Ismael Pérez Vigil 13 de diciembre de 2020
La mejor imagen de lo ocurrido el pasado domingo 6 de
diciembre, que tuvieron lugar las elecciones parlamentarias, es una caricatura
de Edo, publicada en El Nacional digital el lunes 7, en el que aparece una urna
electoral de color rojo y cuatro gatos, igualmente rojos, haciendo fila y el
primero de ellos a punto de depositar su voto, por supuesto rojo, en la urna.
No cabe duda que el régimen logro lo que esperaba, con
un espurio porcentaje de votos, que apenas supera el 15% del Registro
Electoral, el partido de gobierno obtuvo 253 diputados, hasta el momento,
faltando tres por adjudicar. Con eso se asegura la mayoría calificada que
esperaba obtener –no hay sorpresas– que le permitirá aprobar los contratos que
sus socios y cómplices internacionales necesitan, endeudar al país, vender
activos de la República, aprobar cuantas leyes sean necesarias y hacer todas
las tropelías que se les ocurran. Pero a pesar del logro de ese objetivo, la
mejor palabra que describe lo ocurrido el domingo 6 de diciembre es: ¡Fracaso!
A pesar de todas las artimañas desplegadas, del abuso
en el uso de los recursos del estado para comprar votos, de los chantajes y
amenazas a la población –con dejar morir de hambre a quienes no votaran–, de
los intentos desesperados a última hora para acarrear votantes a los vacíos
centros de votación, que permanecieron ilegalmente abiertos por algunas horas
más, nada funcionó, los electores no acudimos a votar.
El porcentaje de abstención, cercano al 76% –de
acuerdo con cifras de los observadores electorales, que son desde luego más
creíbles que las del CNE– es el más alto que se haya obtenido en cualquier
proceso electoral efectuado en Venezuela desde 1958. Más alto incluso que el
porcentaje de abstención de la irrita elección presidencial de 2018, que según
el CNE fue del 53%; o el de los referendos constitucionales de 1999, cuando se
decidió acudir a un proceso constituyente, que fue del 62%; o cuando se votó
por la Constitución Bolivariana, que fue del 54%. Más alto también que el
porcentaje de abstención del 30 de julio de 2017, cuando se eligió la
inconstitucional Asamblea Nacional Constituyente (ANC), hoy execrada al olvido,
que fue también del 54%.
No viene al caso reabrir la discusión acerca de lo
acertada de la decisión opositora de abstenerse de participar en este proceso,
lo cierto es que solamente acudieron a las urnas el 24% de los inscritos en el
registro. Cuantos de esos que no acudimos fue por indiferencia o por seguir la
línea política de la oposición democrática que llamó a no votar, no lo sabemos
a ciencia cierta. Ese es precisamente el problema de la abstención. Podríamos
especular diciendo que si el promedio de abstención histórico es del 35%
–sacando algunas distorsiones, como la elección de la ANC y la elección
presidencial de mayo de 2018– la abstención habría aumentado desde ese
porcentaje del 35% al 76%, es decir 41 puntos, un incremento del 117%. ¿Son
esos 41 puntos la magnitud que refleja al contingente opositor? Ojalá, pero es
difícil confirmarlo o asegurarlo.
Lo cierto es que ya tenemos una cifra, más allá de las
encuestas que circulan, del 76% de los venezolanos que rechazan a este régimen
o que al menos no están dispuestos a movilizarse para algo tan simple como ir a
depositar un voto para apoyarlo.
Ahora además de la discusión acerca del significado de
esa cifra, hay también una discusión intensa acerca de sí debe tomarse en
cuenta o no a los inscritos en el registro que están en el exterior y que en
consecuencia no estaban habilitados para votar. No se sabe a ciencia cierta la
magnitud de ese número de votantes, que algunos estiman en una cifra cercana a
2,5 millones, de los aproximados 5 millones que están en el exterior, pero creo
que es una discusión que no tiene sentido.
Si aceptamos como buena esa cifra de 2,5 millones de
venezolanos, que están en el exterior y que estarían en posibilidad de votar,
porque son mayores de 18 años –aunque no necesariamente todos deben estar
inscritos en el Registro Electoral– y la excluimos del Registro, éste baja a
17,5 millones de electores; el porcentaje de abstención sigue siendo el mismo y
alta la cifra absoluta de los que no fuimos a votar. Pero además podemos asumir
sin ninguna duda que la mayoría de los que están en el exterior, que no están
vacacionando ni en viaje de negocios, se fueron del país buscando mejores
condiciones de vida que aquí se les negaron; como quiera que sea, su ausencia
del país es también un claro rechazo del régimen de oprobio venezolano que fue
masivamente desaprobado el pasado domingo.
Pero para tener un cuadro completo de la situación
política del país y del rechazo al régimen que nos mal gobierna, nos falta una
cifra, la de la participación en la consulta popular, que está concluyendo hoy,
12 de diciembre, con la actividad presencial en cientos de sitios en Venezuela
y en el mundo. Cuando la tengamos sabremos con mayor exactitud si el rechazo e
indiferencia que la población venezolana demostró el domingo 6 de diciembre es
solo al régimen y a los partidos “opositores” que le hicieron la comparsa, o es
también un rechazo general a los partidos, a la política y a la oposición
mayoritaria.
Esclarecer este punto será muy importante para
trazarnos la magnitud de la tarea de reconstrucción política que tenemos por
delante, porque ni modo pensar que nos vamos a quedar cruzados de brazos
mientras se destruye el país. No lo hemos hecho durante los últimos 21 años,
que hemos resistido y luchado contra el autoritarismo en precarias condiciones,
no lo vamos a comenzar a hacer ahora.
Ismael
Pérez Vigil
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