Eloy Mealla 05 de octubre de 2019
Hace ya casi veinte años, Alain Touraine en 1997 se
preguntaba si podremos vivir juntos ante los efectos que provocaba la
globalización. A ese inquietante interrogante pareciera responder «En un
mundo que cambia, reencontrar el sentido de la política”. Tal es el título
completo del documento que el Consejo Permanente de la Conferencia de Obispos
de Francia publicó en octubre de 2016. Este texto, como se indica expresamente,
se encadena con otros aportes anteriores sobre la misma temática: «Por una
práctica cristiana de la política» (1972), «Política, asunto de
todos» (1991) y «Rehabilitar la política» (1999). Este último de
gran repercusión y que expresa una consigna que Francisco hace suya y ha
repetido en varias ocasiones. Veamos algunos señalamientos que nos parecen más
destacables.
Los obispos franceses consideran que no se trata ahora
de precisar el marco y los límites de la acción política sino por el contrario
de responder a la desafección hacia la cosa pública y a la retracción hacia la
esfera privada y el individualismo. Si bien sus reflexiones están muy
circunscritas a la situación de abatimiento, miedo, ira, precariedad y
exclusión, que muchos atraviesan hoy en Francia, nos presentan cuestiones que
son crecientemente comunes en un mundo cada vez más interdependiente.
Señalan que una característica dominante de su país y
en Europa, que bien podemos extender a nuestra realidad, es que los referentes
y las modalidades de vivir juntos han sido sacudidas. Aquello que parecía
enraizado y estable ha devenido relativo y movible, y hay dificultades para
encontrar una visión compartida del futuro. El vivir juntos se ha vuelto frágil
y puesto en cuestión. Lo mismo ocurre con las nociones tradicionales de nación,
patria y república, en un clima de sensibilidades exacerbadas y cercanas a la
violencia.
Por lo tanto, más allá de la coyuntura y de los
cálculos electorales, se manifiesta la necesidad de una reflexión más
fundamental sobre la política que requiere un trabajo de refundación ante su
gran descrédito. Hay un foso que crece entre los ciudadanos y sus
representantes y gobernantes
Ahora bien, esta situación no es solo responsabilidad
de la clase política. Se trata de afirmar un “nosotros” en que la política
designa las actividades, las estrategias y los procedimientos que afectan al
ejercicio del poder basado en la búsqueda del bien común y del interés general
que encuentran su fundamento en valores compartidos. En el debate para
alcanzarlo parece prevalecer “la cultura de la confrontación” sobre el diálogo.
En esta sociedad en tensión, las redes sociales y los medios audiovisuales
ocupan un lugar importante, que prefieren slogans y pequeñas frases, antes que
el análisis serio y el debate respetuoso.
Por otro lado, el documento episcopal destaca algunas
ambivalencias y paradojas. Una de ellas consiste en reclamar “protecciones
suplementarias en todos los dominios” y, al mismo tiempo quejarse, a menudo con
justicia, de restricciones cada vez más grandes que limitan la vida de todos y
desalientan muchas iniciativas. Se produce así una “juridización”
(juridicisation) creciente de la vida social. Es necesario salir de la “lógica
del contrato” que pretende prever todo y alcanzar un “riesgo cero” o una
“seguridad máxima ilusoria”, para reencontrar espacios de creatividad, de
intercambio y gratuidad.
Un contrato social a repensar
Otra paradoja que se constata es que Francia, pese a
su dinamismo tanto económico como de numerosas iniciativas solidarias, no
encuentra, sin embargo, el punto de apoyo para desarrollar todos sus frutos. El
bien común parece difícil de diseñar y más todavía los medios para alcanzarlo.
El contrato social que permitía vivir juntos en el mismo territorio nacional ya
no parece ser una realidad. Hay necesidad de redefinirlo en una sociedad en
donde la referencia es el individuo y no lo colectivo. El “Estado providencia”
ha decepcionado y las generaciones actuales ya no tienen asegurado que vivirán
mejor que sus padres. La inseguridad social se verifica especialmente en el trabajo
que ya no es tan protector como en el pasado. Incluso los puntos de referencia
simples de la vida social se interrumpieron, por ejemplo, los “servicios de
proximidad” (las tiendas, el correo, el médico, el sacerdote,…).
