Por Nelson Chitty La
Roche
“Lo
que está claro, no necesita interpretación” Proverbios jurídicos
Ya hace décadas de un
lamento de Hannah Arendt, con relación a la demora con que la ciencia política atendía
el exigente epistémico y lingüístico con vocablos y conceptos que no eran
suficientemente precisos, dificultando el examen fenomenológico. Se refirió la
genial pensadora alemana a los conceptos de poder y potencia que no lograban
mostrar todos los contenidos que en los diversos abordajes temáticos surgía,
requiriendo glosas y elucidaciones.
No olvidaremos que la
escritora trabajaba con una lengua en extremo mordiente que permitía distinguir
con varias voces para decir lo que se quería y decantar el sentido correcto al
analizar el asunto. En la misma búsqueda encontré a Raymond Aron escudriñando
los diversos significados de poder y sus significados idiomáticos y, como
Arendt, prefiriendo la lengua germánica en el ejercicio.
Me propongo con este
modesto artículo ayudar a comprender a qué llamamos antipolítica, siendo que a
menudo tropiezo con usos confusos y hasta equívocos de la susodicha. La sola
definición ya nos traslada a un escenario complejo, sin embargo.
En efecto; “Periculosum
est tota in definitionibus” y de allí que recurramos al diccionario de la
RAE y primera sorpresa y decepción, como tal, antipolítica no aparece en el
diccionario. Nos fuimos entonces al Larousse en francés y la consulta arrojó
una respuesta similar. Se trata entonces de dos palabras: anti y política, por
lo cual debemos comenzar por asumir la expresión como contrario a la política y
nótese que no he mencionado opuesto, que pudiera ser también, pero debemos ser
cuidadosos.
Nietzsche se ufanaba de
ser el alemán más antipolítico y pareció referirse a una conducta contraria a
la política que no dejó claro si era antípoda a la política o pretendidamente
ajeno a la misma. Bertrand Russell señaló esa y otras inconsistencias de ese
comportamiento del teutón, aunque también se advierten sesgos en su juicio.
A la pregunta qué es la
antipolítica, alguna doctrina responde: “Política opuesta a la sana política”;
y como dirían popularmente, “se montó la gata en la batea”. Entonces tendríamos
que trabajar con el concepto de política y luego aquel de sana política. Pero,
por lo pronto, lo haremos sencillos con el de política, infiriendo que la sana
política es la sistémica y como tal la trataremos.
Diré que la política se
cumple, en el espacio común a los seres humanos, dentro de una dinámica
comunicativa que supone el abordaje de asuntos de interés compartido,
económicos y de variada consideración; y de manera eventual, la colisión de
esos intereses para superar los conflictos y promover la coexistencia y la
seguridad igualmente. Y agregaré que la política es propia de un marco
societario, normado e institucionalizado.
La presentación que
antecede redescubre el mentado bien común al que le da empero posibles
perspectivas de desarrollo, pero ofreciendo al entorno complejo societario,
hasta donde es posible, certeza y sostenibilidad.
Pero la marcha de esas
acciones y los actores que en ella protagonizan, la representación con sus
disfunciones, la tensión que generan las pasiones concurrentes alrededor del
poder y el impajaritable egoísmo con sus diversas formas de individualismo,
entre otros elementos, suscitan adhesión o críticas.
Los cuestionamientos,
incluso los denuestos a su vez, pueden hacerse dentro del sistema político y
eso sería lo regular, pero también originan una fuerza centrifuga que a su vez
generará una suerte de paralelismo como tendencia y dentro del consecuente,
aparecerán corrientes tales como, la antipolítica y se habla también de la
contrademocracia.
Cuando la política no
ofrece oportunidad de participación trascendente o no resuelve, porque no
articula respuestas a las demandas, o desconoce los espacios, reduciendo o
despojando de significación aspectos caros al provecho de la comunidad o a
sectores dentro de ella, excluyendo o segregando y peor aún, prescindiendo de
la deliberación o, tergiversándola, entonces, sobreviene un giro anómico y en
el mismo obra el germen de supresión de la confianza y la credibilidad.
La corrupción está en
ese teatro presente a menudo y desempeña un rol de paulatina intoxicación,
irritación y dislocación para constituirse en un antivalor que, además,
enrarece moralmente el contexto ciudadano y solivianta su espíritu hasta
separarlo o desconectarlo comunicacional y deontológicamente.
Ese proceso puede, no
obstante, advertirse y atenderse. En ocasiones hemos visto que el liderazgo
corrige el rumbo y así, responde a las demandas y las correas de transmisión
entre destinatarios y depositarios del poder llevan las inconformidades como
insumos que se metabolizan y legitiman, promueven las enmiendas, revisiones, y
reformas racionales y hasta sentimentales para el cuerpo civil y político.
No debe confundirse la
disensión, insisto, la crítica, el desacuerdo, reacciones y actitudes que
pueden llegar a ser estridentes y eventualmente acompañarse de recios forcejeos
con la antipolítica. Los indignados españoles o los chalecos amarillo franceses
estuvieron a medio paso entre una u otra situación, pero no son iguales a los
recientes grupos tales como esa suerte de ideología LGBT o el Black Lives
Matter por invitar entre muchos posibles a esos dos movimientos tan
ruidosos que, a mi juicio, uno es antipolítico pero el otro no lo sería o no de
la misma manera pero tomaría mucha tinta discurrirlo ahora y no lo aconseja un
artículo de prensa ya cuasi concluso.
La antipolítica como
política, vale decir, como medidas, operaciones, procederes, racionalizaciones,
elaboraciones tiene otra interpretación u otra esencia y por eso no es la
apolítica que consiste en la automarginación consciente o inconsciente del homo
que niega o discute o minimiza su condición gregaria y su ciudadanía. El idiota
griego es acá paradigmático.
Pudo comenzarse la
antipolítica como los polacos, húngaros y checos lo indicaron, llamando así, a
la creación de un mecanismo de acción y concertación comunitaria para responder
a una estructuración despolitizante por mediatizada como la que imponían los
soviéticos y los partidos comunistas de Europa del este con un diálogo
monológico del partido oficialista. El concepto evolucionó en otra dirección.
La antipolítica hoy la
emprende contra la política como pluralidad funcional y la hace blanco
nihilista y rabioso de su anomia, desapego, amargura, frustración, recelo,
aprensión y así las cosas, hará una irresoluta e itinerante aporía de su
naturaleza e impregnará de convicción toda sospecha y derivará en definitiva
antinomia.
El ciudadano
antipolítico ya juzgó y ya decidió que no hacer ni creer ni proponer nada es la
mitad de su consigna, pero dinamitará en su legitimidad, en su legalidad,
cualquier idea, programa, elaboración del Estado o dentro del mismo, de
individualidades y partidos y en suma, hará de francotirador escéptico y a
ratos cínico.
Lo que sería la sana
política es el sistema y allí estriba la diferencia entre los segmentos
opositores o disidentes y aquellos que llamamos antipolíticos que a menudo
pesan en la formación de la opinión ciudadana, más de lo que imaginamos.
21-08-20
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