Francisco Fernández-Carvajal 21 de agosto de
2020
@hablarcondios
— Santa María, Reina de
cielos y tierra.
— Títulos de la realeza
de Nuestra Señora.
— El reinado de María
se ejerce en el Cielo, en la tierra y en el Purgatorio.
I. «La Madre de
Cristo es glorificada como Reina universal. La que en la
anunciación se definió como esclava del Señor fue durante toda
su vida terrena fiel a lo que este nombre expresa, confirmando así que era una
verdadera “discípula” de Cristo, el cual subrayaba intensamente el carácter de
servicio de su propia misión: el Hijo del hombre no ha venido a ser
servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos (Mt 20,
28). Por esto María ha sido la primera entre aquellos que, “sirviendo a Cristo
también en los demás, conducen en humildad y paciencia a sus hermanos al Rey,
cuyo servicio equivale a reinar” (Const. Lumen gentium, 36), y ha
conseguido plenamente aquel “estado de libertad real”, propio de los discípulos
de Cristo: ¡servir quiere decir reinar! (...). La gloria de servir no
cesa de ser su exaltación real; asunta a los cielos, ella no termina aquel
servicio suyo salvífico...»1.
El dogma de la Asunción, que celebramos la pasada
semana, nos lleva de modo natural a la fiesta que hoy celebramos, la Realeza de
María. Nuestra Señora subió al Cielo en cuerpo y alma para ser coronada por la
Santísima Trinidad como Reina y Señora de la Creación: «terminado el decurso de
su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria y fue ensalzada por el
Señor como Reina universal con el fin de que se asemejase de forma más plena a
su Hijo, Señor de señores (cfr. Apoc 19, 16)
y vencedor del pecado y de la muerte»2.
Esta verdad ha sido afirmada desde tiempos antiquísimos por la piedad de los
fieles y enseñada por el Magisterio de la Iglesia3.
San Efrén pone en labios de María estas bellísimas palabras: «El Cielo me
sostenga con sus brazos, porque soy más honrada que él mismo. Pues el Cielo fue
tan solo tu trono, no tu madre. Ahora bien, ¡cuánto más digna de honor y
veneración es la Madre del rey que no su trono!»4.
Fue muy frecuente expresar este título de María
mediante la costumbre de coronar las imágenes de la Santísima
Virgen de forma canónica, por concesión expresa de los Papas5.
El arte cristiano, desde los primeros siglos, ha venido representando a María
como Reina y Emperatriz, sentada en trono real, con las insignias de la realeza
y rodeada de ángeles. En ocasiones se la representa en el momento de ser
coronada por su Hijo. Y los fieles han recurrido a Ella con esas
oraciones: Salve Regina, Ave Regina caelorum, Regina coeli laetare...,
tantas veces repetidas.
En muchas ocasiones hemos acudido a Ella recordándole
este hermoso título de su realeza, y lo hemos considerado en el quinto misterio
glorioso del Santo Rosario. Hoy, en nuestra oración y a lo largo del día, lo
hacemos de una manera especial. «Eres toda hermosa, y no hay en ti mancha.
Huerto cerrado eres, hermana mía, Esposa, huerto cerrado, fuente sellada. Veni:
coronaberis. Ven: serás coronada (Cant 4, 7, 12 y 8).
»Si tú y yo hubiéramos tenido poder, la hubiéramos
hecho también Reina y Señora de todo lo creado.
»Una gran señal apareció en el cielo: una mujer con
corona de doce estrellas sobre su cabeza. Vestido de sol. La luna a sus pies (Apoc 12,
1) (...). El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo la coronan como Emperatriz que
es del Universo.
»Y le rinden pleitesía de vasallos los Ángeles..., y
los patriarcas y los profetas y los Apóstoles..., y los mártires y los
confesores y las vírgenes y todos los santos... y todos los pecadores y tú y
yo»6.
II. Concebirás
en tu seno y darás a luz a un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande
y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su
padre, reinará eternamente sobre la casa de Jacob, y su Reino no tendrá fin7,
leemos en el Evangelio de la Misa.
