Francisco Fernández-Carvajal 04 de diciembre de 2020
@hablarcondios
— Jesucristo es el Buen Pastor prometido por los
Profetas. Nos conoce a cada uno por nuestro nombre.
— El Señor ha dejado en su Iglesia buenos pastores.
— Encontramos al Buen Pastor en la dirección
espiritual.
I. Si te
desvías a la derecha o a la izquierda, tus oídos oirán una palabra a la
espalda: «Éste es el camino, caminad por él»1.
Una de las gracias mayores que el Señor nos puede dar en esta vida es la de
tener claro el camino que nos conduce a Él y contar con una persona que nos
ayude a salir de nuestros desvíos y errores para retornar de nuevo al sendero
bueno.
En muchos momentos de su historia, el pueblo de Dios
se encontró sin rumbo y sin camino, en el desconcierto y abatimiento más
grandes, por falta de verdaderos guías. Así halla el Señor a su pueblo: como
ovejas sin pastor, según nos narra el Evangelio de la Misa de hoy2. Al
ver a las gentes se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas,
«como ovejas que no tienen pastor». Sus guías se habían comportado más como
lobos que como verdaderos pastores del rebaño.
En la larga espera del Antiguo Testamento, los
Profetas anunciaron, con siglos de antelación, la llegada del Buen Pastor, el
Mesías, que guiaría y cuidaría amorosamente su rebaño. Sería un pastor
único3, que buscaría a la oveja perdida y a la extraviada, vendaría a
la herida y curaría a la enferma4.
Con Él, las ovejas estarían seguras y, en su nombre, habría otros buenos
pastores con el encargo de cuidarlas y guiarlas: Les daré pastores que
de verdad las apacienten, y ya no habrán de temer más, ni angustiarse ni
afligirse5.
Yo soy el buen pastor6,
dice Jesús. Ha venido al mundo para congregar al rebaño de Dios7: Andabais,
nos dice San Pedro, como ovejas descarriadas, mas ahora os habéis
convertido al pastor y guardián de vuestras almas8;
viene el Buen Pastor para recoger a su rebaño de su extravío9,
para guiarlo10, para defenderlo11,
para alimentarlo12,
para juzgarlo13, para conducirlo por fin hasta las praderas
definitivas, junto a las aguas de la vida14.
Jesús es el Buen Pastor anunciado por los Profetas. En
Él se cumplen al pie de la letra todas las profecías. Él conoce y llama a cada
una de las ovejas por su nombre15.
¡Jesús nos conoce personalmente, nos llama, nos busca, nos cura! No nos
sentimos perdidos en medio de una humanidad inmensa y sin nombre. Somos únicos
para Él. Podemos decir con toda exactitud: Me amó y se entregó por mí16.
Él distingue mi voz entre otras muchas. Ningún cristiano tiene derecho a decir
que está solo. Jesucristo está con él, y si se ha perdido por los caminos del
mal, el Buen Pastor ha salido ya en su busca. Solo la mala voluntad de la oveja
puede hacer fracasar el desvelo del pastor; el no querer regresar al aprisco. Solo
eso.
II. Además del
título de Buen Pastor, Cristo se aplica a sí mismo la imagen de la puerta por
la que se entra al aprisco de las ovejas, que es la Iglesia. Ella «es un redil
cuya única y obligada puerta es Cristo. Es también una grey de la que el mismo
Dios se profetizó Pastor, y cuyas ovejas, aunque conducidas ciertamente por
pastores humanos, son, no obstante, guiadas y alimentadas continuamente por el
mismo Cristo, Buen Pastor y Príncipe de los pastores, que dio su vida por las
ovejas»17.
Jesús ha dispuesto que haya en su Iglesia buenos
pastores para que en su nombre guarden y guíen a sus ovejas18.
Por encima de todos y como Vicario suyo en la tierra estableció a Pedro y a sus
sucesores19, a quienes hemos de tener una especial veneración, amor y
obediencia. Junto al Papa y en comunión con él, a los obispos, como sucesores
de los Apóstoles.
