China y adoptaron un gran impulso para construir
industrias avanzadas que requerían grandes inversiones en bienes de capital.
Esta estrategia le permitió a China hacer ensayos con bombas nucleares en los
años 1960 y lanzar satélites en los años 1970.
Pero China seguía siendo una economía pobre
y agraria; no tenía ninguna ventaja comparativa en las industrias que requerían
grandes inversiones en bienes de capital. Las compañías en esas industrias no
eran viables en un mercado abierto y competitivo. Su supervivencia requería
protección gubernamental, subsidios y directrices administrativas. Estas
medidas ayudaron a China a establecer industrias modernas y avanzadas, pero los
recursos estaban mal asignados y los incentivos eran distorsionados. El
desempeño económico era deficiente. La prisa fue enemiga de la perfección.
Cuando comenzó la transición de mercado de
China en 1979, Deng Xiaoping adoptó una estrategia pragmática y de doble tracción,
en lugar de la fórmula del “Consenso de Washington” de privatización rápida y
liberalización comercial. Por un lado, el gobierno siguió ofreciendo protección
transitoria a las empresas en los sectores prioritarios; por otro lado,
liberalizó la entrada de empresas privadas e inversión extranjera directa en
sectores que empleaban mucha mano de obra y que eran consistentes con la
ventaja comparativa de China pero que habían estado reprimidos en el pasado.
Esta estrategia le permitió a China lograr
simultáneamente estabilidad y crecimiento dinámico. De hecho, los beneficios
del retraso han sido impresionantes: 9,9% de crecimiento anual promedio del PBI
y 16,3% de crecimiento comercial anual en los últimos 32 años -un logro estelar
que conlleva lecciones valiosas para otros países en desarrollo-. Ahora China
es el mayor exportador del mundo y su segunda economía más importante, y más de
600 millones de personas salieron de la pobreza.
Sin embargo, el éxito de China tuvo sus
costos. Las disparidades de ingresos aumentaron, en parte debido a que se
perpetuaron las políticas distorsivas en varios sectores, entre ellas el
predomino de los cuatro grandes bancos estatales de China, las regalías
prácticamente inexistentes en el sector de la minería y los monopolios en las
principales industrias, como las telecomunicaciones, la energía y los servicios
financieros. Como estas distorsiones (un legado de la transición de doble
tracción) resultan en disparidades de ingresos, terminan reprimiendo el consumo
interno y contribuyen al desequilibrio comercial de China. Estos desequilibrios
permanecerán hasta que China termine su transición de mercado.
Confío en que, a pesar de los vientos de
frente que soplan desde la crisis de la eurozona y el derrumbe de la demanda a
nivel mundial, China pueda continuar su crecimiento dinámico. En 2008, el
ingreso per capita de China estaba en el 21% del nivel de Estados Unidos
(medido en paridad de poder adquisitivo), y era similar al ingreso per capita
de Japón en 1951, al de Corea del Sur en 1977 y al de Taiwán en 1975. El
crecimiento anual del PBI promedió el 9,2% en Japón entre 1951 y 1971, el 7,6%
en Corea del Sur entre 1977 y 1997, y el 8,3% en Taiwán entre 1975 y 1995.
Dadas las similitudes entre la experiencia de estas economías y la estrategia
de desarrollo china posterior a 1979, es probable que China pueda mantener un
crecimiento del 8% en las próximas dos décadas.
Algunos piensan que el desempeño de un país
tan único como China, con más de 1.300 millones de habitantes, no se puede replicar.
Estoy en desacuerdo. Todos los países en desarrollo pueden tener oportunidades
similares para sostener el crecimiento rápido durante varias décadas y reducir
la pobreza drásticamente si saben explotar los beneficios del retraso, si
importan tecnología de los países avanzados y si modernizan sus industrias. En
una palabra, no hay nada que reemplace el hecho de entender la ventaja
comparativa.
***
Justin
Yifu Lin, economista jefe y vicepresidente sénior para Economía del Desarrollo
en el Banco Mundial, fundó el Centro de China para la Investigación Económica
en la Universidad de Pekín. Su último libro es Demystifying the Chinese Economy
(Cambridge University Press.).
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