Por Hugo Prieto
Un modelo con dos ejes.
El primero apunta a crear riqueza con nuevas tecnologías y el segundo a superar
la pobreza y la desigualdad. Ésa es la propuesta de Carlota Pérez* para que
América Latina se inserte con éxito en los centros de poder mundial. Suena
atractivo y a la vez desafiante. Hay experiencias locales y desarrollo de
nuevos productos, basados en innovaciones que prefiguran el camino a seguir.
Hay pistas y, por tanto, probabilidades de éxito.
Aclaro, de entrada, que
esto no es tarea para gobiernos populistas y autoritarios que redistribuyen sin
producir riqueza. Por ahí Venezuela se convirtió en el país más pobre del
vecindario. Vaya proeza la de estos 20 años. Otra cosa: no nos vamos a levantar
de la silla de ruedas en la que estamos postrados para competir en los 100
metros planos. Eso no existe. Lo que tenemos por delante es una empinada cuesta
que va a exigir un gigantesco esfuerzo. Y no será nada fácil.
Las investigaciones de
Carlota Pérez han tenido gran receptividad en los centros de pensamiento y en
publicaciones especializadas. La revista Forbes la incluye entre las cinco
economistas que “están redefiniéndolo todo”, y la revista Prospect entre “los
50 máximos pensadores del mundo en la época del covid-19”. A ver si ponemos
atención a lo que dice.
Ahora, que llegaron las
complejidades, que las soluciones no son fáciles, parece que el campeón de la
globalización y del capitalismo liberal (Estados Unidos) está sintiendo que el
viento ya no sopla a su favor, o sopla con menos intensidad. ¿Realmente China
está en capacidad de disputarle el liderazgo a Estados Unidos? De ser así,
¿cuál es el futuro de la globalización?
No es fácil hacer
predicciones. Estamos viviendo tiempos de grandes cambios y la pandemia ha
puesto al descubierto muchos de los males ocultos dentro de cada país (como las
consecuencias de la austeridad sobre los servicios de salud o las del trabajo a
destajo) y también los problemas de la forma en que devino la globalización,
sin visión estratégica, a espaldas de la gente y basada solo en bajar costos.
Yo no creo en la ‘desglobalización’. La internet y las tecnologías de la
información la hacen inevitable. Las fronteras son invisibles para lo
intangible y el mundo, precisamente, va hacia un incremento de los servicios
intangibles. La cuestión es: ¿qué forma le daremos a la economía que pueda
surgir de un proceso de globalización más inclusivo y más consciente de los
costos ambientales? No descarto que se ejerza la protección en uno que otro
caso específico, pero no volveremos al mundo de las barreras arancelarias como
práctica común. Y claro, la dinámica que tomen las relaciones entre Estados
Unidos y China jugará un papel crucial en definir el futuro. China puede
sobrepasar a Estados Unidos, en cuanto al simple tamaño de la economía, pero no
tecnológicamente, a pesar de su inversión masiva en inteligencia artificial y
tecnologías verdes. No en el corto plazo. Todo depende de si Estados Unidos
sigue comportándose como un país subdesarrollado, buscando protección, o si
redefine su política reconociéndose como un país líder, invirtiendo fuertemente
en innovación y fortaleciendo su capital humano. Tratando de revivir la minería
del carbón u otras industrias del pasado no protegerá su liderazgo.
Pese a las dudas, a las
interrogantes, a los vaivenes en general, la globalización llegó para quedarse.
¿Podría señalar algunas amenazas, pero también algunas oportunidades que se
presentan para América Latina?
Pienso que la mejor
globalización posible es una que incorpore a todos los países a la producción y
el desarrollo con una distribución inteligente de las especializaciones. Ya
China -y Asia en general- tienen una ventaja enorme en bienes masivos de
consumo. Por el momento, ni África ni América Latina pueden competir en ese
campo y, menos aún se puede concebir que su producción regrese a los países
avanzados. Si lo hacen, será con robótica. Por eso creo que lo que más les conviene
a los países avanzados es el desarrollo del mundo en su conjunto, para crear
una enorme demanda de bienes de capital, tecnología, ingeniería e
infraestructura, diseñados o rediseñados para adecuarse a las condiciones
ambientales y de sustentabilidad. Eso crearía empleo en el Norte y reduciría
las presiones migratorias, mientras que favorecería a toda la población de los
países que se incorporen activamente al desarrollo. América Latina es uno de
los continentes que tendría mayor potencial en el nuevo contexto, especialmente
en las industrias de procesamiento, basadas en su dotación de recursos
naturales y en la experiencia ya adquirida en ellas (es decir, en
agroindustria, química, metalurgia, entre otras). Ésa es una de las herencias
positivas de la época de sustitución de importaciones. A medida que los
requisitos de la sustentabilidad orienten a los fabricantes hacia materiales
cada vez más adecuados a cada uso específico, los mercados se dividirán en más
y más segmentos, su valor aumentará y los que logren cumplir con los requisitos
serán los ganadores. Pero habrá que poner un serio empeño en lograr ese
posicionamiento, cada país intensificando sus conocimientos en las áreas de su
experticia y acercándose a los mercados potenciales más exigentes.