Los sacerdotes son buenos pastores, especialmente en
la administración del sacramento de la Penitencia, donde nos curan de todas
nuestras heridas y enfermedades. «Recuerden –decía Juan Pablo II– que su
ministerio sacerdotal (...) está ordenado, de manera particular, a la gran
solicitud del Buen Pastor, que es la solicitud por la salvación de todo hombre
(...), que los hombres tengan vida, y la tengan en abundancia, para que
ninguno se pierda, sino que tengan la vida eterna»20.
Cada cristiano debe ser un buen pastor también de sus
hermanos, especialmente por medio de la corrección fraterna, del ejemplo y de
la oración. Pensemos con frecuencia que de alguna forma también nosotros somos
buenos pastores de las personas que Dios ha puesto a nuestro lado. Tenemos
obligación de ayudarles –con el ejemplo y la oración– a que anden el camino de
la santidad y perseveren en la correspondencia a los dones y llamadas del Buen
Pastor, que nos conduce a los pastos de la vida eterna.
El oficio de buen pastor es un oficio delicado en
extremo: exige mucho amor y mucha paciencia21,
valentía22, competencia23,
mansedumbre también, prontitud de ánimo24 y
un gran sentido de la responsabilidad25.
El descuido de esta misión ocasionaría gravísimos daños al pueblo de Dios26:
«el mal pastor lleva a la muerte incluso a las ovejas fuertes»27.
«Cuatro son las condiciones que debe reunir el buen
pastor. En primer lugar, el amor: fue precisamente la caridad la
única virtud que el Señor exigió a Pedro para entregarle el cuidado de su
rebaño. Luego, la vigilancia, para estar atento a las necesidades
de las ovejas. En tercer lugar, la doctrina, con el fin de poder
alimentar a los hombres hasta llevarlos a la salvación. Y finalmente la
santidad e integridad de vida; esta es la principal de todas las
cualidades»28.
A todos nos corresponde pedir insistentemente que no
falten nunca los buenos pastores en la Iglesia. Especialmente hemos de pedir
por aquellos que Dios ha constituido como buenos pastores para nuestras almas.
III. Cada
uno de nosotros necesita un buen pastor que guíe su alma, pues nadie puede
orientarse a sí mismo sin una ayuda especial de Dios. La falta de objetividad,
el apasionamiento con que nos vemos a nosotros mismos y la pereza, van oscureciendo
nuestro camino hacia el Señor. Y llega entonces el estancamiento espiritual, la
tibieza y el desánimo. En cambio, «de manera semejante a como una nave que
tiene buen timonel llega sin peligro a puerto, así también, el alma que tiene
un buen pastor lo alcanza fácilmente, aunque haya cometido muchos errores»29.
«Cualquiera comprende sin dificultad que para realizar
la ascensión de una montaña es necesario un guía; lo mismo sucede cuando se
trata de la ascensión espiritual...; y tanto más, cuanto que en este caso hay
que evitar los lazos que nos tiende alguien (el demonio) muy interesado en
impedir que subamos»30.
La dirección espiritual nos es necesaria para que no
tengamos que decir, al final de nuestra vida, lo mismo que los judíos después
de vagar por el desierto sin rumbo ni sentido: 40 años hemos dado
vueltas alrededor de la montaña31.
Hemos vivido sin ton ni son, sin saber adónde íbamos, sin que el trabajo o el
estudio nos acercara a Dios, sin que la amistad, la familia, la salud y la
enfermedad, los éxitos o los fracasos nos ayudaran a dar un paso adelante en lo
verdaderamente importante: la santidad, la salvación. Para que no tengamos que
decir que hemos vivido de cualquier manera, sin sentido, entretenidos con
cuatro cosas pasajeras. Y todo, porque nos faltaron unas metas sobrenaturales
en las que luchar, un camino claro y un guía.
