Maryhen Jiménez Morales 25 de agosto de 2020
@MaryhenJimenez
El
cambio político que requiere Venezuela para iniciar una transformación profunda
en lo social, político, económico, cultural, entre otros, no se ve cerca. La
última encuesta Encovi cuyas cifras devastadoras reflejan las profundas
desigualdades y vulnerabilidades de la población, y a su vez, el aumento de los
contagios por covid-19, ponen sobre la mesa la dura realidad de la mayoría de
las personas venezolanas. Pobreza, desigualdad, hambre, enfermedad, violación
sistemática a los derechos humanos. ¿Y por qué no hacen nada?, preguntan fuera
y dentro del país. Mi pregunta es al revés: ¿se puede pedir más a un país que
resiste y marcha constantemente ante tantos abusos? No olvidemos que la
población marcha todos los días: para buscar agua, comida, medicinas y con ello
poder sobrevivir.
Mientras
casi 80% sobrevive la extrema pobreza y 96% pobreza de ingresos, la
responsabilidad de generar las condiciones para facilitar un proceso de
negociación -que eventualmente pueda producir el cambio anhelado- recae en ese
pequeño porcentaje que aun cuenta con las posibilidades de vivir dignamente.
Entonces, ¿qué hacer?
Coordinar.
Una tarea difícil y de mediano y largo plazo, pero a la vez un paso
indispensable por varias razones. En primer lugar, porque en regímenes
autoritarios es muy difícil enfrentar al poder si no se aglutinan fuerzas. Los
autócratas hoy en día imponen una serie de obstáculos -coerción, cooptación,
abuso institucional- para desgastar a sus disidentes. Entonces, para vencer las
asimetrías de poder, los partidos de oposición deben aglutinar esfuerzos
materiales (recursos), know-how (político, social, geográfico, cultural) y
crear propuestas u ofertas electorales conjuntas. La expresión más clara de
coordinación es la formación de una coalición electoral que presente candidatos
únicos y que sea capaz de dirigir una estrategia de manera consensuada y
representativa de todos sus miembros. Construir una coalición democratizadora
tiene ventajas, más allá de los costos que sin duda trae consigo para los
partidos y líderes involucrados.
Varios
estudios comparados demuestran que una variable esencial en procesos de
liberalización y democratización ha sido precisamente la existencia de tal
coalición. Esto quiere decir que más allá del valor simbólico que pueda tener
la unión en contra del autoritarismo, la coalición es un tema estratégico
central porque ayuda a 1) presentarse como una alternativa real y viable, capaz
de organizarse y movilizar, 2) atraer votos opositores, prorrégimen e
indecisos, 2) al cohesionar a la oposición, le hace más difícil a los
autócratas aplicar el “divide et impera”, 3) sube los costos y cálculos de
represión y manipulación. Por tanto, es indispensable contar con una estructura
que facilite la construcción amplia de un movimiento democratizador que pueda
presionar a la cúpula autoritaria a abrirse. Así ha ocurrido en otros casos,
incluyendo Serbia, Nicaragua, Senegal, Kenia, y difícilmente pueda evadirse en
el nuestro.
Ya
en 2002 el politólogo Larry Diamond dijo acertadamente que la victoria de la
oposición en un régimen autoritario “requiere un nivel de movilización de la
oposición, unidad, habilidad y heroísmo más allá de lo que normalmente se
requeriría para la victoria en una democracia”. No es imposible lograrlo, pero
mientras más demoremos en entenderlo, más lejano estará el cambio que deseamos.
La lucha por la democracia no es al azar, requiere profesionalización,
estrategia, conocimiento. Si realmente nos importa la transformación de
Venezuela para que su población pueda recuperar todos sus derechos y vivir en
paz, hay que coordinar las acciones políticas. La Mesa de la Unidad Democrática
se creó con ese propósito y a esos esfuerzos debemos la victoria en la Asamblea
Nacional en 2015, entre otros. Fue precisamente el trabajo en equipo y el
control de los intereses individuales-partidistas que permitieron cerrar la
brecha con el chavismo. ¿Por qué después de haber triunfado se derrumbó (o
derrumbaron) esa coalición? La respuesta a esa pregunta la contestaré más
adelante, pero, mientras tanto les dejo otra interrogante: ¿estamos dispuestos
a trabajar en conjunto por el bien del país, o, por el contrario, estaremos más
cómodos esperando que “algo ocurra” y que ese “algo” produzca lo que deseamos?
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