Al día de hoy, ¿América
Latina es más pobre? ¿Es más desigual? ¿O quizás ambas cosas?
Bueno, ¿más pobre y más
desigual que cuándo? Hemos tenido altibajos pero nunca hemos logrado quitarnos
de encima el ser el continente más desigual del mundo. Dimos un significativo
salto adelante cuando se presentó la oportunidad de la sustitución de
importaciones. Aunque las actividades de ensamblaje (con excepciones) no eran
una industrialización seria, nos permitieron formar una amplia capa obrera
(incorporando a mucha gente del campo), formar una capa media gerencial, capaz
de manejar industria, comercio y finanzas, desarrollar la agricultura y la
agroindustria y aprender a manejar nuestros recursos naturales con ingenieros y
gerentes (a menudo educados en el exterior). También mejoramos todos los
servicios, desde transporte y comunicaciones hasta agua y electricidad. Todo
eso sirve como base para emprender el desarrollo aprovechando otras
oportunidades. Sólo creando riqueza se puede reducir la pobreza. Uno no puede
reducir la desigualdad redistribuyendo solamente. Basta ver el trágico caso de
Venezuela, donde hubo, en los últimos años, ‘redistribución’, sin producir nada
(robando mucho) y destruyendo las bases técnicas y de recursos humanos
existentes. Nos convertimos en el país más pobre de América
Latina.
Has planteado un modelo
en dos vías para que América Latina encuentre su lugar en el mundo. Suena muy
sugerente, pero también desafiante. ¿Podría enunciar los principales atributos
de ese modelo y cómo podría funcionar?
Lo que yo propongo es
una estrategia dual que, por un lado, aproveche masivamente la base en recursos
naturales de la región para impulsar una industria de procesos y, por la otra,
una economía local que aproveche y potencie las singularidades de cada
localidad. Ello implica reconocer que ya en China -y en Asia en general- se
produce lo esencial de las industrias de fabricación y ensamblaje y que tienen
una densidad poblacional muchas veces mayor que la nuestra. Por esas dos
razones van a necesitar enormes cantidades de materiales y alimentos. Nosotros
tenemos una gran dotación de recursos naturales, tanto agrícolas como
forestales, marítimos, energéticos y mineros. Si aprovechamos las tecnologías
de la información, más la biotecnología y la nanotecnología, podemos
convertirnos en los proveedores de todas las variantes especializadas de
materiales y alimentos que los actuales mercados globales hipersegmentados
requieren. De hecho, incluso la agricultura orgánica es hoy en día un producto
de alto precio. La meta sería cambiar el perfil exportador de la región,
moviéndose gradualmente hacia la especialización, agregando tecnología y
disminuyendo el peso de las materias primas brutas. Pero las industrias de
procesos usan relativamente poco personal y éste tiende a ser muy técnico. Por
eso, la otra mitad de esta estrategia dual se orienta a encontrar la vocación
productiva de cada rincón del territorio y generar riqueza directamente en el
campo y en la ciudad, aprovechando los sistemas de transporte y comercialización
apoyados en la internet. Eso puede ir desde desarrollar tecnologías que
permitan rescatar el verdadero sabor de nuestras frutas para exportación
-«frutas gourmet»- hasta el turismo de naturaleza, pasando por múltiples
opciones, identificadas o promovidas según las condiciones de cada localidad.
Eso requerirá financiamiento, educación, acceso universal a internet y apoyo
técnico. Y esto no es posible sin una institucionalidad, también dual,
destinada a elevar la calidad de vida de la población, por un lado, y apoyar a
lo que llamo «sectores remolque» en las negociaciones, en la formación del
capital humano, la investigación científico-tecnológica, las patentes y demás
condiciones para participar con éxito en la economía global.
Sus investigaciones (nuevas
tecnologías en países con dotación de materias primas) sugieren que América
Latina puede aprovechar oportunidades. Sin embargo, el continente parece
arrastrado a una conflictividad política inusitada, con regímenes que no son
proclives a la adaptación institucional, a los consensos y a la innovación.
¿Una vez más América Latina va a perder el tren?
La verdad es que cuando
el tren de la madurez de las industrias de producción en masa y su búsqueda de
mercados pasó ante nosotros, fuimos los primeros en aprovecharlo. Y a pesar de
quienes quieran negarlo, tuvimos mucho éxito. El siguiente tren fue el de la
promoción de exportaciones competitivas, cuando se empezó a difundir la
informática. Ése lo perdimos y lo aprovecharon los cuatro tigres asiáticos. Desde
la «década perdida» en adelante, nuestra desigualdad aumentó desmesuradamente y
tuvo un efecto político: nos llevó al populismo en muchos países. El tren que
viene ahora es el de incorporarnos a las redes y mercados ultrasegmentados que
caracterizarán el despliegue sustentable de la economía postpandemia. La
destrucción que el covid-19 está causando puede equipararse a la de una guerra.
La reconstrucción, al igual que en esos casos, no implica regresar a lo que
había sino dar un salto adelante. Todos los países tendrán que decidir hacia
dónde van a direccionar sus economías. Es probable -y sería deseable- que la
sustentabilidad ambiental sea una de las metas y la sustentabilidad social la
otra. Pienso que, en América Latina, la izquierda se suicidó apoyando al
chavismo y suponiendo que la redistribución era la solución; la derecha se
suicidó enamorándose del libre mercado y creyendo que su enriquecimiento era
perdurable, aunque la pobreza aumentara. No sé si somos capaces de construir un
centro político, socialdemócrata, que sepa aprovechar la oportunidad que se
avecina. Espero que sí.
¿Qué experiencias
exitosas en América Latina -dentro de lo que podría aproximarse al modelo que
plantea- podría mencionar? ¿Qué las caracteriza? ¿Cuáles son sus rasgos distintivos?
La mayoría de los casos
que conozco son locales y no necesariamente promovidos por los gobiernos
nacionales. Tecnológicamente, está, por ejemplo, el caso de los brasileños que
lograron que la madera del eucalipto funcionara como caoba en dureza y
apariencia y que otra variedad fuera el material óptimo para hacer papel y aún
otra fuera resistente a los hongos y resembrable por clonaje. En cada uno ha
tenido éxito exportador, además de impactar positivamente al medio ambiente. En
dimensiones mucho más modestas está el caso de una miel orgánica en Argentina
producida por una pequeña empresa (con 18 socios/empleados) que maneja una
cooperativa de 600 pequeños productores y exporta a Europa. Casos de mayor
envergadura, y ya de tradición, son las exportaciones de flores de Colombia y
de frutas de Chile. Y en cuanto a la sustentabilidad social, está el caso de la
ciudad de Medellín, después de la derrota y muerte del zar de las drogas, Pablo
Escobar. Montaron bibliotecas en los barrios de los cerros y redes de
transporte para bajar a la ciudad. Cambiaron radicalmente las posibilidades de
los habitantes de esas barriadas, al mismo tiempo que creaban programas de
promoción de la innovación y la inversión para aumentar la prosperidad de todo
Medellín.
Hablar de fuga de
cerebros parece cosa del pasado. Es decir, las TIC sencillamente hicieron
irrelevante la localización del personal medio y altamente especializado. ¿En
qué proyectos innovadores y bajo qué condiciones se pueden ensayar experiencias
exitosas?
Ambos lados del modelo
dual abren posibilidades de innovación y éxito productivo. Y no nos podemos
hacer ilusiones sobre lo de la fuga de cerebros; ese proceso todavía trae
graves consecuencias para el avance de los países. Aunque es cierto que desde
Latinoamérica se podría trabajar en línea para empresas en cualquier parte del
mundo, es menos probable que nuestras empresas puedan aprovechar a
especialistas ubicados en el extranjero, al menos no de manera masiva. Es muy
importante detener la fuga de cerebros y para ello, entre otras cosas, será
necesario montar proyectos ambiciosos, públicos y privados, para atraer y
retener talento en nuestros países. Incluso los que se gradúan en el extranjero
tratan de quedarse por falta de oportunidades en casa. Eso lo tenemos que
superar.
Todos los proyectos
arriba enumerados requieren tiempo, persistencia y esfuerzo. Es decir, no son
para el cortísimo plazo. Esta verdad, del tamaño de una catedral -valga el
lugar común-, no quiere ser expuesta bajo ningún respecto. ¿Cuál debería ser el
papel del liderazgo en este punto?
Una de las condiciones
de éxito en estos tiempos, cuando la innovación es crucial, es generar un
consenso social amplio en cuanto a las direcciones que tomará el desarrollo.
Cada país tiene características distintas y lo importante es identificar las
oportunidades presentes junto con las ventajas y capacidades específicas con
las que cuenta para poder aprovecharlas. No es lo mismo un inmenso Brasil, que
se podría decir que está formado por muchos países y que tendría que
seleccionar muchas especialidades, que un país pequeño y ya relativamente
especializado como Uruguay. Mi punto es que la construcción del consenso
público-privado a la escala adecuada y con todos los participantes relevantes
-desde los científicos y tecnólogos hasta los trabajadores- es, probablemente,
una condición indispensable para alcanzar el éxito.