La realeza de María está íntimamente relacionada con
la de su Hijo. Jesucristo es Rey porque le compete una plena y completa
potestad, tanto en el orden natural como en el sobrenatural; esta realeza,
además de ser plena, es propia y absoluta. La realeza de María es plena y
participada de la de su Hijo. Los términos Reina y Señora aplicados
a la Virgen no son una metáfora; con ellos designamos una verdadera
preeminencia y una auténtica dignidad y potestad en los cielos y en la tierra.
María, por ser Madre del Rey, es verdadera y propiamente Reina, encontrándose
en la cima de la creación y siendo efectivamente la primera persona humana del
universo. Ella, «bellísima y perfectísima, tiene tal plenitud de inocencia y
santidad que no se puede concebir otra mayor después de Dios, y que fuera de
Dios nadie podrá jamás comprender»8.
Los títulos de la realeza de María son su unión con
Cristo como Madre como le fue anunciado por el Ángel y la asociación con su
Hijo Rey en la obra redentora del mundo. Por el primer título, María es Madre
Reina de un Rey que es Dios, lo cual la enaltece sobre las demás criaturas
humanas; por el segundo, María Reina es dispensadora de los tesoros y bienes
del Reino de Dios, en razón de su corredención.
En la institución de esta fiesta, Pío XII invitaba a
todos los cristianos a acercarse a este «trono de gracia y de misericordia de
nuestra Reina y Madre para pedirle socorro en las adversidades, luz en las
tinieblas, alivio en los dolores y penas», y alentaba a todos a pedir gracias
al Espíritu Santo y a esforzarse por aborrecer el pecado, a librarse de su
esclavitud, «para poder rendir un vasallaje constante, perfumado con la
devoción de hijos», a quien es Reina y tan gran Madre9. Adeamus
ergo cum fiducia ad thronum gratiae, ut misericordiam consequamur...
Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de la gracia, a fin de que
alcancemos misericordia y encontremos la gracia que nos ayude en el momento
oportuno10. Este trono, símbolo de la autoridad, es el de Cristo, pero
ha querido que sea en su Madre trono de gracia donde más
fácilmente alcanzamos la misericordia, pues nos fue dada «como abogada de la
gracia y Reina del universo»11.
En el día de hoy contemplamos la gran fiesta del Cielo
en la que la Trinidad Beatísima sale al encuentro de Nuestra Madre, asunta ya a
los Cielos por toda la eternidad. «Es justo que el Padre y el Hijo y el
Espíritu Santo coronen a la Virgen como Reina y Señora de todo lo creado.
»-¡Aprovéchate de ese poder! y, con atrevimiento
filial, únete a esa fiesta del Cielo. -Yo, a la Madre de Dios y Madre mía, la
corono con mis miserias purificadas, porque no tengo piedras preciosas ni
virtudes.
»-¡Anímate!»12.
Ella nos espera; quiere que nos unamos a la alegría de los santos y de los
ángeles. Y tenemos derecho a participar en una fiesta tan grande, pues es
nuestra Madre.
III. Apareció
en el cielo una señal grande, una mujer vestida de sol, con la luna debajo de
sus pies y sobre su cabeza una corona de doce estrellas...13.
Esta mujer, además de representar a la Iglesia, simboliza a María14,
la Madre de Jesús, quien en el Calvario la confió a Juan, a la que él cuidó con
tanto esmero y contempló tantas veces. Cuando, ya anciano, escribía estas
visiones, María ejercía su realeza desde el Cielo. Los tres rasgos con que
el Apocalipsis describe a María son símbolo de esta
dignidad: vestida de sol, resplandeciente de gracia por ser Madre
de Dios; la luna bajo sus pies indica la soberanía sobre todo
lo creado; la corona de doce estrellas es la expresión de su
corona real, de su reinado sobre los ángeles y los santos todos15.
En las letanías del Santo Rosario recordamos cada día que es reina de
los ángeles, de los patriarcas, de los profetas, de los apóstoles, de los
mártires, de las vírgenes, de todos los santos... Es también nuestra
Reina y Señora.
