Por Simón García
El largo periodo de
instauración de la autocracia no cesa. Un sector de oposición llama a pactos
unitarios que se quedan en la misma acera y con menos integrantes. El gobierno
agrava los sufrimientos de la gente, pisa con más fuerza los botones del miedo
y la represión y su perpetuación se revela como amenaza para sus propios
fieles.
No necesita legitimidad para
imponerse contra la sociedad porque cuenta con el aparato del Estado, la
internacional autoritaria y el más decisivo de todos los consentimientos, el de
las armas. Hasta ahora le ha bastado, pero puede que le resulte insuficiente y
pase de las fisuras a las grietas.
Un volátil combustible del
cambio, la rabia contra quienes siegan la vida misma de la gente, no ha sido
traducido por fuerzas opositoras fragmentadas opositoras en una alternativa.
Hay que ir más allá de las fantasías que depositan las opciones de cambio en el
exterior y en la violencia. Los hechos indican que la conciencia de cambio no
surge automáticamente de la miseria material.
El estudio de las
experiencias de otros países, como el realizado por Magdaleno, arroja pautas,
no dogmas. No pensamos en polaco ni las características de la sudáfrica de
Mandela es similar a la nuestra. Geografía, cultura, historia y biografías nos
exigen desentrañar una mayor comprensión de Venezuela, de la naturaleza del
poder que se nos impone y de una estrategia al servicio de la solución de los
problemas de la gente. Es urgente configurar una transición a la venezolana.
Un gran acuerdo entre
oposición y gobierno debe comenzar por pequeños compromisos, como el de un plan
nacional para doblegar la pandemia, que permitan demostrar a las partes que no
juegan a ganar tiempo para el fortalecimiento particular.
Sin la apertura a un nuevo
acuerdo nacional, a mediano plazo, que salve a Venezuela de la destrucción no
hay futuro democrático ni victoria sobre la repartición incesante de pobreza
que impone el modelo estatista autoritario. La factibilidad de ese acuerdo
requiere la participación de Maduro y de fuerzas de la sociedad civil y
política capaces de negociar con el gobierno con autonomía y dándole otro
propósito al indispensable apoyo internacional.
La oposición puede unirse y
acumular fortalezas sólo si despliega hoy un enorme esfuerzo para rectificar
una estrategia insurreccional aplicada, fracaso tras fracaso, desde el 2002. No
para cambiar dirigentes sino políticas. No para abrir fuego contra el G4 o la
mesita sino para que se consolide un nuevo referente político que trascienda
estas alanzas y afirme rasgos señalados por Fedecámaras y la Conferencia
Episcopal.
Hay un país que quiere
unirse para salvarse a sí mismo. Los extremismos inorgánicos, desde un poder
tóxico o una oposición inútil, no trabajan en esa dirección.
Repito algunas verdades a la
vista: 1) Abstenerse es un error fatal y votar, sólo para defender una
presencia en la AN, no basta. 2) Una alternativa exige construirla como un
hecho dominantemente soberano y nacional. 3) La oposición de las fantasías, con
gobierno dual y en el exilio se agotó. 4) Las bases de sustentación del régimen
se debilitan 5) No se puede abordar el rescate de la democracia, exclusivamente
como un detonante para fracturar instituciones. 6) La pelea entre dirigentes
esta fuera de orden. 7) El conflicto de poder puede resolverse pacíficamente,
ofreciendo soluciones y abriendo nuevos caminos a la sociedad y a la gente, sea
seguidora del gobierno o de la oposición. 8) Lo electoral es un medio de lucha
no la única lucha.9) La oposición debe poner fin a su fase autoritaria,
violenta y personalista para ser expresión del país con motivos para cambiar.
En vez de ir hacia la
democracia nos empujamos hacia el despeñadero de una transición al
totalitarismo. ¿Estamos a tiempo de proponerle una ruta distinta al país? Decir
que no obliga a soplar la luz que apenas comienza a titilar en el túnel y
actuar para obtener otros resultados.
30-08-20
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico