Trino Márquez 19 de agosto de 2020
@trinomarquezc
La
política y las medidas de Nicolás Maduro frente a la pandemia desatada por la
Covid-19 han sido erráticas, parciales e insuficientes. Un retrato hablado de
la incompetencia característica del grupo enquistado en el poder desde hace más
de veinte años.
Son
erráticas porque no mantiene una línea continua de acción. El régimen cambia de
la flexibilización a la cuarentena radical, y de esta a aquella, sin que el
país conozca las razones sanitarias o racionales que sustentan esos giros
caprichosos. Se autoriza que algunos rubros de la economía abran sus puertas,
mientras otros muy parecidos permanecen cerrados. Unos son ‘prioritarios’ en
tanto los de al lado son ‘secundarios’ o ‘superfluos’. Se les permite trabajar
a las caucheras, pero no a las ferreterías o a las licorerías. Pareciera que
los empresarios de los ramos marginados no tuvieran que pagar nómina, cancelar
los impuestos municipales y servicios como la luz o la vigilancia privada. Da
la impresión de que para el gobierno los ciudadanos que laboran en los sectores
segregados no tienen derecho a comer, comprar medicinas y mantener sus hogares.
Nadie sabe a ciencia cierta cuáles son los criterios a partir de los cuales se
discriminan unas ramas que, para funcionar, no necesitan concentrar grandes
aglomeraciones. Como de costumbre, impera el caos o, en el mejor de los casos,
el azar. Si un segmento de la economía tuvo la suerte de ser elegido para que
operara, estupendo; de lo contrario, que se hunda. Por supuesto, los
gobernadores opositores no existen.
Son
parciales porque han atacado el problema de la pandemia solo desde la
perspectiva hospitalaria, y no de forma integral, como la globalidad del
problema existente lo amerita. Es más, desde esa óptica tampoco ha habido una
política acertada. La última gracia de Nicolás Maduro fue traerse a una unidad
de médicos cubanos para ‘reforzar’ el combate a la propagación y curación del
virus. El grupo más afectado, en términos relativos, por la transmisión del
organismo patógeno ha sido el personal de la salud. Con los médicos y el equipo
auxiliar se ha cebado el microorganismo. Más de 30% del total de fallecidos
corresponde a este segmento. En el resto de América Latina, el porcentaje no
llega a 3%. Los médicos venezolanos y las enfermeras y enfermeros merecen un
reconocimiento especial. Maduro no piensa lo mismo. Continúa despreciando a los
galenos nativos y mantiene una animosidad enfermiza con las enfermeras. A la
Federación Médica Venezolana y a la Federación de Colegios de Enfermeras las
convirtió en enemigas. Prefiere recibir y condecorar a sus idolatrados
matasanos isleños, embajadores de la dictadura más longeva de América Latina,
que llegar a un acuerdo con los profesionales de la salud criollos, para
dotarlos de los recursos necesarios que les permitan enfrentar la Covid-19 en
las mejores condiciones posibles y aprovechar al máximo la ayuda humanitaria
que el país recibe.
Es
insuficiente porque el auxilio financiero que el Gobierno les entrega a los
venezolanos no alcanza para cubrir ninguna de las necesidades básicas. La
Covid-19 ha hecho patente el saqueo al que ha sido sometida la nación durante
dos décadas. Los venezolanos nos encontramos frente a un Estado quebrado porque
fue asaltado. Porque fue destruida la industria petrolera, la Corporación
Venezolana de Guayana, las empresas estatizadas, hoy una onerosa carga para el
país. El sector público fue ranchificado y el privado estrangulado, hasta
colocarlo al borde de la ruina total. A pesar de la inmensa fortuna que ingresó
a Venezuela entre 2004 y 2013, nos encontramos con el nivel de reservas
internacionales más bajo de la historia nacional. El bolívar se volatilizó. La
hiperinflación pulverizó los ingresos de los venezolanos, sin que el gobierno
pueda amortiguar el impacto de esa erosión causada por sus delirantes políticas
estatizadoras. El ciudadano, arrinconado por la pandemia, tiene frente a sí un
Estado macrocefálico que sirve para amenazar a los periodistas que se atreven a
informar sobre la realidad de los hospitales y centros de salud, y a los pobres
que protestan porque pasan semanas sin recibir agua, bombonas de gas y
electricidad; pero que es incapaz de resolver ninguna de las graves carencias
que acoquinan a la mayoría de la nación. Hoy la pobreza es mucho más erosiva
que cuando comenzó la pandemia. El Covid-19 se implantó en un país con un
Estado fallido. Por ese motivo causa mayores estragos económicos y sociales que
en el resto del continente.
La
Covid-19 se extenderá, al menos, hasta finales de 2020. Tenemos que aprender a
convivir con ella hasta que la ciencia inventé una vacuna confiable. Mientras
tanto, hay que sobrevivir dentro de una nueva ‘normalidad’. Esto incluye a la
actividad económica: las industrias, el comercio, la agricultura, la banca, los
servicios de distintos géneros. Ya se sabe bastante cerca de las medidas de
bioseguridad que deben adoptarse para evitar el contagio. La estrategia global
para enfrentar el corona virus, sin seguir arruinando a la sociedad y
empobreciendo a los ciudadanos, tendría que incluir la progresiva recuperación
de la normalidad dentro de las nuevas condiciones impuestas por ese evento
inesperado y mortífero que es la Covid-19. Pero, el diseño y aplicación de esa
estrategia, que debe incluir a todos sectores nacionales, le queda demasiado
grande al régimen de Maduro, acostumbrado a ver el mundo desde su minúscula
parcela.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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