Junto al sentimiento de inseguridad aparece también el
de injusticia referido, por ejemplo, al “salario indecente” de algunos -por su
exorbitancia- en contraste con los ingresos de la inmensa mayoría. Disparidad
que se agrava con los desempleados, con las consecuencias de exclusión y desestructuración
de la vida. Tal inseguridad societal, dice el documento episcopal, está ligado
al de la violencia.
A su juicio, tampoco el panorama mundial es
tranquilizador debido a las cuestiones que plantea el Islam, el terrorismo, las
migraciones, las transformaciones ecológicas. Pero la situación es todavía más
grave para los que son excluidos del sistema, los desempleados, los que viven
en la precariedad, “en el borde del mundo”. La dificultad más inquietante
todavía es la de los jóvenes para acceder al mercado de trabajo.
Señalan que entre las dificultades para establecer un
“nuevo contrato social” se halla la “interpenetración creciente de las
sociedades” que si bien es enriquecedora, también ha contribuido a una
“inseguridad cultural” y a “malestares identitarios” que pueden llevar al
rechazo del otro diferente. Una concepción bastante exacta de lo que supuso la
identidad nacional, con referencias históricas y culturales compartidas, y la
idea de una “nación homogénea” -construida a menudo de manera autoritaria
borrando las diferencias-, ha sido atropellada por la mundialización. Incluso
la idea de un “relato nacional” es ampliamente discutida y cuestionada. Por lo
tanto, se ha vuelto difícil de definir claramente qué es un ciudadano francés
que se apropia y comparte una historia, valores, un proyecto.
Es conveniente, por lo tanto, redefinir lo que es ser
un ciudadano y promover una manera de estar juntos que tenga sentido en medio
de “reinvindicaciones de pertenecías plurales y de identidades particulares”.
Aporte cristiano y laicidad abierta
Los obispos consideran que “el cristianismo puede compartir
su experiencia de acoger e integrar poblaciones y culturas diferentes”. Sobre
este aspecto agregan que si bien en la historia de Francia hay elementos básicos
del legado cristiano, hoy el cristianismo coexsite con una diversidad de
religiones y actitudes espirituales. No se trata de olvidar esa trayectoria
pero tampoco de soñar con el retorno a “una edad de oro imaginaria” o aspirar a
una Iglesia de puros en una posición de superioridad y que bregue por “una
contra-cultura situada fuera del mundo”. Por el contrario, se recuerda que el
cristianismo nos conduce desde sus orígenes a una alianza con la razón y al
reconocimiento de las “semillas del Verbo” en la cultura.
La secularización en Europa occidental ha reducido la
influencia de la religión, pero en Francia, dicen sus obispos, es además muy
difícil hablar con toda tranquilidad de religión en el espacio púbico. El hecho
religioso lucha por encontrar su lugar y algunos niegan que la religión tenga
algo positivo que aportar.
Se constata además que hay diferentes nociones sobre
la laicidad. En sentido estricto y original, laicidad es “la separación de la
institución religiosa y de la institución política”, ninguna gobierna a la
otra. El debate es entre una “laicidad estrecha” que ve en toda religión un
enemigo potencial de la libertad humana, y una “laicidad abierta” que considera
a la República como el garante del aporte benéfico que las religiones pueden
dar a la sociedad. Tampoco se trata que el Estado asuma una laicidad neutra que
expulse “la religión del espacio público hacia el solo dominio privado donde
debe permanecer oculta”. Llevaría a fortalecer el “comunitarismo” y privar a la
vida pública de un aporte precioso.
Identidades frágiles, jóvenes y educación
La interpenetración creciente de las sociedades,
producida por la mundialización, ha hecho interrogarse sobre sus identidades,
sus valores, pertenencias y fidelidades. Ante ello más que armaduras defensivas
se necesita enmarcar la riqueza de identidades plurales que pueden aportar
lazos de unidad.