¿Cuáles serían los
aspectos más negativos que le podríamos asignar a los regímenes populistas,
digamos, en la construcción del modelo que planteas?
El populismo es una
quimera. Es la promesa del cielo y el logro del infierno. Es la política del
resentimiento de los incapaces. Su carácter mesiánico atrae a las víctimas del
sistema. Su aparición es el típico resultado del período de «destrucción creadora»
de cada revolución tecnológica. Después de los locos años veinte, vinieron
Hitler y Stalin, el extremismo de derecha y el de izquierda. Ésas fueron las
formas que tomó el populismo de la época. Ahora los populistas en el mundo
entero están cosechando los resentimientos de la intensa desigualdad generada
por la forma que asumió la globalización y la instalación de la
informática.
El populismo, tarde o
temprano, termina construyendo un modelo autoritario. Lo estamos viendo o,
mejor dicho, lo estamos padeciendo.
Absolutamente. Aparte
de que el carácter de los líderes populistas es algo paranoico (y más resentido
que sus seguidores) y la única manera de mantenerse en el poder, en la medida
que el fracaso se vuelve evidente, es la fuerza y la represión. El modelo que
yo planteo es lo opuesto. Está basado en el consenso democrático, en un juego
de suma positiva entre los negocios y la sociedad, orquestado por un gobierno
legítimo. Ese modelo no se podría montar con un gobierno populista y
autoritario que, además, tiende naturalmente a la corrupción.
¿Qué podría decir de
Venezuela? ¿Cuáles serían sus oportunidades, si las tiene? Se ha dicho una y
mil veces: «Un cambio para vivir mejor». Pero ésa es una frase hueca. Porque el
cambio no será nada fácil. ¿Llegado el caso, está dispuesta a sugerir algunas
ideas? ¿Por dónde empezar? ¿Qué cosas tendrían que hacerse
simultáneamente?
Es obvio que lo primero
que habría que hacer es restaurar los servicios básicos de agua, electricidad,
transporte y seguridad en todas sus vertientes. Habría que poner un enorme
esfuerzo en revivir la agricultura y ver qué se puede aún salvar de la
industria. Hay que buscar el modo de superar el hambre y restaurar los
servicios de salud. ¿Cómo podríamos financiar todo eso? Estoy segura que
contaremos con el apoyo de los organismos internacionales, pero tenemos que
rápidamente generar fuentes de divisas. Eso va a requerir un espíritu
emprendedor y un ambiente favorable a la inversión audaz. Habrá que escuchar lo
que dicen los especialistas sobre cómo enfrentar la destrucción de la industria
petrolera. Dados los problemas ambientales, supongo que la reducción mundial
del uso de combustibles fósiles comenzará por el carbón y luego irá eliminando
los petróleos más pesados o de más difícil extracción, hasta llegar a los más
livianos y al gas. Eso nos plantea un enorme problema. No sé si tendremos
tiempo o si podamos atraer las inversiones necesarias para revivir la industria
petrolera por unos años. Quizás habría que concentrarse en el gas y la
refinación, pero la estrategia a seguir dependerá de las oportunidades de
mercado que queden abiertas para el momento en que el cambio se produzca.
Mejor nos olvidamos de
las soluciones instantáneas. Mejor dejamos de soñar con pajaritos
preñados.
Así es. Pasar de estar
en una silla de ruedas a correr va a ser difícil. Pero si recuperamos las
piernas podemos intentarlo con el esfuerzo de todos. Una cosa que me parece
importante es que los empresarios han comprendido que el bienestar social es la
base que permite su éxito económico. Sé de varios que reconocen que la
creciente desigualdad en los años de Caldera II cultivó el terreno para el
chavismo. Y en cuanto a la diáspora, somos muchos los que estamos dispuestos a
colaborar para poner al país a correr, apoyando a los que reconstruirán el país
desde adentro. Y estoy segura de que, llegado el fin del desastre actual,
identificaremos las oportunidades, lograremos un rumbo de consenso y tendremos
éxito.
*Investigadora
interdisciplinaria venezolano-británica dedicada al estudio del impacto
socioeconómico de los grandes cambios tecnológicos. Autora del influyente
libro Revoluciones Tecnológicas y Capital Financiero. Actualmente es
Profesora Honorífica en el Instituto para la Innovación y el Propósito Público (IIPP-UCL)
al igual que en SPRU, Universidad de Sussex, ambos en el Reino Unido. Es
también Profesora Visitante en el Instituto Nurkse de TalTech de Estonia. Ha
trabajado globalmente como consultora y conferencista. Su actual proyecto de
investigación analiza el papel desempeñado históricamente por los gobiernos en
moldear el contexto para la innovación.
16-08-20
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