El reinado de María se ejerce diariamente en toda la
tierra, distribuyendo a manos llenas la gracia y la misericordia del Señor. A
Ella acudimos en cada jornada, pidiendo su protección; muchos cristianos los
sábados, y cuando visitan alguno de sus innumerables santuarios, le cantan o le
rezan con devoción esa antiquísima oración: Dios te salve, Reina y
Madre de misericordia, vida, dulzura, esperanza nuestra... Este
reinado se ejerce en el Cielo sobre los ángeles y sobre todos los
bienaventurados, quienes aumentan su gloria accidental «por las luces que María
les comunica, por la alegría que experimentan ante su presencia, por todo
cuanto hace por la salvación de las almas. Manifiesta a los santos y a los
ángeles la voluntad de Cristo en orden a la extensión de su Reino»16.
El reinado de María se ejerce también en el
Purgatorio. «Salve Regina, cantaban las almas que vi sentadas sobre el verde y
entre las flores que desde fuera del valle no se veían», declara el poeta
italiano17. Nuestra Madre nos induce constantemente a pedir y a ofrecer
sufragios por quienes todavía se purifican y esperan para entrar en el Cielo;
presenta a Dios nuestras oraciones, lo que hace que aumenten su valor. Aplica
en el nombre de su Hijo a estas almas el fruto de los méritos que Él nos
alcanzó y el de sus propios méritos. Nuestra Madre es una buena aliada para
ayudar a las almas del Purgatorio y, si la tratamos mucho, Ella nos moverá a
purificar nuestras faltas y pecados ya en esta vida y nos concederá poderla
contemplar inmediatamente después de nuestra muerte, sin tener que pasar por
ese lugar de espera y de purificación, porque ya habremos limpiado aquí nuestra
alma de sus errores y flaquezas.
Dios todopoderoso, que nos has dado como Madre y como
Reina a la Madre de tu Unigénito, concédenos que, protegidos por su
intercesión, alcancemos la gloria de tus hijos en el reino de los cielos18.
*Esta fiesta de la Virgen fue instituida por Pío XII
en 1954, respondiendo a la creencia unánime de toda la Tradición que ha
reconocido desde siempre su dignidad de Reina, por ser Madre del Rey de
reyes y Señor de señores. Santa María es una Reina sumamente accesible, pues
todas las gracias nos vienen a través de su mediación maternal. La coronación
de María como Reina de todo lo creado que contemplamos en el quinto misterio
glorioso del Santo Rosario está íntimamente unida a su Asunción al Cielo en
cuerpo y alma.
1 Juan
Pablo II, Redemptoris Mater, 25-III-1987, n. 41. —
2 Conc.
Vat. II, Const. Lumen gentium, 59. —
3 Cfr Pío
XII, Enc. Ad caeli Reginam, 11-X-1954. —
4 San
Efrén, Himno sobre la Bienaventurada Virgen María. —
5 J.
Ibáñez-F. Mendoza, La Madre del Redentor, Palabra, 2.ª ed.,
Madrid 1988, p. 293. —
6 San
Josemaría Escrivá, Santo Rosario, quinto misterio de
gloria. —
7 Lc 1,
31-33. —
8 Pío
IX, Bula Ineffabilis Deus, 8-XII-1854. —
9 Pío
XII, loc. cit. —
10 Heb 4,
16. —
11 Misal
Romano, Prefacio de la Misa de esta fiesta. —
12 San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 285. —
13 Apoc 12,
1. —
14 San
Pío X, Enc. Ad diem ilum, 2-II-1904. —
15 Cfr. L.
Castán, Las Bienaventuranzas de María, BAC, Madrid 1971, p.
320 —
16 R.
Garrigou-Lagrange, La Madre del Salvador, Rialp, Madrid
1976, p. 323. —
17 Dante
Alighieri, La divina comedia, «El purgatorio», 7, 82-84.
—
18 Misal
Romano, Oración colecta de la Misa.
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