Refiriéndose al caso de jóvenes franceses de origen
árabe que combaten en Siria e Irak en favor del Daesh[1], los obispos consideran que es bastante
claro que se trata de “jóvenes desestructurados que no hallando su lugar en la
sociedad”, encuentran -sin minimizar su responsabilidad- en un discurso y en un
compromiso radical la oportunidad de dar sentido a su existencia.
Ahora bien, no es suficiente reconocer que la sociedad
se volvió plural, es necesario interrogarse sobre la crisis del sistema
educativo que es, luego de la familia, el “lugar por excelencia de
socialización y de exorcización de la violencia”, pues más allá de la
transmisión de saberes y competencias debe abrir a los jóvenes a lo universal y
al diálogo entre las culturas.
La cuestión del sentido, más allá de la política gestionaría
Un contrato social redefinido no puede hacerse en base
a simples adiciones y parches de intereses yuxtapuestos. No alcanza con una
“simple gestión” ante una grave crisis de sentido. La política no puede escapar
a esta cuestión, no para indicar a cada uno lo que hay que pensar y creer, pero
sí para situarse en un “horizonte de sentido” y asegurar las condiciones de una
negociación que hace a un país estar unido sin que nadie sea descartado. Pero
la política se ha vuelto “gestionaria”, especialmente proveedora y protectora
de derechos indviduales más que de proyectos colectivos, y no puede responder a
las cuestiones más fundamentales de la vida en común. Y se reitera: “los
individuos no logran vivir juntos solo con discursos gestionarios”.
Los obispos también ven esta situación como propia de
Europa que parece estar perdida en un “funcionamiento gestionario, mercantil y
normativo que ya no interesa a nadie”. La construcción europea es más que eso,
no sólo consiguió la paz en la región sino también “una apertura y un
enriquecimiento mutuo por la libre circulación de personas bienes e ideas”.
Es necesario retomar el proyecto europeo que permita
el respecto y la expresión de las identidades nacionales y regionales. Una
verdadera cohesión no suprime las pluralidades sino que las hace funcionar en
un conjunto común. Además, no habrá futuro para el país más que “en una Europa
fuerte y consciente de su historia y responsabilidades en el mundo”.
Crisis de la palabra
La crisis de la política es una crisis de la “palabra
ciudadana”, en cuanto que la confianza en la palabra dada permite elaborar una
vida en sociedad mediante la concertación, la mediación, el diálogo, etc. “La
política es pues un lugar esencial del ejercicio de la palabra”. Cuando la
palabra se pervierte aparece la violencia, la mentira, la corrupción, o el
desinterés por la vida pública.
Las convicciones son necesarias, pero no pueden asumir
una postura antidemocrática, sea como lobbying u oposición estéril. Los
espacios de diálogo necesitan de tacto, flexibilidad, adaptabilidad. Los
debates actuales no se hacen sobre “un zócalo de referencias culturales,
históricas, antropológicas compartido”. Así lo muestra hoy el debate sobre las
cuestiones éticas. En una “democracia de opinión” todo, incluida la
antropología, es sometido a voto. Se utilizan las mismas nociones pero sin los
mismos contenidos.
La política ante “equilibrios provisorios” debe acudir
a compromisos que permitan vivir juntos. Esto es percibido por algunos como una
solución insatisfactoria que devaluaría la política. Sin embargo, el compromiso
verdadero es una “tarea indispensable y particularmente noble del debate
político”. Es más que el simple resultado de una relación de fuerzas o
confrontación de verdades. Es una búsqueda conjunta de la verdad.
Un país en espera, rico de tantas posibilidades
El descontento por la manera de hacer política no
significa necesariamente desinterés por la vida pública sino que indica también
la aspiración de nuevas formas de compromiso ciudadano, y el deseo de retomar
“la verdadera naturaleza de la política y de su necesidad para una vida
juntos”. No ocurrirá ello con el arribo de una “personalidad providencial”, es
tarea de todos.
En el documento se expresa que Francia es un país con
capacidades y energías. Florecen iniciativas ciudadanas y se buscan “nuevos
modos de existencia”, por ejemplo, en el diálogo entre culturas, creyendo que
el encuentro no solo es posible sino fecuendo para la vida en sociedad”. Será
el modo de “evitar que la última palabra la tenga la violencia”. El documento
concluye sosteniendo que “las soluciones reales no provendrán primero de la
economía y las finanzas, por importantes que sean, o posturas y gestos de unos
pocos. Vienen de la escucha personal y colectiva a las necesidades más
profundas del hombre. Y el compromiso de todos”
Algunas impresiones
Nos sorprende su redacción, texto claro y sencillo de
poco más de trece páginas con sólo ocho citas brevísimas, seis del magisterio
eclesial, una de la UNESCO y dos de la prena, acompañado de un
cuestionario-guía para promover la reflexión y el intercambio. Estilo secular
para oídos seculares, para el común de la gente. Por momentos el documento
conmueve por su tono dramático: dificultad para vivir juntos, pérdida de
sentido, futuro incierto. Se llega a decir: “Hay tristeza hoy en nuestro país”.
Esos rasgos nos evocan nuestras recurrentes crisis en
Argentina y ciertamente la de 2001 y tal vez algunas situaciones presentes.
Repetidamente el texto intenta revalidar la política para no caer en el abismo
mayor de una ilusoria despolitización, pero también nos previene, y quizá sea
su mayor acierto, de encandilarnos con lo que denomina una “política
gestionaria”. Es una pena que no la describa más detalladamente. Interpretamos
que se refiere a una concepción meramente administrativa, eficientista, que
reduce la acción política solo a cuestiones procedimentales, creyendo poder
eludir referencias a valores, creencias y proyectos comunes.
Aquí encontramos otra novedad. Habitualmente para
fundamentar las bases y especialmente los comportamientos de una sociedad se
invocaba tradicionalmente la ley natural, la sabiduría de las religiones, las
grandes corrienets espirtuales, o a los consensos que la comunidad
internacional ha alcanzado sobre derechos humanos. Especialmente esta omisión
última llama la atención en Francia, cuna efectiva y simbólica de “los derechos
del hombre y del ciudadano”, y de las formas democráticas y republicanas.
Precisamente sobre este punto los obispos franceses hacen una afirmación
inquietante: los valores republicanos de libertad, igualdad y fraternidad
“suenan huecos” a muchos de nuestros contemporáneos.
También llama atención la reiterada mención de la
crisis y la incertidumbre a nivel cultural de un país justamente como Francia
que hizo gala, ciertamente ya muy eclipsada desde hace décadas por el “americanismo
cultural”, de su hegemonía en la materia, haciendo de su cultura un falso
universal. Paradigma que tanto formateó las formas institucionales,
educacionales y estéticas del ramillete de repúblicas latinoamericanas y que
seguimos tan “avant la letre” entre nosotros.
Esta comprobación de crisis cultural en uno de los
países del centro del sistema mundial no es nueva pero queda duramente
descripta y con rasgos actuales acuciantes. Evidentemente las migraciones,
especialmente la proveniente de las antiguas colonias, han contribuido a esta
situación. Pero más que causa son a su vez un reflujo de los efectos del
todavía cercano colonialismo que Francia y otros países europeos ejercieron.
Una supremacía que trastornó y subordinó culturas y países enteros sin todavía
una reparción debidamente saldada. Estas consideraciones deberían formar parte
también del “reencuentro con la política”.
[1] Daesh, suena a daño o discordia en árabe, el
documento sigue la recomendación de denominar así a los grupos yihadistas que
operan en Siria e Irak, y evitar adjudicarles el término “Estado islámico” para
no sobrevalorarlos ni confundirlos con los valores del Islam
Tomado de: http://www.teologiahoy.com/secciones/teologia-y-politica/reencontrar-el-sentido-de-la-politica
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