Ovidio Pérez Morales 19 de agosto de 2020
@OvidioPerezM
Ante
las proyectadas elecciones parlamentarias, un conjunto de organizaciones
políticas ha planteado como respuesta: no concurrir. La abstención, desde el
punto lógico, es una posición negativa de parte de quien la sustenta, la cual,
para serle productiva, ha de ir acompañada de acciones que, de algún modo,
procuren lograr el fin que se busca con el abstenerse. Es decir, que un sí debe
ir junto al no.
Pienso
que la ausencia de un sí consistente, en el caso de las votaciones (no elecciones)
parlamentarias de diciembre, motivó el Comunicado de la Presidencia de la
Conferencia Episcopal Venezolana del pasado 11 de agosto; de allí su
insistencia en el “no basta” con la abstención y la crítica a quienes se
instalaban en una actitud negativa, sin proponer alternativas serias y
factibles. No pocos habíamos venido insistiendo en la urgencia de plantear, por
parte de la Asamblea Nacional, entre otros, de proposiciones operativas para
realizar el cambio del régimen y del administrador de Miraflores. Opino que un
efecto positivo del referido Comunicado ha sido el de estimular a círculos
políticos a proponer el “sí” que faltaba.
El
Consejo Superior de la Democracia Cristiana acaba de publicar un Comunicado
(No.8. agosto 2020) titulado ¡La consulta popular y la Conferencia Episcopal!
Es un documento de suma actualidad y utilidad para el pueblo soberano de este
país, a fin de que en este momento asuma el ejercicio de la soberanía que la ha
sido usurpada por el gobierno, como lo reclamaron ya los obispos, de modo bien
claro, en su exhortación de 12 de enero de 2018.
El
Consejo Superior democristiano es coherente con el título que asigna su
declaración y, en este sentido, cita pasajes muy al grano de documentos del
Episcopado venezolano, aprobados por su organismo máximo que es la Asamblea
Plenaria, congregada este mismo año en los meses de enero y julio. Por cierto
que en enero los obispos mencionaron los artículos 70 y 71 de la Constitución
Nacional, como posibilitantes del cambio presidencial.
No
es el momento aquí de hacer un inventario de los desastres ocasionados por el
Régimen desde finales del siglo pasado (¡!) Pero estimo oportuno recoger una
expresión que utilizó el Episcopado en pleno, hace poco más de un mes, para
calificar la presente realidad nacional: “Vivimos inmersos en un caos
generalizado presente en todos los niveles de la vida social y personal”
(Exhortación pastoral Dios está contigo, no te dejará ni te abandonará, Dt.
31,6). Caos significa radical confusión, desastre total. Desde el punto de
vista constitucional, jurídico, hay una maraña de ilegitimidades y en lo que
respecta a lo económico, político y ético-cultural, uno se pregunta si el país
puede hundirse todavía más.
El
Consejo Superior lanza el guante a los
directivos de la Asamblea Nacional, para que convoquen ya al pueblo soberano
(CRBV 70-71) a fin de que éste decida sobre el cese del Presidente de facto de
la República, de la ilegítima Asamblea Nacional Constituyente y la constitución
-por parte de aquella Asamblea-, de un Gobierno de Emergencia Nacional, que
atienda a la crisis humanitaria y convoque, en un plazo de doce meses,
verdaderas elecciones presidenciales y
parlamentarias, “en sintonía con lo planteado por la comunidad internacional”.
¿Se
quiere una salida del “caos generalizado”, pacífica, democrática, civilizada?
¿Se quiere que sea el soberano mismo y no intermediarios -oficiales o no,
partidistas o no- quien decida la suerte de la nación, el destino de este
descalabrado país llamado Venezuela? ¡La referida propuesta democristiana
ofrece el camino!
Más
de una vez me ha venido a la mente la imagen de un tsunami al dibujarme la
situación del país y el futuro que enfrenta. Y la traigo aquí porque la amenaza
que se nos plantea este fin de año es de dimensiones catastróficas, frente a lo
cual suena suicida, ridículo, cruel, todo aquello que distraiga del peligro en
puertas, fragmente esfuerzos para encararlo unidos, exija “purismos” que
impidan respuestas realistas, dificultando o impidiendo así una solución que
vaya al corazón del problema. Venezuela no tiene porvenir digno sin cambio de
régimen. Lograrlo es un deber humano, creyente, cristiano. “Despierta y
reacciona, es el momento”.
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