Trino Márquez 27 de agosto de 2020
@trinomarquezc
Luego
de la destrucción del Muro de Berlín -muro del oprobio, símbolo de la dictadura
y la incompetencia comunista- buena parte del mundo político e intelectual
creyó que se haría realidad la profecía de Francis Fukuyama, según la cual el
planeta avanzaría de forma acompasada hacia la democracia liberal y la economía
de mercado. Después de treinta años de haberse derrumbado los autoritarismos
inspirados en el marxismo-leninismo, han surgido otras formas de autocracia; o
se han maquillado un poco las antiguas tiranías basadas en la ideología
elaborada por Carlos Marx.
Alexander
Lukashenko, Vladimir Putin, Xi Jinping, Daniel Ortega y Nicolás Maduro –para
solo mencionar unos pocos personajes de
la misma estirpe- forman parte de la galería de neoautócratas vinculados con lo
que fue el comunismo hasta la extinción de la Guerra Fría.
Las
elecciones del 9 de agosto en Bielorrusia volvieron a mostrar las aristas más
filosas del ‘último dictador europeo’, como se le conoce a Lukashenko en el viejo continente. Al déspota
le parece poco haber permanecido 26 años al frente de ese pequeño país. Quiso
extender el lapso cinco años más. Para conseguirlo apeló a sus acostumbradas
malas mañas. Cometió un fraude escandaloso, que le dio un ‘triunfo’ con más de
80% de los votos. La victoria fue inmediatamente reconocida por Vladimir Putin
y Nicolás Maduro, su amanuense en
América del Sur. Antes de perpetrar la estafa, el mandamás bielorruso había
encarcelado al jefe de la oposición; luego, en vista de que la valiente esposa
del líder apresado tomó el testigo dejado por su marido y triunfó en la
consulta, la acosó hasta obligarla a salir del país, para no ser víctima de
otro secuestro por parte de los cuerpos de seguridad del régimen.
Frente
a las inmensas movilizaciones provocadas
por el escamoteo, el cobarde Lukashenko salió corriendo a pedirle auxilio a su
jefe Putin, amo y señor de la Federación Rusa al menos hasta 2036, último año
que le autoriza gobernar la reforma legal que hace poco tiempo logró que le
aprobaran en un referendo popular totalmente manipulado por el expolicía de la
KGB, quien acostumbra a despacharse a sus adversarios con el milenario método
del envenenamiento. Lukashenko es su marioneta. Su representante
plenipotenciario en un territorio que limita por el frente occidental con
Europa, convertida en barrera de las pretensiones expansionistas del nuevo zar,
mezcla extraña de marxismo con la doctrina de la Iglesia Ortodoxa rusa.
Al
trío formado por Lukashenko, Putin y Maduro hay que agregar a Xi Jinping y a
Daniel Ortega. El jefe del Partido Comunista Chino logró que la dirección del
partido le aprobara una reforma que le
permite reelegirse indefinidamente en la jefatura del partido y, por lo tanto,
del Estado. El señor Xi ha concentrado tanto poder como en su momento tuvo Mao
Zedong. Xi promueve las formas más ominosas de control sobre los ciudadanos. La
tecnología G-5 se ha puesto al servicio del espionaje descarado e implacable de
la actividad individual y colectiva. El espacio para la libertad se ha reducido
a su mínima expresión. Este panorama es el que vislumbran los jóvenes de Hong
Kong y ante el cual se sienten aterrorizados. Por eso, prefieren dejar la vida
en las calles de esa pequeña isla, antes que caer en las garras de esa cruel
burocracia. El último personaje de la serie es Ortega, a quien solo vale la
pena mencionar por el terrible daño que el inflige al pueblo nicaragüense.
Lo
peor de esta atmósfera tan degradada es que
algunos países democráticos han generado sus propios engendros durante
las décadas recientes. Turquía, con un Estado laico a pesar de que su población
mayoritaria es musulmana, produjo al dictador Recep Tayyip Erdogán, quien
pretende islamizar el Estado. Polonia y Hungría, dos países que giraban en la
órbita de la antigua Unión Soviética, han dado un vuelco preocupante hacia la
derecha reaccionaria, conservadora y retrógrada. Andrzej Duda, presidente
polaco, y Víktor Orbán, primer ministro húngaro, son la viva encarnación de ese
pensamiento retardatario, incompatible
con el canon liberal. Lo más preocupante
es que el eclipse de la democracia no sólo ocurre en la periferia; en naciones
colocadas en la segunda línea de las
democracias occidentales. Está sucediendo en el corazón de la cultura. En el
Estados Unidos de Donald Trump. El aspirante a la reelección emite
declaraciones cada vez más preocupantes y provocadoras. Amenaza con desconocer
los resultados electorales en el caso de perder frente a Joe Biden; y descalifica al Servicio Postal, órgano
emblemático de la fortaleza y eficacia institucional de la nación más poderosa
de la Tierra.
Además
de la Covid-19, gran parte del planeta
ha sido tomada por estos asaltantes del poder, quienes aspiran a eternizarse en
sus cargos, aplastar las instituciones del orden democrático y erigirse en
reyezuelos que solo le rinden cuanta a la almohada porque se consideran
predestinados.
Si
los partidos y las naciones democráticas del planeta no se unen para enfrentar
con determinación los embates de esta clase de seres, la libertad será
demolida. Las restricciones provocadas por la pandemia parecerán un picnic.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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