Puede ser necesario confiar a alguien la dirección de
nuestra alma, porque todos necesitamos una palabra de aliento si llega el
desánimo por nuestras derrotas en este camino de Dios. Precisamos entonces de
esa voz amiga que nos dice ¡adelante!, ¡no debes pararte, porque tienes la
gracia de Dios para superar cualquier dificultad! Dice el Espíritu Santo: Si
uno cae el otro lo levanta: pero ¡ay del que está solo, que cuando cae no tiene
quien le levante!32.
Y con esa ayuda nos recomponemos por dentro, y sacamos fuerzas cuando nos
parecía que ya no nos quedaba ninguna, y seguimos nuestro camino.
Es una gracia especial de Dios poder contar con esa
persona amiga que nos ayuda eficazmente en algo de tanta importancia, a la que
podemos abrir el alma en una confidencia llena de sentido humano y
sobrenatural. ¡Qué alegría poder comunicar lo más íntimo de nuestros
sentimientos, para orientarlos a Dios, a alguien que nos comprende, nos estima,
nos abre horizontes nuevos, nos alienta, reza por nosotros, y tiene una gracia
especial del Señor para ayudarnos! Pero es importante acudir al que es verdaderamente
buen pastor para nosotros, aquel a quien el Señor quiere que acudamos.
San Lucas nos narra de qué manera el hijo pródigo
siente la necesidad de descargar el peso que agobia su alma. También Judas se
siente agobiado por la carga de su traición. El primero se dirige a quien tiene
que ir y encuentra una paz que ni siquiera podía imaginar; restableció de nuevo
su vida. Judas debió volver a Jesús, quien, a pesar de su pecado, lo hubiera
acogido y confortado, como a Pedro. Fue, sin embargo, a quien no debía: a
quienes eran incapaces de comprender, y, sobre todo, incapaces de dar a aquel
hombre lo que necesitaba. ¿A nosotros qué? Allá tú, le dicen.
En la dirección espiritual encontramos al Buen Pastor
que nos da las ayudas necesarias para no perdernos, para recuperar el camino si
nos hubiéramos desorientado en nuestro andar hacia Cristo.
Nuestra Madre Santa María nos muestra siempre el
sendero seguro que conduce a Cristo.
1 Primera
lectura de la Misa, Is 30, 21. —
2 Mt 9,
35-10; 1, 6-8. —
3 Ez 34,
23. —
4 Cfr. Ez 34,
16. —
5 Jer 23,
4. —
6 Jn 10,
11. —
7 Mt 15,
24. —
8 1
Pedr 2, 25. —
9 Lc 15,
3-7. —
10 Jn 10,
4. —
11 Lc 12,
32. —
12 Mc 6,
34. —
13 Mt 25,
32. —
14 1
Pedr 5, 4; Apoc 7, 17. —
15 Jn 10,
3. —
16 Gal 2,
20. —
17 Conc.
Vat. II, Const. Lumen gentium, 6. —
18 Ef 4,
11. —
19 Jn 21,
15-17. —
20 Juan
Pablo II, Carta a todos los sacerdotes, 8-IV-1979, 7.
—
21 Is 40,
11; Ez 34, 4. —
22 1
Sam 25, 7; Is 31, 4; Am 3, 12.
—
23 Prov 27,
23. —
24 1
Pedr 5, 2. —
25 Mt 18,
12. —
26 Is 13,
14-15; Jer 50, 6-8. —
27 San
Agustín, Sermón 46, Sobre los pastares. —
28 Santo
Tomás de Villanueva, Sermón sobre el Evang. del Buen Pastor,
en Opera omnia, Manila 1922, pp. 324-325. —
29 San
Juan Clímaco, Escala del Paraíso. —
30 D.
Garrigou Lagrange, Las tres edades de la vida interior, Ed.
Palabra, vol. I, 2ª ed., p. 297. —
31 Dt 2,
1. —
32 Eccl 4,
10.
Tomado de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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